No muy bien.

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El ángel observaba el techo concentrándose en respirar. El sudor caía por su frente y su mundo daba vueltas de a ratos, tampoco estaba llevando muy bien las náuseas. Aun así, con el asco que le causaban los sabores fuertes, su estómago rugía en antojos.

Deseo que alguien acariciara su cabello y se mantuviese allí, en silencio pero a su lado. Se le antojaba Crowley, diciéndolo lo brillante y perfecto que era, y cuanto amaba y odiaba eso. Pero el demonio no había vuelto luego de aquella llamada en que Cas exigió que tomara una decisión. Hace ya cinco semanas.

Se sentía solo y eso empeoraba su malestar.

Hizo el esfuerzo de levantarse, primero sentándose en la orilla de la cama. Su espalda baja reclamó ante esto. Castiel se quedó en su posición un rato, hasta que el dolor se disipo. Recuperó el aliento e hizo otro gran esfuerzo para ponerse de pie.

Dio un par de pasos hacia la puerta y tuvo que sostenerse a la pared, su visión borrosa le hacía sentir que caería en cualquier instante. El pasillo parecía estar vacío. Intento llamar a alguien, pero su garganta estaba tan seca que le fue imposible emitir más que un susurro.

Sin quererlo tropezó, pero logró sostenerse a duras penas a la pared. Entonces, su visión comenzó a volverse aún menos nítida, teniendo que obligar a sus ojos a mantenerse abiertos. Finalmente, sus piernas cedieron.

Sam le atrapó antes de que golpeara con todo su peso el suelo.

- ¡Cas! ¡Cas! ¡¿Me escuchas?!

El cazador golpeó con suavidad su mejilla. Lo único que el ángel pudo hacer fue asirse a su camisa como respuesta.



A su madre le gustaba el té, y era la quinta taza que le servía, en medio de su sermón intensivo sobre lo mal que estaba haciendo todo. Ya lo sabía, no necesitaba que le dijese lo evidente; pero eso no cambiaría su decisión de evitarle a un niño ser miserable.

- Ya lo sé, madre. – Repitió cambiando el brazo que sostenía su cabeza.

- Pues haz algo entonces. – Reclamó la pelirroja.

- Ya te dije mis razones, ¿Por qué no lo entiendes?

El golpeteo agresivo en la puerta dejo la pregunta en el aire.

- ¿Quién? – Interrogó Rowena mientras alisaba su falda.

- ¡Soy Sam! ¡Es urgente!

Madre e hijo se miraron sorprendidos y asustados, corriendo al segundo para abrir. Sam entró apresuradamente, cargando a Castiel entre sus brazos. El ángel tenía los ojos cerrados pero daba pequeños quejidos de dolor.

- ¿Qué paso? – Preguntó la bruja, mientras apartaba lugar en el sofá para que el cazador dejase a su amigo.

- Se desmayó en el pasillo y no se ha estado sintiendo muy bien hace tiempo.

Crowley no se atrevió a acercarse y Sam no perdió tiempo en mirarle. La bruja apartó la ropa del abdomen del ángel, inspeccionando al bebé como primera prioridad. El niño parecía estar en perfectas condiciones, pero el ángel...

Rowena intentó aquietar la gracia del morocho lo más posible, pero necesitaría más que eso, quizás algún brebaje. Por mientras, eso calmó a Castiel, permitiéndole sumergirse en un profundo sueño.

- Sam. – Llamó, buscando las palabras correctas para explicar esto.

- Está bien, ¿Cierto? ¿Es solo parte del embarazo? – Apresuró, completamente desesperado.

Pero Crowley conocía esa mirada en su madre, nada estaba bien.

- Es un niño mitad ángel y mitad demonio. Al principio estaba estable, conviviendo con la gracia de Castiel perfectamente. – Acarició la pancita de apenas cinco meses y poco más. - Pero el bebé lo está consumiéndolo ahora, y la gracia de Cas se niega a hacerle daño. – Lamento.

- ¿Eso quiere decir que...? – Sam negó, sin saber cómo le contaría esto a todos, a Cas, si no podía entenderlo ni él. – Lo esta matando.

Rowena asintió. 

Guerra 2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora