¿Tienes algo que ver?

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Había estado posponiendo bajar al pueblo y la lista de cosas pendientes se había desmandado; tardó varias horas en terminar las compras. Por lo menos tuvo un golpe de suerte: era día de mercadillo y había varios puestos itinerantes. Le hubiera costado explicar a la dueña de la única tienda de ropa por qué necesitaba calzado y pantalones de hombre. «Hombre y medio» suspiró mientras rebuscaba en los tenderetes la talla de Rodrerich. Estaba algo perpleja sobre qué comprarle. Al final, se decidió por prendas prácticas que pudiera quitarse con facilidad. Total, la ropa le duraba puesta menos que a un stripper.

Era casi la hora de cerrar cuando entró a toda prisa en la última tienda, con las manos llenas de bolsas.

—¡Perdoname, Teresa! —jadeó— ¿Todavía lo tienes abierto?

—Tranquila y respira, nena. No tengo prisa —Teresa y ella habían sido amigas inseparables los largos veranos, antes de que sus abuelos se hicieran mayores y ella una adolescente más interesada en bares y chicos que en visitar la aldea—. ¿Necesitas que te conecte una cabina? ¿Tienes una entrevista?

Como muchas tiendas en pueblos pequeños, el negocio de Teresa cubría varias necesidades. Podías alquilar una conexión a internet, comprar libros, juguetes o ropa de bebé. Julia negó con la cabeza mientras dejaba las bolsas en el suelo y recuperaba el aliento.

—No. Tan cerca de Navidades está todo parado.

En realidad había descuidado sus rutinas durante las últimas semanas. Rodrerich era una mascota mucho más absorbente que Peluche.

—No te agobies. Buscar a distancia lleva tiempo. Tus libros al menos han llegado.

Puso dos libros de medicina sobre el mostrador. Otra cosa que había desatendido, pensó Julia con culpa.

—Quería encargarte también libros de lectura, en noruego. Lo estoy estudiando —tartamudeó buscando una excusa creíble—. Tengo un par de procesos abiertos...

—Pero no vas a aprender otro idioma en unas semanas... no te va a servir para las entrevistas.

Teresa la miraba con pena. Diez años antes, ella también había buscado un trabajo que le permitiera escapar de la aldea. Ahora parecía resignada con su pequeña tienda, y el pueblo que solo cobraba vida en verano y cada año tenía más viejos y menos niños.

—No es que pretenda hablar con los seleccionadores en noruego, pero me ha picado la curiosidad. Parece un idioma bonito. ¿Tienes algún catálogo donde pueda encargarlos?

—Bueno, trabajo con una editorial para estudiantes de idiomas... normalmente traigo cosas en inglés, pero tienen otros.

Un cuarto de hora más tarde había encargado un cuento ilustrado para niños, un libro de aventuras que se anunciaba de "vocabulario sencillo" y un tomo de sagas tradicionales.

—No vas a poder con ese en años, por mucho que te esfuerces... —intentó disuadirle Teresa.

—Siempre puedo preguntar cosas a los entrevistadores. Para dar muestra de interés por la cultura y eso.

Canciones sobre hazañas antiguas, un país de invierno donde la noche reina soberana... parecía el cuadro donde encajaría un hombre lobo. Intentó imaginar a Rodrerich amenazador y peligroso, acechando en el bosque. Se le colaron en la imagen los pantalones demasiado cortos y la sonrisa zalamera. No parecía un monstruo de leyenda.

—...para que no te asustes —La voz de Teresa interrumpió su ensoñación—. Están visitando todas las casa por la zona.

—¿Perdona? ¿Quién?

—Los de la policía. De Madrid. ¿No te has enterado? —Encantada de poder contar una primicia, Teresa se embaló—. Los guardas del parque encontraron un depósito de armas reventado, y parece que varios muertos. De verdad. Dicen que eran yihaidistas. Que les estalló el laboratorio.

—¿¿En el parque??

—Debían de estar escondidos. No ha salido casi en las noticias, pero por aquí se habla de que era un campamento donde entrenaban terroristas. Han venido investigadores de Madrid, gente medio rara. Estuvieron hablando con todo el mundo y ahora siguen por las aldeas de alrededor... preguntan y miran mucho. Por si hemos visto a alguien desconocido.

«Hemos esquivado una bala». Si hubiera traído a Rodrerich... y luego la idea se filtró como agua fría.

—¿Cuándo fue? ¿Lo de la explosión?

—Creo que los del parque lo encontraron hace más de un mes, pero callaron la boca porque ya vieron que era algo gordo. Ahora los de la policía han hablado con ellos y no quieren soltar prenda. Igual también están en un lío. Porque manda narices que pasara algo así y no se enterasen de nada, ¿Eh? Se supone que tienen que patearse el parque...

Julia se desprendió como pudo de la charla de Teresa y arrastró sus bolsas al coche. Las fechas podían encajar con la llegada de Rodrerich, malherido y cubierto de quemaduras.

«¿A quién he metido en casa?» pensó de camino. Intentó tranquilizarse. Ilbreich no hubiera dejado a su hermano con ella si fuese un terrorista buscado ¿No? En cuanto a yihaidista... Soltó un resoplido. Por el apetito con el que se comía las chuletas, los cerditos no estaban a salvo de ese lobo feroz. Aún así, cuando entró con el coche en el patio y le vió, no se sintió tranquila. Veía avanzar a dos Rodrerich: El de la ropa ridícula, flaco y convaleciente, con expresión de sincera bienvenida. El de la colección de cicatrices, los músculos largos y fibrosos, pasos elásticos de depredador.

«No puede evitar ser lo que es» se criticó con rabia. Él abrió la puerta cuando aún estaba echando el freno de mano y le dedicó un saludo entre el taconazo militar y la reverencia. En cuanto Julia puso el pie en el suelo, extendió la mejilla y se dio unos golpecitos en ella con el índice, reclamando otro beso.

—¡Casanova! —rió Julia. Su desconfianza anterior le pareció boba y timorata.

—¿Casanova? —Frunció el ceño, divertido. Alargó el brazo e hizo danzar los dedos en el aire—. "Qu'est-ce donc que l'amour? Une maladie à laquelle l'homme est sujet à tout âge" (1).

—Casanova era italiano, no francés. Pero ya lo ordenarás todo. Con el tiempo —Sintió un borbotón de angustia. «Muy pronto estará repuesto».

Ilbreich había dicho que volvería pronto. ¿Se lo llevaría consigo? Ahora ya sería capaz de cruzar un aeropuerto sin llamar la atención. Alicaída, hasta pasado un buen rato no se acordó de la ropa. Para entonces Rodrerich había vuelto a salir y se oía en el patio el golpeteo del hacha.

—Pobrecito... te estoy dejando descalzo entre las astillas.

Desenvolvió los zapatos y se dirigió a la ventana para avisarle. Plantado con el hacha en la mano, malvestido y con el pelo salvaje atado en una desaliñada coleta, era toda una estampa.

—Parezco una quinceañera babeando con su primer calendario de bomberos —Se recriminó.

Rodrerich golpeó el tronco con un movimiento explosivo, sujetando el hacha con un solo brazo. Una astilla salió disparada y él retrocedió a la misma velocidad de vértigo. Se cambió la herramienta de mano, giró a un lado, volvió a golpear y a echarse hacia atrás. Se movía demasiado rápido y Julia sintió alzarse el mismo temor instintivo, frente a algo que era casi humano, pero no lo suficiente.

—Al menos alguien que hace esgrima con hacha no creo que sea un terrorista internacional.


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(1) ¿Qué es el amor? Una enfermedad a la que el hombre está sujeto a cualquier edad.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora