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Los pies más pequeños crean las huellas más grandes en nuestra vida

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Los pies más pequeños crean las huellas más grandes en nuestra vida.











Dos hogares parecían haber sido pintados de un frío gris, dejándolos desvastados como si un huracán hubiera pasado por ellos, destrozándolo todo a su paso.

No habían conseguido hacer nada para poder sacar al omega de aquella habitación, ya que no sólo Alexis parecía haber entrado en calor, sino que el celo de Vega se había presentado también.

Emma había aceptado la derrota con amargura, casi a regañadientes, aceptando a su vez lo que vendría en un futuro no muy lejano.

-Pudiste haber sacado a mi hijo de allí- gruñó la otra alfa, desesperada- Pudiste haber sacado aunque sea a tu hija para haber evitado lo que ha pasado.

Emma gruñó, no muy dispuesta a tener la misma discusión otra vez.

-¡Amor, ya!- le regañó Minerva, pellizcando el brazo de su alfa- ¡Son cosas que pasan!

-¡Nuestro bebé casi muere deshidratado, Minerva!- gritó, histérica- ¡Y puede estar jodidamente en estado en este momento!

Alexis, al no haber tenido nunca su primer celo, no había comenzado a tomar sus supresores.

Por tanto, omega y alfa habían estado encerrados en aquella habitación durante tres días sin ninguna protección de por medio.

Sin ninguna razón que los guiara.
Sus instintos a flor de piel.

-¿Estás bien, omega?- inquirió Emma con suavidad, abrazando a Samuel con más efusión.

Éste asintió con una pequeña sonrisa cargada de tristeza, pánico y un tanto de terror.

-¿Hemos sido unos malos padres?- inquirió Samuel con su voz quebrada- ¿Hemos fracaso en nuestra forma de criarlos?

Emma quiso gritarle a la otra alfa lo que había conseguido con su omega, más Minerva intervino a tiempo.

-Habéis educado muy bien a Vega, Samuel- comentó Minerva con rapidez- No he visto a una alfa más educada y respetusa que ella, de verdad- le apremió con una sonrisa- Son cosas que pasan, Sami- éste asintió, derrotado- Nosotros mejor que nadie conocemos cómo funciona, así que ahora vamos a tranquilizarnos y apoyarlos en todo.

Yeray, por su parte, no podía aguntar la situación por un minuto más.

Habían sido las tres semanas de espera más largas y tortuosas de toda su vida.

Ahora, esperar otro poco más en el salón con sus padres y los padres de Alexis por la noticia lo estaba matando lentamente.

Tomó sus llaves, decidiendo que salir a dar un paseo era la mejor opción para él en ese momento.

Decidió, también, que no se sentía lo suficientemente preparado como para saber si iba o no iba a ser tío a su corta edad de casi dieciocho años.

Recibió una llamada de su primo Joan, la cual atendió al instante.

-¿Se sabe algo, Yeray?- inquirió el omega con preocupación- Mi mamá quiere ir a tu casa pero no se atreve.

-No, todavía no sabemos nada Joan- respondió él con suavidad- Y díle a Karl que es mejor no hacerlo, están todos con los nervios a flor de piel.

-Sí, claro. Se lo diré- comentó el omega con nerviosismo- Dime algo en cuanto lo sepas, por favor.

Yeray cortó la llamada prometiéndole a su primo que lo haría nada más saber si tendrían un bebé al que cuidar o no.

Un pequeño escalofrío lo recorrió al recordar el trauma que le iba a quedar de por vida.

Escuchar los gemidos de su hermana y su cuñado mientras colocaba un poco de ropa en su maleta no fue de su agrado.

-No volveré a estar cerca de un alfa nunca más- comentó para sí mismo, haciendo un pequeño puchero.

Oficialmente Yeray le había cogido un poco de temor a esa naturaleza, a sus celos y a esos gruñidos guturales que los alfas solían emitir para reclamar a sus parejas.

-¿Pero qué...?- inquirió con preocupación al sentir como lo estampaban suavemente contra una pared- Oye tú, ¿qué te crees que haces?- inquirió ahora con indignación hacia el alfa detrás de aquella acción.

Sus piernas flaquearon al escuchar uno de esos gruñidos guturales por parte del alfa.

Ladeó su cabeza de forma instintiva, pensando que aquel gesto de sumisión le haría saber que no estaba interesado en iniciar una pelea y así lo dejaría marchar.

No obstante, pareció suceder todo lo contrario a lo deseado, ya que el alfa aprovechó para ocultar su rostro en el cuello del beta y explorar así a su antojo.

-Tú- gruñó, apretándolo más contra sí mismo- eres- le proporcionó una pequeña lamida que hizo jadear a Yeray- mío.

Oh, mierda.
Pensó el beta entrando en pánico.

Además, sintió su móvil vibrar en el bolsillo de su pantalón.
Después de una ardua acrobacia digna de un contorsionista, Yeray consiguió deshacerse del agarre del alfa.

Consiguió tomar su móvil antes de que éste volviera a acorralarlo contra la pared, reclamándolo por segunda vez.

Era un mensaje de su hermana.
Vega le prometió a su mellizo que sería el primero en enterarse de algo, incluso antes que sus padres.

Felicidades hermanito, vas a ser tío.
Leyó en la pantalla.

Oh, doble mierda.
Pensó Yeray, chillando de la emoción.

-¡Oye tú, quítate!- gritó el beta con indignación- ¡Voy a ser tío, no tengo tiempo para las patochadas de un alfa!- chilló más fuerte- ¡No me gustan los chicos, te has equivocado!

Al alfa no pareció importarle en absoluto las palabras del beta y éste lo supo cuando fue echado sobre el hombro del desconocido como si de un saco de patatas se tratase.

-Mío- gruñó una vez más- ¿Tú quieres un cachorro también?- inquirió curioso mientras comenzaba a caminar- Porque si quieres estoy dispuesto a dártelo- comentó, decidido.

Yeray emitió un pequeño gritito, espantado por la fuerte declaración del alfa.

A lo lejos consiguió detectar a un alfa conocido para él, así que no tardó en gritar su nombre por ayuda.

-¡Raúl!- chilló, histérico- ¡Raúl, aquí!- agitó sus manos para atraer la atención del alfa- ¡Ayúdame, por favor!

Alfa, quiero cachorros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora