Díselo al rey

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No quería encontrarse con nadie, así que en un impulso decidió salir al exterior. Había estado echando de menos el aire y el sol, aunque se tratase del aire gélido y el sol crepuscular del invierno nordico. El pueblo, con sus casas de madera coronadas de nieve parecía una postal y Julia paseó meditabunda por las calles desiertas. ¿Tenía razón Ilbreich? ¿Hubiera ella reaccionado de otra manera de haber sabido antes el origen de su hermano? ¿La inquietaba conocer la cruda verdad sobre el pueblo lobo? "no eres humana" "tienes sangre animal en las venas".

¿Cómo conciliar aquello con su pasado, una mujer sencilla que trabaja e intenta formar una familia? ¿O con su brillante madre y sus logros como bióloga?

—Al menos gracias a ella tengo la certeza que la sangre de lobo no te hace menos inteligente —se consoló en voz alta, en medio de la soledad.

Oyó un ladrido y un lobo pardo y estilizado apareció corriendo tras sus huellas. Uno de los Coria, identificó. No era sin embargo la forma patuda de Brisa.

—¿Hola? —extendió la mano y el lobo la hociqueó moviendo la cola— ¿Te conozco?

El animal empezó a cambiar a una forma humana, al tiempo que tras sus pasos se hacía visible una figura, tan abrigada que era casi cilíndrica.

—Massss ttte vale, nena —Teresa agitó la melena trigueña, descalza y desnuda entre la nieve—. Esa pregunta ha sonado racista, que lo sepas.

—Te vas a congelar así —riñó Julia—. Espera, igual...

Palpó esperanzada sobre el dintel de la casa más cercana y encontró, como en la torre, una pequeña llave. Entre tanto el cilindro humano había llegado a su altura; estaba tan embozado que a duras penas reconoció a Diego.

—No se si esto se considera emergencia —vaciló mostrándoles la llave—, para que entremos así sin más. ¿Por qué no cambias otra vez?

—Porque las formas del habla no tienen suficiente pelo para esta temperatura, queremos charlar en privado contigo y mejor oportunidad imposible —repuso Teresa, dando diente con diente—. Abre esa puerta antes de que me congele el culo.

El interior también estaba helado; la entrada daba a un espacio amplio con una mesa y sillas de madera, arcones tallados y, junto a la puerta, un armario pintado de vivos colores. Teresa lo abrió sin vacilar y sacó una de aquellas túnicas largas; también encontró zapatillas forradas que parecían muy calentitas. Se lo puso todo, veloz como un cohete.

—Cortesía para tus visitantes cambiantes, ya sabes. Creo que si nos quedamos en el recibidor no nos estaremos extralimitando.

Diego sacudió los pies de nieve y cerró la puerta detrás.

—Odio este clima —declaró, gruñón. Se bajó la bufanda y lanzó contra Julia una mirada enfurruñada—. ¿No tenías mejor momento para salir a caminar? Ahí fuera debe hacer casi diez grados bajo cero.

—Tú al menos no la has tenido que rastrear en forma animal justo en lo más divertido del invierno —rió Teresa—. Me estáis pareciendo atractivos vosotros, con eso lo digo todo.

—¿Por qué me buscabais? —interrumpió Julia, impaciente—. ¿Ha ocurrido algo más?

—¿Aparte de la abortada rebelión del consejo y tu salida pública del armario? La abuela me ha puesto al corriente de que has estado muy ocupada...

—No hay ninguna crisis nueva —cortó Diego—. Mira, tradicionalmente la pareja del jefe de clan forma... un enlace con el linaje. La gente de Refugio de Hielo nos ha pedido que hablemos contigo, como Reina Loba.

—Creí haber dejado claro que no lo soy. Rodrerich y yo no estamos ni casados.

—No importa, al menos para ellos —explicó Teresa—. Si eres su pareja oficial asumes ese papel. Dadas las circunstancias, yo también creo que eres la más indicada.

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora