Capitulo 2: Dándole al alcohol

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Estoy de pie afuera de una casa colonial de dos pisos en un vecindario tan dulce que siento nauseas. Boo está escrito en el buzón de ladrillo. Estoy en el lugar correcto. Como si hubiera manera de no estarlo.

La puerta principal está pintada de un rojo intenso y brillante. Las comisuras de mi boca se curvan en una sonrisa. ¿He mencionado mi relación amorosa con el rojo? Es una relación hermosa y confiada. Nada recubierto en un color tan maravilloso podría ser malo. Camino a zancadas por el sendero, paso mi mano sobre la madera roja, y suspiro. Entonces veo algo que rompe este magnífico momento.

Al final del sendero hay un gato. Se pavonea con arrogancia. Pensarías que acaba de ganar el Premio Nobel. Pero no lo hizo. ¿Sabes por qué? Porque es un maldito gato. En caso de que perdieras el memo: Odio. A. Los. Gatos. Los detesto. Están formados con espeluznantes dientes pequeños y dedos con cuchillas. No sé ustedes, pero yo pasaré de ese show de fenómenos.

El gato me ve y rueda sus ojos. Lo hace. Lo juro. En mi cabeza, me imagino dándole un puntapié a través de la calle. Levanto mis brazos como un poste de gol humano y grito: 

—¡Buena esa!

Detrás de mí, escucho un click. Me doy vuelta y veo a una anciana, que claramente cree que es una mujer joven, deslizarse por la puerta roja... lleva un kimono de seda que muestra demasiada pierna de persona-vieja. Su cabello rubio procesado está regado alrededor de su cara, y está usando más maquillaje que Lady 
Gaga. Sin notarme, la mujer se inclina por la cintura y alcanza el periódico matutino.

Gracias por la invitación. En realidad, voy a entrar.

Me deslizo como una brisa junto a ella hacia la casa. Estoy seguro de que siente algo, pero sus ojos la convencen de lo contrario. Esa sería mi sombra entrando, la cosa que me permite convertirme en invisible cuando lo necesito. Es la única habilidad patea traseros que tienen los coleccionistas, gracias a nuestros brazaletes.

Dentro de la casa, atrapo el olor de personas viejas. Pensarías que el chico joven anularía el olor a dinosaurios, pero no lo hace. Ni siquiera cerca. Me pregunto dónde están los padres del chico y por qué no están cerca.

Cada centímetro de la casa está cubierto en flores encajes y gritos de mal gusto. Es como si Martha Stewart hubiera vomitado, y esta fuera la mierda que salió. Niego con mi cabeza. Estas personas necesitan un diseñador de interiores. Inmediatamente. Mi madre nunca habría permitido que esto sucediera. Tenía gustos refinados, y papá era muy amigo de Benjamin Franklin. Pensar en mi padre me hace recordar esa noche, y mi estómago se tambalea.

Una voz apagada se arrastra por las escaleras. Estoy demasiado lejos para escuchar lo que dice, pero sé que es él. Dirigiéndome arriba, me imagino con qué clase de chico estoy tratando. Si el Jefe quiere su alma, tiene que ser bastante mala, y siempre me gustaron los chicos malos. De hecho, la mayoría de las cosas que me 
gustaban cuando estaba vivo eran malas. Supongo que así es cómo terminé aquí. La mayoría de la gente tiene esta cosa en su cabeza diciéndoles que estarán con el Gran 
Hombre cuando todo termine. Pero déjame decirte, pasa cada día viviendo sólo por ti mismo, cada día satisfaciendo pequeños pecados que no son gran cosa, y un día puedo 
estar mostrándote las sogas en el infierno. Amén.

En lo alto de las escaleras, me quito mi sombra, haciéndome visible de nuevo, y repaso las reglas en mi cabeza. Puedo hacer casi cualquier cosa para atraer a este chico, pero no puedo lastimarlo físicamente. Todos los coleccionistas saben que lastimar a un humano podría desencadenar la guerra en la tierra entre el Jefe y el Gran Hombre. Todo lo demás, sin embargo, es juego limpio. Y no estoy por encima de hacer algunas cosas sucias para conseguir lo que quiero. Paso una mano por mi cabello. Es hora de que inicie el espectáculo. Empujo su puerta abriéndola... y mi barbilla cae.

El Coleccionista - Verkwan (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora