MASON
Los rumores corrían rápido al igual que en la escuela, eso sí que era algo que detestar de la universidad. El mundo entero estaba hablando de una supuesta relación amorosa entre Laureen y yo, si bien la única relación que había entre nosotros se veía envuelta en el sexo. No entendía por qué mi vida privada era tan importante para alguien; recién comenzaba el año y mi intimidad con Laureen era tan pública que solíamos actuar como amigos alrededor del resto. De todas maneras, ella había comenzado a actuar totalmente distinta a comparación de hacía unos meses, desde que protagonizaba un papel dentro de mi vida que no era el correcto.
Ella no era mi novia, sólo la chica con la cual tenía sexo, por lo que sus celos eran innecesarios para todo aquel o aquella que tuviera que soportarlos. Varias de mis amigas, las pocas que tenía de todos modos, habían comenzado a alejarse de mí con el paso del tiempo o las veía cada vez menos sólo porque la chica que significaba tan poco para mí como yo para ella había decidido actuar como algo más. Y según tenía entendido, se rumoreaba en los pasillos cómo ella había amenazado, empujado y arrojado su bebida sobre Kiera Harrison, provocando que la mitad de los estudiantes se burlaran de la dulce chica que había conocido, al mismo tiempo que se referían a ella como «rara» o «bulímica».
Todo había sido mi culpa.
Para empezar, si tan sólo no me hubiese acercado a Kiera, ella no habría pasado por nada de lo que le había sucedido. Si hubiese pensando con la cabeza en vez de mi corazón, nada habría ocurrido. Debía pedirle disculpas. No, necesitaba pedirle perdón. Como Laureen no le iba a proveer disculpa alguna, al menos yo, como su "novio", debía ir y disculparme con ella. O al menos dejarle saber que yo no estaba de acuerdo con su actitud. Nunca había pensado en Kiera como una persona extraña y fuera de lugar, a pesar de que me intrigaba saber el motivo por el cual su ropa era más holgada de lo normal o por qué se ocultaba detrás de sus libros cada vez que tenía la oportunidad.
Después de salir de mi última clase, tomé la mochila, la pasé por mi hombro y caminé lo más rápido que pude. Espera un momento, pensé. ¡No sabía qué diablos iba a decirle! No podía ir hasta su dormitorio sin palabras en mi boca como para que entendiera que en verdad lamentaba todo lo que había ocurrido. ¿Qué si ella no quería verme? No la culpaba, pero un extraño sentimiento de culpa estaba atormentándome desde lo más profundo de mi alma. Como había dicho antes, una parte de ella me recordaba a alguien que había conocido hacía ya un largo tiempo, y aunque no fuese motivo suficiente para acercarme a ella e involucrarme en su vida, por lo menos podía intentar ser su amigo. Sin saber la verdadera razón, una parte de mí la necesitaba.
Pensando las palabras adecuadas que decir, me acerqué al conserje y le pedí que me dijera el número de habitación de Kiera Harrison. Pareció confundido al principio y algo negado a compartir la información que pedía, debido a que no era de mi incumbencia ni de nadie más. Para mi suerte, el hombre me conocía hacía ya dos años y había realizado más favores por mí que nunca. Habitación 147, me contestó rodando sus ojos, lo que significaba que estaba dos suelos por debajo del mío. Algo lógico si me lo preguntan a mí, ya que en la Universidad de Eastern Colorado ubican a todos los estudiantes de primer año en el primer suelo, a los de segundo año en el segundo, y así hasta llegar al sexto piso. Estaba algo nervioso pese a que no había motivos para estarlo. Por favor, tenía veintiún años, ya había hablado con demasiadas chicas como para sentirme de este modo ahora. Sólo debía respirar y esperar que todo saliera bien.
Coloqué mi puño sobre la puerta, cuyo número estaba grabado en hierro, y golpeé suavemente con el fin de no asustar a aquel que estuviera dentro. Nadie contestó. Si ella no quería hablar conmigo estaría en graves problemas conmigo mismo. Aunque, ¿cómo sabría ella que era yo quien tocaba la puerta? Era imposible saberlo, por lo cual, llevé mi puño nuevamente a la puerta. Ésta se abrió por completo y reveló un rostro bronceado, cuyos ojos verdes y cabello claro decían mucho de ella. Más que nada la expresión desconcertada en su rostro. Sin duda, Bobby me había jugado una broma y jamás me diría el número de su dormitorio.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...