Sam | Claudia

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Salí corriendo de ese lugar sintiéndome completamente devastado por dentro. Las gruesas lágrimas corrían firmemente desde mis ojos hasta la parte baja de mi quijada, llamando la atención de varias personas en la calle poblada.
No sabía porqué me había molestado de esa forma con Nilak cuando en mi interior no creía que fuese para tanto. Tenía tanta rabia dentro que tenía que sacarla con alguien, y a la única persona a la que podía darle una razón de mi enojo era a él. Me sentía mal al saber que el quería ayudarme y aún así lo mandé a la mierda, mi mente era una completa maraña de sentimientos y dolor incrustados en ella. No entendía el porqué había siquiera pensado en ir a trabajar en este estado, simplemente el ver a Rosa de esa manera me había costado unas inmensas ganas de llorar.

Temblando como una maraca, toqué el timbre de la persona que menos me hubiera imaginado en esos momentos que buscaría. Pero no tenía a ningún otro lugar al que pudiera ir.
Abracé mi cuerpo esperando a que alguien abriera, sintiéndome un tanto débil por toda la sangre que había perdido. Y pensé por unos momentos que no había nadie en casa, cuando se escuchó como se abrían los candados que cerraban la puerta, y esta se abría de par en par. Los ojos cafés que tenía en frente se abrieron sorprendidos, y yo no sabía si era por mi presencia o por el estado deplorable que tenía puesto justo en estos momentos.

-¿Sam?- preguntó Claudia sorprendida a lo que yo sonreí un tanto apenado.

-¿Todavía está en pie esa comida que me prometiste?

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-Tu padre...- musitó la mujer confundida mientras vendaba ligeramente mis heridas haciendo una especie de patrón en zig zag.- ¿siempre te ha hecho eso?- preguntó.

Asentí con la cabeza, sabiendo que no se refería a las cortadas, sino a todo mi rostro y cuerpo golpeados.
Sentí que los ojos se me volvían a nublar al notar la calidez con la que la mujer me curaba, pensando muchas cosas al mismo tiempo.

-¿Porqué nunca dijiste nada?- volvió a hablar preocupada.- ¿porqué no le dijiste a la policia?

-Sigue siendo mi padre.- musité algo triste y agache la mirada.

Creí que me diría algo peor a eso, que era tonto el no hacerlo. Pero a sorpresa mía, la mujer asintió con la cabeza.

-Lo entiendo cariño.- termino de vendar en un segundo mi brazo y se levanto de su lugar delicadamente, dejando en claro su edad adulta. Tuve que elevar mi rostro para mirarla detenidamente y no me alejé siquiera cuando sentí que la contraria tomó mi cara entre sus manos y miraba detenidamente mis heridas.

Sabía que tenía una gran marca morada en este, pero no era para tanto.

-Sabes... sé que suena un poco extraño, pero aún así lo quiero.- desvíe la mirada de sus ojos, sintiéndome como un completo tonto cuando dije eso.- antes de que todo se complicara, el era un buen hombre.- fruncí el ceño al recordar la última vez que sonrió.

Antes de que toda mi familia se desmoronara, nosotros éramos felices. Todos los fines de semana salíamos al parque y merendábamos los sándwiches que mi madre nos hacía a cada uno, también de vez en cuando íbamos al cine.
No digo que fuéramos la mejor familia del mundo, ya que como todas, teníamos nuestras discusiones. Pero la hacíamos funcionar.

-Te entiendo.- después de dar una leve caricia en mi mejilla con su pulgar, ella me soltó levemente y volvió a arrodillarse para coger el maletín de primeros auxilios que se encontraba en el suelo.- sabes, mis padres no fueron los mejores. Dejándolo claro, mi mamá era una perra.- no pude evitar sonreír al escuchar a una mujer mayor decir eso.- pero mira, la cuidé hasta que murió. La amaba así, nunca dejó de ser mi madre.

Lo pensé unos segundos, y tenía razón.
Ella dejó el maletín colgado sobre una pared, para después entrar a lo que parecía ser su cocina.
Curioso por lo que estaba haciendo, me levanté a duras penas del gran sillón floreado de la sala y entré al pequeño recinto donde se encontraba. Claudia cortaba unas zanahorias en pequeños pedazos a la vez que hervía agua en una olla.

-¿Puedo ayudarte?

No respondió y me tendió una zanahoria junto a una tabla de picar y un cuchillo. Las tomé con algo de dificultad, pero al final de cuentas comencé a cortar la verdura delicadamente.
No supe cuánto tiempo había pasado en el cual ambos disfrutábamos de la compañía mutua mientras cocinábamos la cena, pero cuando me di cuenta, supe que Claudia era una mujer fantástica y que podía contarle cualquier cosa que quisiera sin que ella me juzgara ni un poco.

-¿Eso dijo el chico?- preguntó mientras llevaba una cucharada de sopa a su boca y comenzaba a masticar sorprendida.

-Sí.- respondí sinceramente.- ahora creo que solamente quería pelear con alguien en esos momentos.
La mujer negó con la cabeza.

-Lo que dijo estuvo mal, aunque hubieran hablado solamente dos veces no tenía el derecho de negarte.

-Nilak es un chico bueno, es el único de mi escuela que entabla una conversación conmigo. Hasta fui a su casa hace un día.

-Oh no lo niego. Se preocupó mucho por ti cuando no despertabas que creí que ya eran amigos de hace mucho tiempo.- contestó.- pero eso no lo libra de ser humano, y cometer equivocaciones. Recuerda eso.

Lo pensé por unos segundos en completo silencio, sabiendo que hasta yo había cometido miles de errores a lo largo de mi vida.

-Lamento haberte molestado con esto Claudia.- hablé de repente.- no tenía a dónde ir y...

-Calla.- me interrumpió.- no eres ninguna molesta, antes de que vinieras, estaba sola como una gaviota.

Sonreí mientras miraba al gran reloj de madera al estilo antiguo que estaba colgado sobre la pared, y al notar que ya eran las nueve me sentí como una carga al estar simplemente sentado en una silla de su casa sin hacer completamente nada.

-Creo que me tengo que ir.- le dije, pero la mujer me lo negó de una manera que me sorprendió.

-Quédate.- me dijo sonriente.- tengo una habitación vacía, ahí vivan mis hijos pero ahora solo queda su cama.

Me sonrojé un poco.

-No quisiera ser una molesta Claudia.

-Déjate de eso, ¿crees que me alegra saber que volverás a ese lugar con aquel hombre al que llamas padre?- negué.- entonces, ese cuarto es todo tuyo cariño. Ven, te pondré una pomada en el rostro que ese moretón no es cualquier juego.

Por un momento, estando en la casa de esa mujer. No me sentí presionado ni angustiado, sino que una gran tranquilidad llenó mi pecho haciéndome querer quedarme ahí para toda la vida.

NilakDonde viven las historias. Descúbrelo ahora