MASON
De chico me había convencido a mí mismo de que involucrar a alguien en mi vida sería sumerguirlo en el mismo mar de mentiras y sufrimiento en el cual me había estado ahogando durante años. Había sido por esa misma razón que jamás quise que las personas que me rodeaban desarrollaran sentimientos hacia mí. Ni siquiera Blake. No obstante, habíamos sido amigos desde que tenía uso de razón y había sido casi imposible de alejarlo de mi lado desde el gran incidente que marcó mi vida en un antes y un después.
Se podía decir que en el antes, vivía una hermosa familia de cuatro integrantes. Dos chicos y sus padres, tan amorosos y respetuosos que los vecinos se sorprendían cada vez que no nos encontrábamos los cuatro en el jardín gritando en alegría. Gracias al trabajo de mis padres, habíamos tenido grandes oportunidades y todo lo que se nos antojara. No porque fuéramos dos niños caprichosos, sino porque mis padres amaban lo felices que parecíamos estar con una simple pelota de fútbol y un gran partido entre los tres. Papá solía jugar con nosotros, alternándose de equipo con tal de que fuera justo en número, mientras mamá tejía suéteres y mantas para el orfanato al cual estábamos asociados. Niños del orfanato siempre venían a casa a pasar los fines de semana para ofrecerles un día fuera de aquel lugar, aquí lleno de cariño y juegos.
Sin embargo, todo cambió en un día. ¿Cómo? Pues, luego de la cena, momento en el cual nuestros padres nos pidieron que fuéramos a la cama, un estrepitoso sonido retumbó por la sala de estar hasta alcanzar el segundo suelo. Por un segundo había creído que se trataba de una pequeña bomba lista para acabar con nuestras vidas. No había sido eso. En cambio, una roca se había estrellado contra la ventana y ésta se había caído a pedazos a lo largo del suelo de caoba de la sala de estar. Tres hombres aparecieron rápidamente, listos para tomar nuestras cosas materiales y dinero. Habían apuntado a papá con un arma, encerrado a mamá en el baño y dejado a nosotros a un lado, junto a la escalera, para mantenernos fuera de la escena. Aun así, no había sido suficiente.
Nada había sido suficiente para ellos.
Sin motivo alguno, luego de que mi hermano menor, Thomas, saltara y corriera hacia papá para abrazarlo con lágrimas en sus ojos, los ladrones interceptaron el contacto entre dos de las personas que más amaba y una bala atravesó el cuerpo de mi hermano. Thomas estaba bajo mi responsabilidad, papá me había rogado que lo mantuviera a salvo. Y no había cumplido con mi promesa. Había sido demasiado rápido y no fui capaz de ver hacia dónde se dirigía.
Ahora, luego de tantos años, mi madre continuaba destrozada. Ella pasaba noches en la habitación de Thomas, la cual —cabe mencionar— nunca fue desmantelada; se quedaba allí, aferrada a su oso de peluche como si la vida dependiese de ello y se dormía llorando; y había comenzado a beber hasta perder el conocimiento. A diferencia de ella, papá no me dirigía la palabra. Estaba convencido de que la muerte de Thomas había sido mi culpa y que debería cargar con ella hasta el final de los tiempos. Créanme, lo hacía.
Queriendo alejar todos estos pensamientos de mi mente, los recuerdos fuera de mí, me dirigí hacia el vestuario de hombres y tomé la ropa que guardaba en mi casillero. Hice algunas flexiones, pesas, abdominales y otros ejercicios que no recordaba haber hecho, pues estaba demasiado concentrado en lo que mi pasado implicaba y en cómo se veía plasmado en mi presente. Porque un simple error había cambiado mi vida por completo en un rápido segundo. Un segundo al que jamás podría regresar. Un segundo que había provocado que mi familia se cayera a pedazos y que el resentimiento de mi padre nublara su juicio. La única comunicación entre él y yo era a golpes, comenzados por él, uno tras otro, en un modo por desquitarse por tantos años de dolor y pérdida. Al principio dejé que lo hiciera porque no habría golpe que mi cuerpo no pudiera resistir luego de que mi corazón se rompiera a pedazos con la muerte de Thomas. No obstante, a los catorce años entendí que no había motivos por los cuales odiarme, que no había manera de responsabilizarme por lo ocurrido y que no soportaría un golpe más en mi cuerpo.
Por esa misma razón, comencé a ejercitarme tanto como podía y continué jugando fútbol americano a pesar de que mis padres ya no estuvieran allí para alentarme. Hice todo lo que era necesario para formarme físicamente y evitar que las lesiones de mi padre fueran más visibles que las suyas. Aun así, no lo odiaba. Es decir, no entendía cómo alguien podía golpear tanto a su hijo, pero esa no era razón suficiente para hacerme detestarlo. Aquel hombre continuaba pagando mis estudios luego de tantos años de odio. Nunca me había dado una explicación a ello, debido a que uno creería que querría alejarme de su vida tan pronto fuera mayor de edad. Al parecer, o una parte de él aún se preocupaba por mí o creía que pagar mis estudios adelantaría el proceso de salida de mi casa.
Blake se unió a mí en cuanto comencé a correr alrededor de la pista de fútbol, a paso acelerado y listo para expulsar de mí todo lo que me había estado molestando en la última semana. A pesar de que quise poner cierta distancia entre ambos, mi mejor amigo siempre había estado allí para mí y no tenía intenciones de alejarse. Corría a mi lado en silencio ni en búsqueda de información, si bien sabría que lo haría pronto. Por un segundo, observó a las chicas que se encontraban sentadas en el estadio y rió por lo bajo.
—Te están mirando —dije jadeando—. Ve y diles algo.
—No es a mí a quien quieren, idiota.
—Sabes que no me interesa —respondí, sin mirar en su dirección para que no pensaran que estaba interesado en lo que fuera que tenían para ofrecer.
—Entonces, ¿qué hay de esta chica? —Blake preguntó, la duda en sus palabras, ya que no sabía si era un tema del cual quisiera hablar con alguien. Por lo general, temas como éstos los discutía conmigo mismo y con nadie más—. Kiera, ¿cierto?
— ¿Qué sucede con ella?
—Deja de actuar como si no supieras de lo que te hablo, Mason —comentó, desviando sus ojos hacia mí—. Sé lo que sucede aquí. He visto esa mirada antes, y no quiero comparar esta situación a cuando tenías doce años, pero lo haré si debo —al no responderle qué significaba esa "mirada" que tenía en mi rostro, prosiguió: —. La mirada de "la amo en secreto pero no pienso arrastrarla a esto".
—No sé a qué te refieres —aceleré mi paso, queriendo poner más distancia y dar por terminado el tema. Porque sí sabía lo que significaba esa mirada, la había tenido en mi rostro durante todo un año cuando era un niño y estaba enamorado de Gwendy.
Mi mejor amigo me alcanzó en cuestión de segundos, golpeando con suavidad mi estómago con su mano. —Vamos, hombre. Puedo verlo en todo tu rostro.
—Sabes que no puedo estar con ella, Blake —al disminuir mi paso, alcé un poco mi camiseta azul y limpié el sudor de mi rostro—. El amor es una debilidad, ¿acaso no recuerdas eso? Porque yo sí y no hay manera en esta vida de que de un paso al frente con esa chica. Además, recuerdo a su hermano. Adam Harrison, un pedazo de mierda. ¿Qué si ella es como él?
—No pensabas lo mismo el día que la defendiste —me recordó acerca del día que la conocí cuando éramos unos niños—. De hecho, creíste que...
— ¡De acuerdo, cállate! —exclamé, haciéndolo reír.
— ¿Ahora dejarás de inventar excusas y evadir el tema más importante de la semana? Porque en verdad necesito embriagarme, Wate —Blake cambió de tema casi automáticamente para aligerar el ambiente.
— ¿Tengo que hacerlo?
—Sí, sí debes.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...