Día 28

23 3 4
                                    

Canción: i'm in here - Sia

Las campanas de la iglesia sonaron, anunciando la medianoche, y yo estaba perdida en el beso que había comenzado segundos antes.

No sabía que ocurría, pero no me parecía incorrecto, o que no era propio de mí. La verdad nunca me gustaron sólo los chicos, anteriormente ya me había sentido atraída por otras chicas, y no tenía nada en contra.

Recuerdo que cuando tenía trece años, conocí a una chica, que era hija de una amiga de mi mamá. Se llamaba Hannah. Era muy linda. Tenía el cabello marrón, sus ojos eran azules, y desde que la vi me sentí flechada por su físico. Era muy agradable; todo esto ocurrió en su casa, y mientras hablábamos en su habitación (solas, debo decir), me comenzó a hablar de su novio. Sentí unos celos muy grandes. Y ahí fue cuando lo supe. Las chicas también me podían llegar a gustar.

Pero nunca me sentí mal por eso. Me gusta lo que me gusta, eso es todo.

Me separé un momento para mirarla y ella estaba sorprendida, yo también lo estaba; y después nos empezamos a reír, como dos niñas que simplemente jugaban algo nuevo. Nunca había besado a una chica antes, lo admito. Y luego, mis labios estaban otra vez en los suyos, Veronica se inclinó un poco, dándome a entender que quería que me acostara, poco a poco lo hice. Mis brazos estaban agarrados alrededor de los suyos, mientras ella seguía sosteniendo mi rostro. Jamás pensé que Vee besara tan bien, me pregunté de quién lo habría aprendido. Sus labios eran dulces y suaves, ya le había permitido que su lengua entrara en mi boca para profundizar más lo que hacíamos. Ya cuando me había acostado totalmente, comenzó a acariciarme la cara, después su tacto comenzó a descender poco a poco, tocó mis pechos y luego...

La puerta de su habitación se abrió. Su padre estaba ahí.

Supongo que Vee y yo estábamos tan enfocadas en lo que estábamos haciendo, que no escuchamos la puerta de la entrada. Se veía totalmente desorientado, se tambaleaba, y se tuvo que sostener del marco de la puerta para pararse. Era muy obvio que estaba bajo los efectos del alcohol, pero estaba lo suficientemente sobrio como para que la cólera lo consumiera.

El padre de Vee tenía el pelo castaño, llevaba una barba del mismo color que su pelo y sus ojos eran marrones como los de mi amiga. Ya nosotras nos habíamos separado, pero su mueca de asco me había dado a entender que había visto lo que habíamos hecho.

«¿Sentía asco por lo que estábamos haciendo? —hablé para mi subconsciente—, ¿Qué es esto? ¿1918?».

—¿Papá? —Veronica fue la única que hablo de los tres. La conocía perfectamente y sabía que estaba asustada—, Pensé que llegarías más tarde, yo…

Como el ogro de una de mis pesadillas, el padre de Veronica gritó. Entonces, me agarró por el pelo, causando que gritara de dolor, pude notar el olor a licor proveniente de su boca. El padre de Vee abrió la puerta del armario y me tiró adentro de éste, para luego cerrar la puerta. Choqué contra la pared del pequeño espacio, y luego me golpeé con el suelo. Aturdida por el duro golpe, no pude concentrarme bien. Escuchaba un estresante pitido que obstruía el sonido a mi alrededor; pero en cuanto recapacité, supe que el padre de Vee me había encerrado en el armario.

Agité el armario varias veces cuando empecé a escuchar gritos, pero era inútil. Estaba cerrado. Por los listones del armario podía ver una desgarradora escena. Logré ver como el padre de Vee (que se llama Albert), la abofeteaba, la maltrataba y le decía que actuaba como un fenómeno. Le hablaba como si no fuera su hija, mientras ésta lloraba y gritaba como una niña indefensa.

Yo también gritaba y pedía ayuda, le gritaba a Albert que se detuviera, pero aparentemente nadie me escuchaba; parecía un fantasma atrapado en aquel lugar. Seguía agitando los listones para ver si llegaba a romper el closet, salir de allí y salvar a mi mejor amiga.

—¡Razona por favor! —grité desde el closet mientras lloraba, las lágrimas habían llegado a mis labios y sentí el sabor salado de ellas—, ¡Deja de lastimarla!

El padre de Verónica la agarró por el pelo y la tiró contra el piso varias veces. Una. Dos. Tres. Cinco. Siete veces conté que fue golpeada contra el sólido suelo. Traté de memorizar todo bien para después contárselo a la policía. Porque era seguro que iba a denunciar esto. Albert no se iba a escapar de pudrirse en la cárcel. Vee sangraba por la nariz y la boca. Algunas manchas de rojo se notaban en el piso, que era blanco y las manchas de carmín se notaban perfectamente. Las lágrimas caían por mis mejillas. En ningún momento dejé de gritar. La tiró una vez más al suelo y se fue.

No soy muy religiosa. Pero juro que en ese momento, recé tanto como pude, con tal de que Veronica estuviese bien.

Vee se movía. Estaba viva, aún respiraba. A pesar de los moretones y la sangre que derramaba, aún respiraba. Miró al armario. Su cara estaba ensangrentada, tenía cortadas en la frente y el labio lo tenía roto. Abrió los ojos; podía verme. Por poco grito y lloro de la emoción; significaba que todo podía mejorar.

Le quería decir que todo iba a estar bien, que íbamos a salir de esto, que me iba a encargar de que se hiciera justicia y pudiéramos estar bien de nuevo. Pero en cuanto Veronica estaba logrando pararse, su padre se paró encima de ella y le tiró una piedra de, al menos, veinte centímetros sobre su cabeza.

—¡NO! —grité, Veronica estaba boca abajo y sangre emanaba de su cabeza. Rápidamente su padre se acercó hacía donde yo estaba, con la roca en la mano. Abrió el closet. Mi cara debía delatar el miedo que sentía. Y la cara de ese hombre, que decía ser el padre de mi mejor amiga, estaba roja de rabia. Albert respiraba agitadamente, como yo. Él suspiró, y me dio con la piedra en la cabeza.

Lo último que recuerdo tiene un nombre: oscuridad.

80 Días de VeranoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora