1.1. Toxicidisilina y vómito verde.

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Prólogo

Toxicidisilina y vómito verde

Dylan

Habiendo tomado el último vuelo de Los Ángeles a Stanford —el cual abordamos con enojo y pocas ganas— nos dirigimos a la famosísima Stanford gracias a nuestros padres por haber sido irresponsables

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Habiendo tomado el último vuelo de Los Ángeles a Stanford —el cual abordamos con enojo y pocas ganas— nos dirigimos a la famosísima Stanford gracias a nuestros padres por haber sido irresponsables.

Una vez más.

¿Qué acaso no encontraban otra forma de ganar dinero, que no sea con sus hijos? No. Era obvio que los Smith se habían quedado sin socios y tuvieron que quitarnos del instituto dos días antes de comenzar nuestro último año escolar. A meses de cumplir dieciocho y siendo menores de edad, todavía teníamos que acatar sus reglas.

¡Qué chiste! Los adultos resultan ser más irresponsables que sus hijos.

Parece tan fácil poner a tus propios hijos en un contrato sin pensar en las consecuencias que conlleva. Porque, seamos sinceros, si no aprobaba este estúpido año iba a repetir... ¿cuántos años? ¿un año? ¿dos?

¿Cómo carajos se cuentan los años de tu nivel académico sin haber finalizado el último año de preparatoria? ¿estaría repitiendo el último año del instituto? o ¿el primer año de la universidad? ¿Acaso las vacas volaban? ¿serán una abominación del señor Remolacha?

De todas formas, ¿quién rayos era el señor Remolacha?

— ¡Mierda! —exclamo, a punto de mandar todo al carajo.

Ya estaba estresado sin haber hecho nada.

— ¡Dylan! —me regaña Brooke lanzándome una mirada mortal—. Cuida tu lenguaje cuando estemos frente al director, no queremos causarle peores impresiones a Holmes.

—Ah, sí... —la interrumpe Austin y asiente con seriedad—, ya bastante con los dos años de locura que sufrió Ashley, ¿no? —arquea la ceja, fingiendo confusión.

Brooke se palidece volviendo su vista hacia el frente y mueve su cabello para atrás con exageración. Acción que provoca que me entre cada cabello suyo en mis ojos. Me quejo zarandeándome en el asiento.

—No me falten el respeto —contesta con voz seria—. Y hagan lo que se les ordena.

Austin y yo nos miramos con una sonrisa de satisfacción. No dijimos nada más en todo el trayecto, lo cual resultó fácil ya que ninguno quería hablar con Brooke ni con Roberto, el principal mayordomo de los Smith.

Sabía que a mi hermano le costaba estar enojado con las personas que nos dieron el apellido. Era un chico compasivo y, de alguna forma, encontraba las palabras necesarias y pensamientos positivos que hacían ver la situación "menos horrorosa".

Había estado haciendo eso desde que Ashley terminó la universidad: "Pensar cosas positivas para el bien de todos". La mayoría del tiempo, Austin me ayudaba a no perder el control pero otras veces me daban ganas de golpearle, de decirle que el mundo lo iba a llevar puesto y que no iba a sacar nada positivo de eso.

¿Quién dijo guerra? © #3 [BORRADOR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora