¿Quién dijo guerra? © #3 [BORRADOR]

7. Cinco minutos sin estupideces.

Capítulo siete

Cinco minutos sin estupideces 

Estaba plácidamente recostada en mi cama leyendo pero la verdad era que mis pensamientos se centraban en lo cansada que estaba por tener que convivir toda mi vida en la universidad con los Delta. Hasta que tres golpes en mi puerta me alertaron la posterior entrada de Dylan a mi cuarto.

Maldita sea.

Arqueo la ceja por su presencia extraña en mi habitación y recorre su vista por la misma hasta caer en mi cuerpo tendido en la cama. Oigo su garganta aclarándose y solo espero a que no diga una estupidez porque no creo aguantarlo más.

—Iremos con los chicos a un club —avisa con tranquilidad poniéndose la chaqueta negra—. Tienen buenos tragos, será divertido.

Frunzo el ceño y lo analizo en busca de algo mínimo que me indique que es una broma pero no noto absolutamente nada.

— ¿Me estás invitando a una cita?

Se encoge de hombros. —Solo te diré dónde estaré.

—No quiero complicarte mucho —le contesto sonriendo con ironía.

—No puedes evitar lo que eres.

Al fin me regala su sonrisa pícara y me guiña el ojo retirándose de mi habitación para dejarme con las palabras en la boca.

¿Debería ir?

No, maldita sea.

Lo odiaba.

No quería ir con él. Estaba más que segura que era una trampa y también era obvio que las estúpidas pensaban irse con ellos.

¿Y si les hacían algo?

No me podría perdonar eso. Abandonarlas. Eran mis amigas y yo era su capitana.

¿Qué hace un barco sin capitán?

Se derrumba.

¿Y un país comunista?

No pienso entrar en detalles.

Entre suspiros y bufidos, decido dejar mi libro a un costado de mi cama, para luego retirarme de mi habitación y bajar las escaleras corriendo.

¿Y si ya se habían ido?

Mi respiración agitada por el poco ejercicio, me alertan que debería ser más activa en mi día a día y no estar tirada en mi cama haciendo nada. Abro la entrada y suelto un mini grito al ver a Dylan recostado en una de las columnas.

— ¡Me asustaste, imbécil!

Una sonrisa altanera se extiende por su rostro y me recorre el cuerpo con sus ojos sin pudor alguno. —Los chicos se querían ir pero yo sabía que ibas a venir.