KIERA
Sus firmes manos me mantenían atrapada al colchón mientras yo lloraba en silencio, observando las luminosas estrellas en el techo. Deseando, como siempre, perderme en ellas. Desde que era una niña me había concentrado en aquellos pequeños puntitos en el techo de mi habitación, debido a que me había prometido a mí misma que pronto desaparecería de aquí y vería estrellas reales que no me recordaran a todas las noches que había pasado en este dormitorio. Éstas eran un constante recordatorio de mi vida y de la persona que me atormentaba constantemente cuando le diera la gana.
Un gruñido inhumano se atoró en la garganta del chico que me atacaba al menos una vez por semana, el llanto escapándose de mí e incapaz de detenerse. Pese a que el dolor parecía excitarlo cada vez más, las amenazas continuaban emergiendo de sus labios secos y agrietados si decidía gritar o contarle la verdad a alguien. Quería llamar a alguien en busca de ayuda, ¡incluso a mis padres!
Aun así, nadie podría salvarme, por lo que me aferré a la delgada tela que cubría mi colchón y mis nudillos, agrietados por arañarme durante las noches, se tornaron blancos en cuanto sentí su bulto entre mis muslos.
Por favor, sálvame.
Mis párpados se abrieron rápidamente mientras profería un grito ahogado, la pesadilla siendo demasiado real como para no sentir cada una de sus manos en mi cuerpo en este maldito instante. Fue por ese motivo por el que pasé mis manos por el resto de mis piernas, con tal de alejar el recuerdo de mi mente y su tacto de mí. Cada vez que mi mente recordaba todas esas noches en mi dormitorio, mi garganta se cerraba por completo y las nauseas y mareos amenazaban con sobrecargarme. Poco tiempo más tarde, la agitación en mi pecho había regresado a la normalidad y mis ojos se habían acostumbrado a la completa oscuridad a una velocidad que sólo yo podía lograr. Creí que me había desmayado en el baño del restaurante a causa de la escena de celos de Laureen y sus amigas, aunque, al mirar a mi alrededor, no había ninguna señal que me demostrase que me encontraba allí.
En cambio, estaba en... ¿Mi habitación? Pero, ¿cómo había llegado hasta aquí? Lo último que recordaba era haber corrido hacia el baño, aferrarme al inodoro frente a mí y... ¡Oh, santa mierda! Mason, el chico de cabello parecido a la arena y ojos esmeraldas como el océano, había entrado en el baño de damas sin importarle lo que la gente pudiera pensar de él. Claramente mi reputación me seguía a todo lugar que fuera, pues era difícil poder cubrir mi ser cuando estaba tan rota por fuera como por dentro. Recordaba el modo en el que me había observado, como si no fuera más que un pobre cachorro sin lugar a donde ir. Como si me tuviera lástima. Detestaba esa mirada y probablemente se están preguntando por qué. En respuesta, sólo puedo decir que las miradas no fueron hechas para juzgar, sino para contemplar, y que los ojos de tantos extraños me valoren para bien o para mal sin siquiera conocer mi historia es una de las peores cosas con las que he tenido que cargar toda mi vida.
No hay que juzgar un libro por su portada. Sin embargo, las personas que me rodeaban no podían evitar hacerlo al leer el primer capítulo de mi vida, sin dedicar tiempo suficiente para leer el final.
Mason se encontraba junto a mí, su cuerpo pegado al borde de la cama de Liv con tal de mantener la distancia. No sabía si el motivo de este hecho era porque en verdad quería protegerme de mí misma o de los demás, porque tenía intenciones que despreciaba con cada nervio de mi cuerpo, o si, en último lugar, había querido evitar que me llevara una sorpresa al despertar. Cualquiera que fuese la razón de su intrusión en mi dormitorio, me vi consumida por el modo en el que dormía. Tan profundamente, sus pestañas se batían con suavidad, sus labios se encontraban entreabiertos para que el aire pasara por ellos y sus manos se estiraban hacia mi colchón para asegurarse de que aún estuviera allí con él. Nunca antes había visto a otro ser dormir, y mucho menos de un modo tan angelical y majestuoso como Mason Wate lo hacía. Quise acariciar su cabello y peinarlo fuera de sus perfectos ojos, mis dedos recorriendo el resto de su rostro tan familiar para mí inconsciente y a la vez tan extraño.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...