Un sonido salido del mismísimo infierno resonaba por toda la casa. Recordé que hoy tenía que ir a trabajar.
Al momento de apagar el despertador llevé mi mano a la cabeza buscando calmar el dolor de la resaca. Realmente no me gustaba beber, siempre acababa así.Miré hacia el salón, donde Robin se encontraba durmiendo en una posición en la que posiblemente ninguno de sus músculos hubiese sobrevivido en condiciones normales.
Las luces de navidad seguían encendidas, había dos copas de vino junto a 3 botellas vacías encima de la mesa del salón.
El reloj marcaba las cinco y media de la tarde, cosa que me hizo reaccionar ya que yo entraba a las seis.Obligándome a mi misma a limpiar todo el estropicio que Robin y yo hicimos anoche, acabé llegando tarde al trabajo, corriendo como si estuviese en plena maratón; percatándome de la ropa que me había puesto para el trabajo:
Una falda negra normal y una camisa blanca que intercambiaría por el uniforme nada más llegar al local.La campanita que había encima de la puerta sonó haciendo que todo el mundo del local se girase en mi dirección, haciéndome sentir la cosa más insignificante del mundo.
Caminé hasta detrás de la barra y saludé a Sanji con un beso en la mejilla.
No era algo muy normal que digamos, pero a parte de ser mi jefe era uno de mis mejores amigos y eso parecía importarle más que el comportamiento de empleado-jefe.Agarré mi camiseta que se encontraba en el cuarto de limpieza, como siempre, y me encaminé al lavabo para ponermela.
Al salir, la gente había comenzando a llegar como si estuviésemos regalando muffins de chocolate. Que era más o menos cierto, porque los precios de nuestros dulces rozaban lo gratuito.
Entre todas las personas a la que tenía que atender se encontraba cierto pelirrojo que esperaba tranquilamente en la barra y que, efectivamente, atendería el primero.
Que no se note el favoritismo.
—Hey. -dije medio bajo.
—Hey. -contestó con su típica sonrisa.
Nos quedamos 5 segundos mirándonos a los ojos. Se podría considerar incómodo, pero yo no lo sentía así. Reaccioné al ver desenfocadamente a más gente entrar en la cafetería.
—¿Deseas algo? ¿Tal vez un café? -puse la sonrisa que le mostraría a cualquier cliente. Intentaba que no sacase el tema de la noche anterior, porque me convertiría en un tomate humano y ahora mismo nadie merecía verme así. No llevaba ni siquiera maquillaje y el color rojo no me favorecía.
—Si tú no estás en la carta supongo que mi segunda opción será un café con leche. -musitó sonriendo con la expresión más lasciva del mundo.
Gracias, Shanks. A parte de sonrojarme has hecho volar mis bragas a China.
Entrecerré mis ojos intentando mirarle con desprecio, pero sabía de sobra que la sangre acumulada en mis mejillas me daba un aspecto ridículo. Aún así él seguía mirándome como si nada, con una de sus cejas alzadas y una pequeña sonrisa.
Comencé a preparar su café inmediatamente, recordando no volver a preguntarle sobre si quería azúcar o no, pondría su típica cara de indiferencia y me diría "¿Por qué sigues preguntando?"
Es mi trabajo.
Aunque mi trabajo tambien es atender a otras 10 personas y lo único que estoy haciendo es ponerle azúcar a su café. Podría decir con certeza que mis manos temblaban levemente cuando fui a entregarle su café.
Y como no, Shanks tenía la solución a mi Párkinson; me sujetó las manos con las suyas y me dirigió una mirada bastante... ¿dulce?
—¿Nerviosa por algo?
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Shanks x Lectora (+18)
Fanfiction(t/n) siempre fue una chica calmada y muy social, tiene claras sus intenciones y nunca se equivoca en sus desisiones pero... ¿habrá alguien que pueda revolucionar su mundo?