MASON
Kiera Harrison, ese era su nombre.
La chica a la que había derribado en el pasillo en busca de mi dormitorio era vagamente familiar para mis ojos. Por un segundo creí que iba a mi escuela, pero rápidamente descarté tal idea. Habría reconocido un rostro tan hermoso como el suyo. Su cabello era oscuro, con leves destellos rojizos si la luz daba de manera apropiada sobre éste, y sus ojos eran grises como ningún otro. Me recordaban a una tormenta, a un día lluvioso, e incluso a la tristeza.
De alguna manera, la conocía. ¡Había conocido a esta chica antes, estaba seguro! No había forma de que mi persona no hubiera visto a Kiera antes cuando cada parte de mi cuerpo estaba seguro de lo contrario. Estaba estupefacto ante la premeditación de sus palabras a mi alrededor, dándome la idea de que tenía miedo de decir algo fuera de lugar o incorrecto. Tampoco había visto a alguien ruborizarse antes tantas veces. Pensé en ella durante toda la tarde, en cómo nuestros dedos se rozaron y nuestras miradas no podían apartarse de la otra. Fue allí que quise golpearme a mí mismo al recordar las palabras que había susurrado en mi mente los pasados días. Nunca antes, en toda mi vida, había pensado tanto en una chica como ella. Era como si fuera imposible lavar su nombre de mis labios.
Sin embargo, sus ojos, tan suaves y carentes de color, me hipnotizaron antes de siquiera mirarla. De algún modo supe que no podía ser coincidencia. Y no porque hubiera caído enamorado en tan sólo segundos, sino porque una parte de mí recordaba su cuerpo, sus ojos. Sentía que la había visto antes, hacía años, debido a que la imagen que comenzaba a desarrollarse en mi mente era una totalmente distinta a la que había tenido hacía unos segundos. No quise parecer como un lunático obsesivo, por lo que no me atreví a preguntar. Direccioné la conversación hacia otro lado, como el simple hecho de nuestros nombres. Quizás al escuchar mi nombre sabría quién era yo y me diría de dónde tenía ese hermoso rostro en mis recuerdos.
La sorpresa estaba por todos lados, principalmente en sus labios. Labios rosados y carnosos, formados en una línea perfecta, se separaron al verme descender con el fin de estar a su altura y ayudarla a recoger sus cosas esparcidas por el suelo. Aun así, la sorpresa no se debía a nuestro inocente choque. No, algo totalmente distinto, algo así como el hecho de que estuviese hablándole. Claro estaba que su asombro no era por las mismas razones que otras chicas. Al contrario, tenía un pequeño presentimiento a que se debía porque no se sentía segura alrededor de muchas personas. En un intento por llamar su atención, bromeé acerca de su falta de palabras y ella simplemente se encogió de hombros sin más que decir.
Jamás, en toda mi vida, quise a una chica.
De ser sincero, siempre creí que la mayoría de ellas gastaba mucho tiempo en su maquillaje como para contemplarlas por quien eran realmente. Las personas que cubrían su verdadero ser con una máscara no era la clase de gente por la que me quería ver rodeado, de hecho. Sumando eso a mi promesa de mantenerme alejado de todo tipo de chica con un corazón noble, quise convencerme a mí mismo de que todas las mujeres eran iguales: tan perras con sus amigas como para traicionarlas por un insignificante chico y tan zorras como para tener sexo con ese mismo chico sólo para llamar su atención. Lamento los prejuicios, y si bien los detesto, eran necesarios para mantenerme alejado de toda aquella chica que buscase una relación.
No obstante, había algo en ella que me hacía pensar tanto en mis valores, en si eran los correctos. Quería saber qué de todo ella era lo que tanto buscaba, a pesar de que sabía que una parte de mí la necesitaba. Tal vez era el hecho de que era refrescante, una chica a la que no le importaba llamar la atención, ni siquiera para ascender entre las estúpidas categorías en las cuales nos ubicaban nuestros propios compañeros.
Tras mis primeras dos clases observando por la ventana, vi una pequeña figura con jeans y remera purpura, trotando por el suelo de cemento como si alguien la estuviera persiguiendo. Sus pies se movieron aceleradamente hasta llegar a un sauce llorón y sentarse bajo él. Parecía detestar el sol, si me lo preguntaban a mí. Unos minutos después, un chico rubio comenzó a dirigirse en su dirección, las manos sobre sus bolsillos. Kiera pareció sorprendida e incluso llevó una mano hacia sus ojos con el propósito de poder ver con mayor claridad.
Tal vez tiene novio, pensé algo disgustado.
—Podría decirnos, Sr. Wate, qué está mirando...
No escuché la voz firme de la profesora de Arquitectura I al principio. Parecía muy lejana a mí, y para el momento en el que me di la vuelta, ella parecía un poco irritada. Todos los demás estudiantes sujetaban sus lapiceras en alto, frunciendo el ceño a la vez que regresaban su atención a la mujer que daba la clase.
—Lo siento —me disculpé—. Estaba distraído, no volverá a pasar.
—Eso espero —dijo en un tono amenazante.
Necesitaba verla una última vez y en ella pude ver la inseguridad grabada en cada pequeño detalle de su rostro, sus ojos dirigiéndose de su libro al chico frente a ella y viceversa. Quería con todo mi ser detener ese ligero temblor en su boca, hacerla sentir segura frente a todo aquel que se atreviera a conocerla. Porque ella parecía merecerse una vida así, con amigos con los que pudiera contar y que pudieran admirarla. Sin embargo, nada de eso sería posible para mí.
Por lo cual, seguí observándola en secreto por el resto del día, preguntándome cómo sería todo si no estuviese tan roto por dentro.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...