¿Quién dijo guerra? © #3 [BORRADOR]

11. Fin del legado de bromas y profundos pensamientos.

Capítulo once

Fin del legado de bromas y profundos pensamientos

Dylan

Para cuando la hora cambia, los chicos y yo dejamos de hablar en el campus sobre temas triviales para luego ir a nuestras respectivas clases. Era la semana de exámenes y, a decir verdad, nos estaban acuchillando catorce veces por la espalda en cada cuestionario.

No es como que sea el mejor estudiante del mundo —ese era Austin— pero a veces sabía defenderme.

Especialmente con las palabras.

Qué pena que Economía y Administración de Empresas no tenían muchas palabras con las que defenderse.

Estúpido Richard y las carreras de mierda que nos obliga a hacer.

En el salón no había muchos estudiantes, aún faltaban quince minutos. Me siento en el lugar donde ya se había vuelto costumbre, el mismo en donde me sentaba con Sasha Lane.

La piernas-largas y perfecta Sasha Lane.

Y de la nada, mis pensamientos sobre lo buena que estaba la presidenta de Gamma desaparecen.

Alexa se lleva toda mi atención.

Se recuesta a varios metros lejos de mí, aquel sitio a la derecha en donde me es imposible llegar en clases para molestarla con cualquier cosa.

La veo apagada y no es por su ropa negra. Está más seria que de costumbre, con la vista perdida, las manos sobre la mesa y la pierna incesante moviéndose de arriba hacia abajo como si fuese un torneo de pingpong.

Tampoco me estaba molestando ni sea veía enojada. Solo estaba seria, completamente seria. No de esa seriedad fingida, la que hacemos la mayoría de las personas para ignorar un hecho importantísimo.

Esta vez tiene el cabello suelto, largo y ondulado. Como si se hubiese bañado y despreocupado por cómo quedase. Suponía que así era Alexa: despreocupada.

Es para entonces, que decido acercarme e intentar entablar una conversación con ella sin que me mande a la mierda.

— ¿Qué quieres? —escupe a la defensiva. Suena cortante pero también cansada. No me mira ni un microsegundo.

—Primero, antes que nada... —alzo el dedo al aire y sus ojos se posan vagamente sobre los míos—, buenos días.

—En serio, Dylan. No tengo ganas de hablar ahora —suena poco irritada, pero no está siendo mala—. Déjame en paz.

Las palabras salen de su boca y me hacen fruncir el ceño, confundido. Tampoco me enojo y respeto su pedido, pues la mayoría de los alumnos ya están en el aula.

Antes de que pueda pedirle perdón, el profesor también hace su entrada. —Buenos días. Tomen asiento, así ya arrancamos con el examen.

Me alejo de Alexa, con su rostro perdido como última imagen. No le digo nada, pero desde mi lugar la observo una vez más.