Respira.

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Castiel era palidez y huesos, junto a temblores y respiración forzada contra el cuello de Crowley. Tenía frio y ardía en fiebre. Había adelgazado demasiado y lo único que crecía era su vientre, el bebé lo estaba consumiendo tan rápidamente.

El demonio le acercó más contra sí, asegurándose del correcto ritmo de su corazón y de que la respiración continuara contra su cuello. Ese ángel ya no era en que cruzo por primera vez. Grandes alas, intimidante gracia, mirada sobrecogedora; todo eso quedo atrás. Ahora era tan frágil como una hoja de otoño y lo estaba perdiendo tan rápido después de haber esperado tanto por tenerlo entre sus brazos.

Un dolor punzante recorrió la columna del ángel, haciendo que se tensara un segundo, apretando los dientes.

- Está bien, respira. - Consoló el demonio.

El momento se acercaba y, aunque su madre prometía que tendría todo listo, no podía dejar de pensar que cuando eso pasara, lo perdería todo. Crowley acarició el azabache cabello para ayudarle a dormir de nuevo, pero cada día era más difícil para el ángel.

El azul celeste, ahora de un opaco gris, buscaron la mirada de su pareja. El demonio apartó los cabellos que caían desparramados por la frente del mayor.

Un día, cuando su terror al ángel era más que evidente, soñó con verlo caer a sus pies, lejos de esa fuerza interminable que creía poseer. Pero hoy, viendo allí, tan pequeño y frágil... maldijo la sola imagen. Quería su prepotencia, su superioridad, ese repudio con el que lo miraba antes.

- ¿No estás cansado? – Interrogó suavemente, imaginando que tan solo un sonido fuerte quebraría al ángel.

- Aún tengo frio y no me deja dormir. – Admitió, acurrucándose más contra el menor. Su voz era mucho más rasposa y tenue de lo normal.

- ¿Quieres que traiga otra manta?

- No, estaba bien así.

La débil mano acarició el rostro de Crowley, quien cerró sus ojos ante el tacto.

- Siento que te he dicho tantas veces que te odio, pero muy pocas lo que realmente siento por ti. – Dijo Castiel, sonriendo. – Te amo, Crowley.

El demonio contuvo las lágrimas. Esas palabras nunca habían sonado tan sinceras en nadie, tan dulces y... tan concluyentes. No quería que se despidiera de él, porque Cas debía ser el último en darse por vencido, no podría seguir sin él.

Crowley beso la palma de la pálida mano, sintiendo el frio en sus labios.

- También te amo.

Y lo besó en los labios.

- ¿Cómo vamos a llamarle? – Preguntó Cas, acariciado su vientre. – Nacerá pronto y no tenemos un nombre.

- No es necesario. – Negó Corwley repetidas veces. – Quiero... quiero que cuando nazca, lo mires a los ojos y tú le des su nombre.

- Es una promesa difícil de cumplir. – Lamentó el mayor.

- El universo no ha podido vencerte, tú puedes hacer lo que sueñes. – Sonrió, volviendo a robarle un beso.

El silencio volvió a la habitación. La charla, al parecer, agotó la poca energía del ángel, por lo que intentó volver a dormir. Una escurridiza gota de sangre escapó de la nariz de Castiel, la cual Crowley apartó con su pañuelo negro. Pero por mucho que limpiara, sabía que la sangre volvería, y en su mente quedaría muy marcada.

No podía limpiar este desastre, por mucho que lo intentase... ¿Cómo seguiría adelante cuando la sangre le ahogara? 

Guerra 2.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora