KIERA
En lo único que era capaz de pensar era en la duración de los días, cómo éstos se desarrollaban y las consecuencias que tendrían mis acciones. Pasaban tan rápido mientras el sol iluminaba cada habitación de la casa y su tiempo se detenía por las noches, como si éste se hubiera paralizado. Como si alguien hubiera oprimido pausa sobre mi canción. Y, oh, Dios, las noches eran tan largas que a veces quería contener la respiración lo suficiente como para desmayarme y olvidar gran parte de éstas.
Lo que sucedía durante esas noches me había definido de manera tal que me había convertido en un ser totalmente opuesto al que quería ser. Esa era la razón por la cual me encontraba aquí ahora, parada en el baño frente al espejo, mientras las lágrimas resbalaban por mis mejillas hasta esconderse en el escote de mi remera y mis manos intentaban borrarlas antes de que cayeran. Temblando, tomé la tijera que mi madre guardaba en su mesa de luz para cortar sus revistas antes de irse a dormir y, por otro lado, solté mi largo cabello para dejarlo caer por mis hombros. Si lo cortaba, si desaparecía, ya nadie pensaría que era bonita.
No se fijarían en mí.
Mucho menos él.
Alcé mi mano derecha y tomé gran parte de mi cabello en mi mano libre. No me consideraba a mí misma una persona ingeniosa con las tijeras y mucho menos una profesional, por lo que el corte sobre éste era irregular y desprolijo. Me detuve para observarme en el espejo; de un lado, mi cabello caía hasta mi pecho, mientras que del otro, apenas era capaz de rozar mi nuca. Continué con el corte, realizando el mismo movimiento de mis manos sobre el cabello restante. Listo, susurré en mi mente, queriendo convencerme de que había hecho lo correcto.
No obstante, al salir del baño, Adam se encontraba recostado sobre el marco de la puerta observándome molesto y con cierto deje de ironía.
— ¿Qué hiciste?
—N-Nada —tartamudeé, como si no fuera a notar el cambio en mi estilo de cabello.
—Eres demasiado ingenua si crees que al cortarlo dejarás de ser hermosa —susurró en mi oído y parte de mí tembló en mi lugar.
Me quedé allí, cruzada de brazos, esperando a que me dejara pasar. Al contrario de lo que esperaba, se acercó a mí a paso apresurado, estrelló la palma de su mano contra mi mejilla y dejó que cayera el suelo. Nadie se encontraba en casa, ya éramos chicos lo suficientemente grandes y maduros como para cuidarnos de nosotros mismos durante un fin de semana. Por mucho que le hubiera rogado a nuestros padres que no se fueran, debían hacerlo.
—Aguarda a ver lo que te espera.
Adam tiró de mi corto cabello y estrelló mi cabeza contra la pared con tal de hacerme entrar en razón.
En cuanto mi cabeza tocó el granito de la pared, me senté en mi cama, totalmente alterada por lo que mi mente había producido durante mis sueños. Inclusive en los momentos en los que más deseaba descansar, una parte de mi inconsciente lograba perturbarme y causar que sólo pudiera estar en paz cuando mis ojos estaban abiertos. Mis manos se habían cerrado en puños, cuyos nudillos habían palidecido más que nunca, y éstas se aferraban a las sábanas con fuerza. En algún momento de la noche me había dormido mientras pensaba en todo aquello que me molestaba y todo lo que debía hacer. Mason se había ido luego de mis últimas palabras, posiblemente reconsiderando si quería o no verme de nuevo. Si decidía que lo mejor para él era no verme, no lo culparía. Ya había decepcionado a personas antes como para no haberme acostumbrado a ello. Agregar a Mason en la lista no sería un gran problema.
Liv estiró su mano hacia mi colchón y tomó la mía. Inclusive en la oscuridad, podía sentirla mirándome con atención, sus ojos inyectados en sangre como tantas noches anteriores por la falta de sueño. Mis pesadillas jugaban un rol importante en este hecho, ya que mis gritos inundaban nuestro dormitorio y nos ahogaban lentamente durante el resto de la noche. Sinceramente, me sentía responsable por la disminución de horas de sueño, sin importar cuántas veces ella me hubiera dicho lo contrario.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...