Trabajo y bebé.

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Rowena había sido muy clara desde el principio, y con todo el respeto que su dolor merecía.

- Puedo ayudarte pero no seré la niñera de mi nieto. – Sentenció.

Entonces Crowley pensó en el resto de sus amigos, llegando a la conclusión que no confiaría en ninguno de esos salvajes para cuidar de su bebé. Lo que lo dejaba solo a él a cargo.

Tomó al pequeño ya limpió y vestido, y lo aseguró en su portabebés. Aún tenía un rol que cumplir aparte de ser padre, y no tenía más opción. Acatriel se hizo cargo del trono durante los últimos meses de embarazo de Cas y el tiempo que a Crowley le tomó adaptarse a cuidar de un bebé; pero era tiempo de que el Rey del infierno retornara.

Las cosas no habían cambiado mucho en su usual guarida, y tampoco permitió a Acatriel que lo hiciese. Los demonios le mostraron el mismo respeto de siempre, pero volvían a mirarle un segundo después, notando al bebé pegado a su pecho y el bolso de temática infantil que cargaba. Pero no se atreverían a preguntar aun, por muy rápido que los rumores corrieran.

Acatriel se levantó de un salto, acercándose rápidamente al ver a su sobrino.

- ¿Cómo está el pequeño príncipe del infierno? – Infló sus cachetes imitando la carita del bebé. – Tan gordito como su papá.

- Cierra la boca. – Dijo Crowley, empujándolo suavemente para dirigirse a su trono. – Espero que no hayas roto nada mientras no estuve.

El demonio de reemplazo rio mientras desaparecía de la vista de Crowley, recordando un par de pequeños daños a la propiedad.

Finalmente, el Rey se relajó en su sitio, mientras su hijo dormía aún. Dejó a un lado el bolso y cerró los ojos, entrando en su papel de monarca de nuevo. Para cuando los abrió, el primer súbdito con problemas por resolver entró.

A la hora y media de estar resolviendo cosas, se balanceaba de un lado a otro con el bebé en brazos, rogando que se acabara su biberón.

- Señor, podemos ayudar si usted... - Ofreció uno de sus cercanos.

- Ni te atrevas a ponerle un dedo encima a este niño.

- Señor... - Se adelantó otro de sus súbditos. – Con todo el respeto que usted merece, no creo que un niño sea un buen... atributo para el Rey del Infierno.

En su infinita inocencia, el bebé puso la misma cara de enfado que su papá.

- No te pregunte. – Dijo en aires asesinos. – Y no me importa lo que piensen, es mi hijo y se queda. ¡Va para todos! – Amenazó a todo el presente y quien pudiese escucharle.

- Y... ¿Cómo se llama? – Interrumpió un demonio más, buscando alejar a su jefe de la ira.

- No tiene nombre.

El silencio se impregnó en el ambiente, ante el desconcierto de los súbditos. Todos sabían que Crowley tenía una relación con el ángel, y nadie se atrevió a meterse con ese par. Pero la noticia del embarazo les llegó tarde y mucho más inesperado fue la llegada del Rey con su pequeño príncipe. No sabían dónde estaba Castiel y por qué no cuidaba de su hijo mientras Crowley trabajaba...

Las malas lenguas decían que el ángel había muerto.

El trabajo finalizó y regresó a su antigua habitación. Entre dos almohadas dejó dormir al infante, a falta de cuna. Se sentó en una silla a un lado de la cama, observando el respirar tranquilo de su hijo.

No era tan malo vivir así, aunque no tan perfecto como podía llegar a imaginarlo.

Guerra 2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora