Liam
Han pasado dos semanas desde que hablé con samy. Mi vida se ha vuelto tan pesada, me levanto temprano me voy a la universidad y de ahí me voy a trabajar con mi padre.
Ya ni recuerdo todas las veces que le pedí perdón a samy, cada vez que iba a su casa, nunca me dejaba pasar, o si lo hacía, me insultaba.
Regresé a mi casa después que Catalina se fue.
Me siento un poco mal por ella, sé que no hice lo correcto, pero no puedo mandar en mi corazón. Ella está mejor allá, lejos de mí.
Tocan la campana indicando que ya es hora de comenzar la clase. Por suerte me tocó con todos los chicos.
Nos paramos de la mesa.
—Bueno, —agarra su mochila. —Es hora de entrar.
—Si no lo dices, no nos damos cuenta —dice Marcos girando los ojos.
Mi hermana le sacó el dedo —No hablé contigo estúpido.
—¡Bueno, ya! —dice Dereck.
Comenzamos a caminar rumbo a nuestra aula, cuando llegamos, nos sentamos todos en la fila de atrás.
Me acerqué a Esther, cuando ella me vio, me dio una mirada cansada.
—Hey, Esther.
—¿Ahora qué quieres?, —rueda los ojos —¿No te quedó claro la última vez?
—No, no me quedó claro. —le paso mi brazo por su hombro, dándole un abrazo —Por favor, dile que me escuche cuñadita, ¿Si?
Cuando la abrazo más fuerte, comienza a darme en el hombro con el cuaderno —¡Aléjate! ¡Chu!, me aprietas estúpido.
—No me despego hasta que ella me perdone —la aprieto más.
—Eres más pegajoso de lo que pensé —dice tratando de liberarse de mis brazos. —Aléjate o atente a las consecuencias.
No le hice caso y fue el peor error de mi vida, porque de repente sentí un pellizcón en mi brazo, que tuve que despegarme de una vez.
—¡Auu! ¿Qué te pasa?
—Te lo advertí.
Me quedo parado sobando mi brazo.
—Joven, ¿Usted no encuentra su asiento?
Me giro y me encuentro con el maestro.
¿Esto es hora de llegar al aula? ¡Irresponsable!
—¿Se puede sentar? —repite.
No me gusta que me controlen, y mucho menos en frente de todos.
—Con todo respeto, "señor", usted llegó ahora.
Todos comenzaron a decir "Oh, oh"
—¡Silencio! —dijo el señor —Y tú, ¿Quién te crees que eres para hablarme así, faltarme el respeto?
—Mucho gusto, Liam Morel.
—Liam, ¿Y en su casa no le enseñaron a respetar a los mayores?
Me sostengo la barbilla como si pensara —Mmm, no, ¿Le gustaría enseñarme?
—Jovencito, se está pasando.
—Usted fue que me preguntó.
—¡Suficiente! —se acerca —Se larga de mi clase.
—¡Usted a mi no me manda!
—Liam... ¡Ya basta! —dice Daniela detrás de mí.
—¡Salga del aula, ahora mismo!