Canción: Girls like Girls - Hayley Kiyoko
Los últimos dos días habían sido horribles.
Luego de que salí de esa casa, llamé a un taxi en una esquina del lugar y me regresé a la casa de mi mamá. Corrí hacia mi cuarto para echarme a llorar. Estaba asustada, dolida y confundida por lo que había pasado con Julio.
No paraba de llorar desde la fiesta. No entendía quién se creía Julio para tratarme de esa manera, para aprovecharse de mí así.
«¿Así me ve ahora, acaso? -pensé-, ¿Cómo un juguete que podía usar a su antojo?»
Al día siguiente, les hice saber a Tyler y Veronica lo que pasó, y que aunque apreciaba que se preocuparan, y que estuviesen ansiosos por saber cómo estaba, quería un poco de espacio. Yo sólo no quería hablar con nadie.
Y sí, al principio, quería estar sola; pero luego quería compañía. Llamé a Vee en la noche del vigésimo séptimo día del verano, diciéndole que me sentía muy mal, y me dijo que fuera a su casa inmediatamente.
Estaba lloviendo, era ya muy tarde (las once de la noche) pero mamá no estaba en la ciudad debido a un viaje de trabajo. Estaba sola, así que no me importaba.
Me puse un impermeable y salí corriendo de mi casa para ir a la de Vee. Su casa estaba a unas cuadras de la mía, así que no tuve problemas en irme caminando. La lluvia era fuerte, y me pregunté si el cielo estaba haciendo competencia conmigo, para ver quién lloraba más.
Llegué a la casa de Veronica, toqué el timbre y ella salió para abrirme la puerta, ella traía puesto un suéter blanco y unos jeans azules algo holgados; en cuanto entré a su hogar, me quité el impermeable. Me miró con ojos compasivos y ya cuando los míos estaban llenos de lágrimas, ella extendió sus brazos y me apresuré para que mi amiga me rodeara con ellos.
Subimos por las escaleras de su casa para ir a su cuarto, era amarillo pastel y estaba adornado con afiches de bandas y cantantes que ella amaba. Antes de que me sentara con ella en su cama para contarle, me miré un rato en el espejo de su habitación para verme. No podía creer lo que estaba viendo. Me veía más pálida y delgada que de costumbre, mis ojos se veían muy hinchados, a causa de tanto llorar, y debajo de ellos colgaban unas ojeras enormes.
Me senté con ella en su cama, que encima de ésta estaba una venta que daba vista al centro de la ciudad y lloré con mi cabeza apoyada en su hombro mientras me abrazaba. Ya cuando pude cerrar el grifo de mis lágrimas, le hablé. Le hablé de cómo habían pasado las cosas, de cómo estaba perdida, de cómo Julio me estaba tocando por la fuerza y de lo destruida que me sentía.
-¿Tú mamá te ha llamado? ¿Se ha dado cuenta de cómo estás? -me preguntó Vee.
-Soy buena fingiendo, por suerte. -Le di una sonrisa triste -Me llamó ayer y hoy por la mañana, le dije que estaba perfectamente.
-Oh, Mia... -habló mi mejor amiga sacudiendo su cabeza de lado a lado.
En todo el tiempo que había estado ahí, nunca me presionó a hablar, nunca se quejó para que dejara de llorar; sólo estaba ahí, paciente. Esperando que yo decidiera hablar o no. Me encogí de hombros y hablé:
-Creo que me merezco un Oscar por todas las veces que fingí estar bien, cuando no lo estaba. -dije, mientras colocaba un mechón de pelo suelto detrás de mi oreja.
-No te tortures así -Tomó mi mano con la suya.
-Es que no entiendo -le dije, negando con la cabeza-, No entiendo por qué tiene tanto efecto en mí lo que él haga o lo que él diga. Soy tan estúpida.
-No eres estúpida, Mia.
-¿Entonces? -Inquirí.
-A veces, los seres humanos tenemos el defecto de aferrarnos a aquellos que nos hacen sentir especiales -se encogió de hombros -, y cuando nos abandonan, cada una de sus acciones son balas para nuestra almas.
Era lo más real que Veronica me había dicho, en todos nuestros años de amistad.
-Ni siquiera sé por qué me abandonó -hablé-, pensé que estábamos bien, que nuestra relación era espectacular, ¿Acaso no soy suficiente?
-No digas eso -colocó su mano en mi hombro-, eres una increíble persona. Eres amable, leal, inteligente, a veces quisiera ser más como tú.
-¿De veras? -No podía creerlo, porque era yo la a veces quería ser como ella. Ya para esto había dejado de llorar.
-Por supuesto, y si alguien no se da cuenta de eso tiene serios problemas -me aseguró, poniendo sus manos a cada lado de mi cara. Me miraba muy seria-, no sabe lo que está perdiendo.
Y me besó. Sí, así como se lee.
M-E-B-E-S-Ó.
Veronica Andrews me había besado. Fue un delicado y suave choque de labio y labio. Ella rápidamente se separó de mí. Estaba sorprendida, me tomó totalmente desprevenida. Sólo escuchaba el tic-tac del reloj en su pared. Ella estaba con los ojos muy abiertos, al igual que su boca, como si buscara las palabras adecuadas para justificar la acción de hace unos segundos.
-Veronica -hablé.
-¿S-sí? -titubeó, muy pocas veces ella llegaba a titubear. Sólo pasaba cuando estaba extremadamente nerviosa.
-¿Dónde están tus padres? -pregunté.
-Mi mamá está en la despedida de soltera de una amiga suya -me respondió frunciendo el ceño -, y mi papá salió con sus amigos.
-De acuerdo -dije asintiendo.
-Mia, yo...
Antes de que ella pudiera decir cualquier otra cosa, me acerqué y la besé también.
No sabía qué estaba pasando, ni cómo las cosas habían llegado hasta ese momento; pero me gustaba como sus labios se sentían en los míos y, aún más, el contraste de nosotras. Como sus cabellos rubio y ondulado chocaba con el negro y liso de los míos. Ese día el sol y la luna se besaron. Sólo para ver qué pasaba.
ESTÁS LEYENDO
80 Días de Verano
Teen FictionCada día es un nuevo capítulo... ¿Lo vas a desaprovechar?