35

3.4K 330 41
                                    

¿Realmente Asiel estaba realizando esa pregunta? ¿Qué sucedería cuando Yeray se sintiera listo? ¿Listo para qué realmente? Porque, honestamente, en ese momento solo se sentía listo para ir hasta donde aquel par de cabezotas se encontraban y quebrarles varios huesos a golpes.

¿Por qué de entre todos los alfas habidos y por haber tenía que tocarle dos enemigos por absurdos enfrentamientos entre sus respectivas manadas? ¿Por qué si él decidió que no quería un alfa como pareja la Diosa tuvo que emparejarlo con dos verdaderos idiotas? Y es que, ¿de qué le servía que uno de ellos fuera la calma que tanto necesitaba en su vida? ¿De qué le servía que Melanie fuera aquella bella chica con un carácter que solo le transmitía paz y tranquilidad si en los peores momentos se volvía más impulsiva que el propio Asiel?

Porque Asiel podía llegar a ser un verdadero incordio con su fuerte carácter que bien podría asemejarse a una revoltosa tormenta, pero en las situaciones que necesitaban seriedad, parecía relajarse un poco; lo suficiente como para no actuar como un día normal lo haría.

— ¡Los odio! —chilló Yeray en un arrebato de cólera— ¡Los odio a los dos!

Pero sabía que eso no era para nada cierto, pues de lo contrario no estaría sufriendo. Un poco más frustrado de lo que ya de por sí se encontraba, Yeray enterró su rostro en la mullida almohada y comenzó a gritar a todo pulmón; gritos que eran amortiguados por el objeto, más todos los que se encontraban en aquella casa pudieron escuchar perfectamente.

Emma emitió un pequeño suspiro de puro cansancio, incorporándose de su asiento con un único objetivo en mente. Ella realmente había intentado mantenerse todo lo posible al margen, porque sabía que si se inmiscuía más de lo normal, probablemente el infierno ardería más de lo que ya lo hacía. Pero ya estaba cansada de escuchar los lamentos de su hijo, quien no parecía querer aceptar los consejos de su madre Samuel y de su hermana Vega.

— Iré a hablar con él —comentó la alfa con firmeza, regalándole una suave y tranquilizadora mirada a su omega; aquella que jamás desapareció ni un solo día desde que ambos finalizaron su cortejo.

Samuel asintió, visiblemente aliviado por el hecho de que la alfa finalmente decidió intervenir, pues ya estaba comenzando a perder la cabeza por ver a su hijo tan afectado por un motivo del que Yeray se rehusó a contarle.

— Se paciente, por favor —comentó Samuel con suavidad.

Emma, lejos de darle una afirmación, besó castamente sus labios. Ella podía ser muy paciente, pero no en todas las ocasiones.

— Yeray —comentó, golpeando suavemente la puerta de su dormitorio— ¿Puedo pasar? —como era de esperar, su hijo no le dio contestación alguna— Aunque me hubieras dicho que no, habría entrado de todos modos —prosiguió la alfa, tomando el pomo de la puerta para iniciar a girarlo.

No obstante, el beta todavía guardaba un pequeño As bajo la manga.

El seguro que mantenía colocado sobre la puerta impidió que su padre ingresara en su habitación.

— Bien —comentó Emma mientras realizaba una mueca extraña— Está decidido —prosiguió, más para sí misma que para su hijo— Mi futuro nieto o nieta no va a contar con un maldito seguro en su puerta y tú desde hoy tampoco.

Dicho eso, Emma realizó un gesto como si de una pequeña acción sin importancia se tratara, provocando que la puerta crujiera y, finalmente, se rompiera.

— ¡Papá! —chilló Yeray con rabia.

— ¿Qué? —inquirió la alfa, adentrándose en la habitación— Cuando tu madre pregunte le diré que has sido tú —prosiguió con suma tranquilidad— Ahora dime por qué debo golpear a ese dúo de idiotas y quizás lo haga con un poco más de fuerza de la que en un principio creí que se merecían — «Ay, esta Emma» — Especialmente a Asiel.

Alfa, quiero cachorros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora