¿Casualidades?

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Al despertar olisqueó un reclamo a café y mantequilla caliente que le llenó la boca de saliva y el estómago de protestas. Se vistió con lo que puedo encontrar en el armario y salió al despacho casi dando brincos. Ilbreich estaba delante del ordenador; tenía al lado una bandeja con café, pan, zumo, salmón ahumado y varios platos más que Julia no identificó pero que su olfato decía que quería probar. Caminó hacia la comida con cara de inocencia y las manos a la espalda.

—Si fueras un lobezno aprendiendo a cazar, te obligaba a intentarlo de nuevo —afirmó Ilbreich, sin levantar la vista de la pantalla. Empujó la bandeja en su dirección y Julia se abalanzó sobre ella.

—¿Café sin leche para desayunar? Sois unos bárbaros —rezongó, bebiendo igualmente. Lo encontró buenísimo—. Al menos no es americano.

—Somos escandinavos, no anglosajones —protestó el príncipe—. Conocemos la diferencia entre el té y el café. Tengo buenas noticias, Teresa ha llamado desde Aguamusgo. Rodrerich llegó allí esta mañana así que tu inocencia está más que probada.

—Estupendo... eso deja en mal lugar a la oposición ¿no?

—Mucho. Se han puesto en evidencia al darse tanta prisa en acusarnos.

Los platos misteriosos contenían fiambre y encurtidos. Sintiéndose un cliché pero sin poder evitarlo, amontonó dos capas de cebolleta en vinagre sobre el salmón.

—¿Esas fotografías son de Rodrerich o de vuestro padre? —preguntó. Parecía un buen momento para intentar sacar al príncipe información sobre la familia; no podía manejar el teclado y a la vez convertirse en lobo para esquivar la conversación.

—Ah... no, salvo por el ordenador, siguen siendo las cosas de mi padre —señaló las más antiguas—. Sus hijos mayores. Yo no los llegué a conocer, murieron hace más de veinte años durante la Expansión, cuando los nidos lanzaron una oleada en toda la zona. Barrieron Oslo, Bergem y las ciudades del sur. En el resto... los clanes aguantaron, con muchas pérdidas.

—Pero Rodrerich sí tenía edad suficiente —calculó ella—. Durante esa expansión debía tener... ¿doce años? ¿trece? Perderlos a todos así debió ser muy duro.

—Rodrerich es hijo de diferente madre —indicó el príncipe, aporreando el teclado cada vez con más fuerza. Se echó hacia atrás, mirando a la pantalla como si quisiera obligarla a rendirse—. Esto no tiene maldito sentido.

—¿Qué estás haciendo? ¿Puedo ayudarte? —ofreció Julia—. No se me dan mal los ordenadores.

Ilbreich señaló un rincón del despacho y Julia vio, amontonadas, las dos mochilas que habían dejado atrás en el ataque de la araña. ¿Era muy egoísta alegrarse de que sus compras se hubieran salvado?

—La patrulla las trajo ayer, junto con la cápsula. Así que he recuperado el móvil de Bård y estoy intentando sacar algo de dentro. Ni correo ni mensajería tienen nada de interés, pero revisando las localizaciones hay dos viajes que no se corresponden —señaló dos fechas recuadradas en un block de notas—. El primero fue a Fasano, en Italia. Hace dos años. La última fue hace diez meses y estuvo en Niza. Dos días y no parece haberse movido apenas del hotel.

—Niza... —Julia leyó la fecha y sintió un escalofrío. Arrebató a Ilbreich el ordenador y al comprobar la dirección en la pantalla le pareció que la sangre se le escapaba del cuerpo.

—Oye, ¿qué te pasa? —preguntó el príncipe, alarmado.

—Fue a un congreso —suspiró Julia—. Por eso no se movió del hotel. Un congreso de biología molecular... Jakob dijo en el thing que era ecólogo, ¿verdad?

Rey LoboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora