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Nora.

Con el paso del tiempo había aprendido a reprimir sus lágrimas, pero ese día, en ese momento, no consiguió hacerlo.

El dolor era demasiado insoportable, incluso más que otras veces, porque la golpiza había sido más fuerte esa vez.

El trayecto en coche habría sido silencioso de no haber sido porque su madre la estaba ayudando a aprenderse su discurso.

-Tropecé con el juguete de mi hermano pequeño y caí por las escaleras- murmuró la omega, reprimiendo un gimoteo.

Decir que estaba asustada era quedarse corto.
Nunca había ingresado en un hospital porque los golpes anteriores le habían causado simples moratones que podía ocultar con maquillaje.

-Exacto- comentó su madre, satisfecha- Si te hacen más preguntas déjamelo a mí.

Nora asintió, rogando mentalmente para que todo terminase rápido.

Solo deseaba tumbarse en la cama y dormir hasta no despertar nunca más.
Podía soportar, aunque en realidad no lo hacía, la indiferencia de sus padres.

Podía soportar los días en los que ni siquiera se molestaban en dirigirle la palabra para preguntar qué tal había sido su día, para saber si necesitaba algo o, simplemente, para saber como se sentía.

Pero no podía soportar aquellos días en los que su padre llegaba a casa enojado y, antes que pagarlo con su mujer, prefería golpear a aquella chica que decía ser su hija.

Porque él sabía que ella no era su hija, sino un recordatorio de la infidelidad de su mujer en una época que por más que deseaba ignorar, le era imposible.

Por supuesto, Nora no lo sabía.

-Ahora voy yo- comentó el alfa, indiferente- Más vale que la vigiles.

La omega asintió, besando rápidamente la mejilla de su esposo antes de abandonar el vehículo.

Años atrás, decidió ganarse el perdón de su alfa intentando deshacerse de aquel error por el que había sido descubierta.

Como no lo consiguió, decidió que ser una buena omega lo solucionaría todo.

-Vamos, joder- gruñó la omega con impaciencia- No me hagas bajarte.

Nora, asustada por la amenaza de su madre, se apresuró a salir del coche como buenamente pudo, sintiéndose desfallecer por el dolor que estaba presente en su cuerpo.

Jadeó fruto de la sorpresa cuando, una vez dentro de aquel lugar, se encontró con un beta que conocía perfectamente.

Técnicamente él había sido el padre de su hijo Gael, el cual todavía cuidaba con todo el amor que nacía de su ser, a pesar de que el proyecto ya había finalizado hacía tiempo atrás.

Intentó ocultarse todo lo que pudo para que Yeray no la reconociera, fracasando en el intento cuando un enfermero había vociferado su nombre en la sala de espera.

-¿Nora?- inquirió Yeray, incrédulo- ¡Por la Diosa!- exclamó, histérico- ¿Qué te ha pasado?

La omega mordió su labio inferior fuertemente, intentando encontrar otra excusa distinta a la ensayada.

-Soy...- murmuró, nerviosa- Soy torpe, ya lo sabes- intentó bromear.

No obstante, fracasó nuevamente.

-Pero...-

-Nos están esperando, niño- gruñó su madre, proporcionándole un pequeño empujón para apartarlo de su camino- Vamos, Nora.

Alfa, quiero cachorros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora