Epílogo [II]

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¿Cómo podía ser eso posible? ¿Para el omega estaba «calentita»? Pues la alfa sentía que en cualquier momento comenzarían a formarse cubitos de hielo sobre sus extremidades. ¿Acaso era una broma del destino o es que había hecho algo por lo que ahora le caía un poco mal a su Diosa? Porque, honestamente, no tenía una buena explicación para ello.

— Está bien, patito —comentó, un tanto indecisa— ¿Otro simulacro?

Alexis asintió a regañadientes, clavando sus uñas sin piedad alguna sobre la piel desnuda de Vega, como si la alfa fuera una especie de pelota anti estrés. Aunque, honestamente, en las clases de preparación al parto a las que asistió le dijeron que su alfa estaría ahí para sufrir toda clase de agresiones por parte del omega y que estos no se quejarían en lo absoluto, pues sabían que en cierta medida habían metido la pata hasta el fondo por ser tan calenturientos como eran y, por tanto, meter otras cosas más allá del fondo también, todo sea dicho de paso.

Y pareció ser cierto, porque Vega no se quejó en lo absoluto.

— Vale —comentó la alfa, comenzando a tomar respiraciones más profundas— Voy a llevarnos a la orilla y allí vamos a tratar de tranquilizarte a ti y al bebé, ¿sí? —comentó más para sí misma que para su omega— Esto no está saliendo como había planeado, pero no hay que perder la cabeza por ello tampoco.

Sin nada más que decir, Vega comenzó a nadar hacia la orilla con su omega todavía enganchado a su cuerpo como si de un pequeño koala se tratase. No sabía cómo o por qué estaba sucediendo, pero notaba que la temperatura del agua comenzaba a elevarse para ella, provocando que sus músculos comenzasen a relajarse de una muy agradable manera.

— ¿Quieres salir, cariño? —Alexis negó— Está bien, entonces vamos a quedarnos aquí y vamos a tomar una respiración profunda ahora mismo, ¿sí? —Alexis asintió— Eso es, cariño. Respira conmigo.

Tal y como les enseñaron en las clases de preparación al parto, ambos comenzaron a tomar respiraciones cortas, pero profundas, y expulsión del aire de una forma más pausada y prolongada. Se suponía que aquello disminuiría la presión del omega y, con ello, el simulacro de contracciones se detendría.

En otras ocasiones funcionó y ésta no pareció ser la excepción.

Aunque, a decir verdad, Vega no sabía cómo era posible aquello, pues la alfa quería gritar de la frustración y de la ansiedad al saber que no podía hacer mucho más que aquello para aliviar el dolor de su omega. Honestamente, no sabía qué sería de ella el día del parto.

— Estoy mejor, alfa —anunció el omega, soltando un pequeño suspiro de alivio.

— Entonces es el momento de tomar nuestras cosas y marcharnos a casa, cariño —comentó la alfa en respuesta— No sé en qué estaba pensado para pedirte hacer una locura como ésta.

«Alfas»
Refunfuñó el omega interior de Alexis, un poco irritado.

O sea, ¿primero lo ilusionaba con una boda ante su Diosa y ahora le decía que era el momento de regresar a casa? ¿Para qué narices había revelado su vestido de novia entonces? ¡Ahora su matrimonio tendría mala suerte por saltarse las malditas costumbres! ¡Y todo para nada!

— Ah, no —refunfuñó Alexis, regalándole una mirada de ojos entrecerrados cargada de reproche— No me moveré de aquí hasta que nos hayamos casado, alfa.

Para darle un toque más serio y hasta cierto punto más dramático, el chico se cruzó de brazos. Incluso se atrevió a mantener su mirada en un pequeño en el que se habían visto envueltos sin querer, no dispuesto a perder esa batalla.

¡Y que la Diosa Luna la protegiera! Porque estaba batallando contra un omega en estado y estos, sin duda alguna, solían ser los mejores cuando se trataba de mal humor y berrinches.

Alfa, quiero cachorros ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora