Día 10: Perturbado.

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Fue un desastre. Las visiones del oráculo fueron consecutivas. Cada noche las pesadillas eran recurrentes al igual que las lágrimas dadas por el castaño, quien se aferraba a lo que tuviese cerca. Cada mañana Tsuna decía ver un poco más del futuro de aquel castillo y esas tierras, así como el pasado de su enemigo. Él veía fuego, muerte, sangre, y dolor. Se los dijo a todos sus siervos, e intentó que uno por uno se fueran de ahí.


—Pero no tengo a donde más ir.


Tsuna lloraba al escuchar esas palabras, porque ni siquiera él tenía algún otro lugar más que el castillo. Porque creció ahí desde que no era más que un cuerpecito destinado a ser especial, vivió toda su vida dentro de esas murallas, y se acostumbró a que ese sería su mundo. Todos los habitantes de ese lugar sentían lo mismo, al menos la mayoría, y fue por eso que se vieron tan perturbados por las predicciones de su oráculo y no supieron qué hacer.


—Ya viene. Ya viene —era la queja de Tsuna en brazos del azabache—. Lo puedo sentir. Ya llega.

—Nos tenemos que ir.


Aquel ser celestial que Kyoya conoció, se transformó en un ente perturbado por las pesadillas y el miedo. Incluso llegó a calmar ataques de pánico de aquel castaño, abrazándolo con dulzura, susurrándole palabras amables y besándole los cabellos. Ni siquiera le importó que una a una las sirvientas fueran descubriendo la relación tan estrecha que tenían guardián y oráculo.

Preparó todo en dos semanas.

Si bien estaban enjaulados por aquellos guerreros que custodiaban la entrada al castillo sagrado —y que por su honor jamás dejarían su puesto y su labor—, Kyoya halló un hueco en la estricta vigilancia. Por eso tomó a su querido castaño, cargó pocas provisiones, escondió en sus mangas las moneadas de oro que recolectó debido a años de servicio, y juró por su vida que Tsuna viviría.


—No mires atrás.


Estaban al borde de la muralla más alejada de la entrada, Tsuna aún no estaba del todo bien y seguía murmurando cosas. Kyoya tuvo que ingeniárselas para obligarlo a escalar aquella infinita pared. Lamentablemente, justo cuando alcanzaron la cima, y Kyoya colocó al castaño a su lado... un grito anunció la catástrofe.


—Ahí está, ahí está —Tsuna se sujetó de Kyoya con fuerza—. Es él, es él.

—¿Quién?

—El mensajero de nuestra destrucción —sus ojos reflejaban terror, lloraba en silencio, y no se atrevía a observar la entrada.

—¿Qué quiere? —se atrevió a preguntar.

—A mí.


Tsuna vio el pasado de aquel sujeto, la barbarie que representaba, la maldad que representó desde el nacimiento, y eso era lo que estaba perturbando su paz mental. Tenía miedo de caer en esas manos y ser usado como herramienta de destrucción. Quería escapar, tenía que hacerlo, y rogó a los dioses porque le dijeran qué camino tomar para que eso ocurriera. Confió en las visiones otorgadas por la flor del infierno y confió incansablemente en su guardián.

Corrió cuanto pudo, sujetó con fuerza la mano de Kyoya, sollozó en medio de la huida, y se cubrió los oídos para no escuchar los gritos lejanos de los que fueron su familia.

Jamás había adorado tanto un amanecer como cuando despertó de aquella pesadilla en medio de un bosque, y con Kyoya dormido a su lado. Sabía que, desde ahí, todo iba a estar bien.

Porque desde ese punto... ya no era, ni sería más un oráculo.

Porque dejó tierras sagradas.

Y más importante que eso.

Porque no quería ese peso sobre sus hombros.


—Solo te quiero a ti —susurró antes de besar a Kyoya y volver a cerrar sus ojos.

Fictober 2019 [KHR] [1827]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora