Linaje

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—... cómo cualquier esfuerzo excesivo. Lo mejor es que ahora descanse.

Julia abrió los ojos con dificultad. Un círculo de caras preocupadas la miraba desde arriba, y cuando intentó incorporarse media docena de manos se apresuraron a ayudarla. Diego, Ilbreich, Teresa, Brisa... Rodrerich se sentó detrás y le hizo apoyar la espalda sobre el ancho pecho. Se sentía demasiado observada.

«Y yo que me quejaba de estar sola»

—No la agobiéis —avisó la primera voz. Julia vio a una mujer ya mayor, que estaba guardando vendas y bálsamo en un botiquín de metal blanco.

—¿Cómo te encuentras, cariño? —preguntó Teresa. Tenía un brazo en cabestrillo y vendas por el torso. Julia se dio cuenta de que a ella también le habían curado el pie y las manos, envueltas ahora en vendas como manoplas blancas.

—Bien —notó Julia con sorpresa. Salvo por un latido de dolor bajo las vendas y agujetas por todo el cuerpo se sentía llena de energía.

—Esa es muy buena señal. —La mujer hizo una inclinación con la cabeza hacia sus acompañantes, como compartiendo algo que a Julia se le escapaba—. Haz todo el reposo que puedas. Yo tengo más heridos que atender.

—Debería ayudarte —se ofreció Julia de inmediato—. Soy...

Reposo. No queda nadie que esté en peor estado que tú y la mitad de la familia sabe primeros auxilios. Descansa. Déjate mimar.

—Órdenes del médico —apuntó Brisa con malicia, mientras le ponía un sandwich en la mano. Julia la perdonó de inmediato: El pan estaba tieso y la carne seca, y aun así le supo a gloria.

—Tienes que contarnos, cariño —atacó Teresa antes de que hubiera terminado de masticar el primer bocado—. ¿Qué pasó con la guerrera que hirió a Brisa?

—Eso me gustaría que me explicárais —suspiró Julia.

Sacó de dentro de la camisa el talismán de Diego y lo puso donde todos pudieran tocarlo. Entre bocado y bocado les hizo el mejor resumen posible, desde la herida de Brisa hasta el momento en el que la guerrera había ardido frente a sus ojos.

—No entiendo lo que ocurrió, la verdad... ¿Hice un cortocircuito o algo así? —terminó.

—Has manipulado el fulgor —dijo Diego maravillado—. Para ser claros: incluso poner un talón fuera del zarcillo te hubiera debido matar. No lo hizo por lo mismo que no destruye a los cambiantes, porque tomaste energía para compensarlo. De la guerrera.

—Eso es estupendo ¿verdad? —Brisa estaba emocionada—. Si puede tejer el fulgor, Julia tiene que ser linaje.

—Y mi sobrino puede entonces ser un cambiante —deseó Ilbreich.

Por algún motivo ellos dos parecían los únicos contentos. Diego la miraba con una intensidad extraña y Teresa se mordisqueaba los labios. No podía ver a Rodrerich, pero la había abrazado con la mano que no tenía ocupada tocando el medallón.

—¿Cuál es el problema? —preguntó, harta de que se alargarse el silencio—. Vale, igual una de mis antepasadas se acostó con un vecino Coria. Esas cosas han pasado siempre. ¿Es tan malo?

—No todos los linajes tejen igual el fulgor —aclaró Diego con cuidado—. Y la forma que has empleado... es inusual. No suele darse entre nuestro clan.

—Has quitado la energía de una criatura viviente. —Teresa la miró derecho a los ojos—. Le llaman el don de los carroñeros o el don prohibido. Antaño muchos clanes desterraban a los miembros del linaje que lo desarrollaban.

—...por supuesto y sin relación alguna, es el único don que puede dañar de forma directa a un cambiante —apuntó Ilbreich sarcástico. Acarició con torpeza el brazo de Julia—. No hagas caso. Puede que en el pasado se considerase un don peligroso, pero si puede destruir a una guerrera, yo lo llamaría "regalo del cielo".

Julia giró la cabeza para mirar a Rodrerich. Tenía la misma cara impasible que había estado sosteniendo los últimos días, mientras ignoraba si su hermano estaba vivo o no. ¿Se sentía preocupado, molesto, decepcionado con su futuro hijo?

—¿Van a pensar los demás igual que Ilbreich? ¿Cuando lleguemos a Rendalen?

Rodrerich la estrechó de nuevo.

—Ese don en concreto tiene una historia antigua en mi clan. Ojalá pudiera decirte que pensarán que estamos en otros tiempos pero... no.

—Bueno, que se jodan —Ilbreich parecía rabioso—. ¿Qué van a hacer? Por lo que sabemos Julia puede estar a meses de darte un heredero, así que...

Basta. —Rodrerich la abrazó por un momento tan fuerte que se sintió sofocada—. No es esa una batalla que quiera librar ahora. ¿Puedo contar con que todos guardaremos silencio? Ilbreich.

—¿Julia tiene que quedarse dentro del armario?

Contra su espalda, el ancho pecho de Rodrerich se infló y bajó despacio, varias veces. Su hermano acabó bajando la vista.

—Lo siento. Eso ha sido...

—Suficiente —cortó Rodrerich. Se dirigió a los demás con tono firme—. ¿El resto?

—Julia no puede seguir sin entrenamiento —protestó Diego—. Una vez el don se ha manifestado, surgirá de nuevo, y el suyo no queda limitado a los santuarios.

—Tengo que rogarte entonces que seas tú quien la enseñe. Lo se —cortó antes de que empezara la protesta de Diego—, no es tu don. Pero no se de nadie aparte de Julia que lo posea hoy en día.

—Ella no puede extraer ni manipular energía del fulgor, necesita una fuente viva.

—Las antiguas sagas dicen otra cosa, pero si al principio es necesario, podemos ayudaros Ilbreich o yo.

—O yo —agregó Brisa—. No me importa lo que digan. Con ese don Julia salvó mi vida.

—¿Yo opino en algún momento? —Julia forcejeó para soltarse del abrazo de Rodrerich—. Ilbreich tiene razón, esto es una mierda. ¿Me van a condenar por algo que está fuera de mi control tener o no? ¿Tengo que esconderme?

—Sí. Y no es el mejor momento para defender la visibilidad, cariño. —Teresa cruzó los brazos—. Tu rey lobo ya va a meter a cincuenta desconocidos en Refugio de Hielo sin previo aviso. Apuesto a que un rey con menos de un año en el cargo va a tener que hacer muchas componendas para que su gente trague.

El pecho de Rodrerich tembló en una risa silenciosa.

—Va a ser digno de verse cuando empieces a representar a tu clan como diplomática, Teresa Coria. ¿Julia?

Ella miró a Ilbreich. Parecía descontento, pero no dispuesto a enfrentarse de nuevo a su hermano. Vencida, terminó por asentir.

—Está bien. Nadie lo va a saber por mí.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora