KIERA
Amaba sentir el sol sobre mi piel. El modo en el que éste calentaba mi cuerpo generaba cierto confort. Para ser precisa, todo en la naturaleza me provocaba sentimientos de calma por alguna razón que desconocía. El calor del sol abrazaba mi cuerpo a pesar de estar a miles de millones de kilómetros de distancia; el viento acariciaba mi piel tan gentil como siempre; y, mientras que el olor a primavera se impregnaba en mi ropa, el suave sonido de las hojas moviéndose sobre las copas más altas de los árboles era la melodía más hermosa que había escuchado. La naturaleza tenía vida propia por tan insignificante que parezca y por tan poca atención que le prestemos.
Mason se encontraba junto a mí, acostado en la delgada manta azul que habíamos estirado sobre el suelo hacía unas horas luego de que lo retara a quedarse allí conmigo a disfrutar del aire fresco. Quería que entendiera por qué me sentía tan a gusto aquí afuera. Sus dedos jugaban con los míos, entrelazándolos con inocencia. De repente, él se había apoyado sobre su costado para poder verme mejor y sus labios descendieron hacia los míos. Me fundí en su aroma y la suavidad con la cual me besaba, porque nadie había sido tan gentil como él no era. No obstante, en cuanto se alejó un poco para poder mirarnos a los ojos, no era su rostro el que deseaba, sino el de Adam. La sonrisa dulce de Mase se vio reemplazada por una sin gracia y poco carismática, sus ojos esmeraldas se habían oscurecido hasta parecerse al color de la noche y sus manos, las cuales antes me habían acariciado con cuidado, eran descuidadas y me apretaban demasiado sin medir su fuerza.
— ¿Me extrañaste? —un lado de su boca se alzó hacia arriba y sus ojos se oscurecieron más.
Esas palabras me desestabilizaron, si bien lo que en verdad hizo que quisiera perderme a mí misma en el sonido de la naturaleza fue su erección contra mi muslo. Quería alejarme de las manos de Adam, de las manos de hombre que me había destruido. Por su culpa, había perdido cada parte de la persona que era hasta ver mis cualidades yacer en el suelo en pequeños pedazos de escombro. Porque, no importaba cuánto quisiera levantarme, siempre había motivos para mantener la cabeza gacha.
Su mano cubrió mi boca, impidiendo que gritara en busca de ayuda. No había sucedido algo como esto desde que había amenazado a Adam con arruinar su vida al exponerlo, y eso había sido cuando tenía quince años, por lo que, regresar al agujero al cual había trepado durante los últimos tres años de mi vida, no era una opción. Adam desaprochó sus jeans, el sonido de la bragueta siendo deslizada hacia abajo llegando a mis oídos. En cuanto sentí su bulto entre mis piernas, comencé a temblar, una reacción sobre la cual no tenía control alguno. Él me observó con jubilo, sabiendo que tenía todo el poder del mundo, y entonces...
Me desperté alterada, rápidamente sentándome sobre mi colchón y aferrándome a las sábanas, las cuales se habían rasgado con el tiempo. Lágrimas corrían por mis ojos, resbalaban por mis mejillas y caían por mi mentón hasta esconderse en mi remera de pijama. Odiaba sentirme así, impotente, sin poder hacer nada para cambiar mi futuro. Porque, a pesar de que había una gran probabilidad de que no sucediera más, Adam seguiría en la imagen. Muchas veces intenté convencerme a mí misma de que la mejor opción era asesinarlo, aunque me repetí a mí misma que no era la clase de persona que podía tener sangre en sus manos y me recordé que siempre podía huir y no regresar jamás.
Tan pronto como la idea de asesinarlo cruzó por mi mente, arrojé las sábanas hacia un lado y corrí sigilosamente hacia el baño. No quería que Olive me viera, sabiendo lo que estaba sucediendo, y se preocupara por mí cuando no había necesidad de hacerlo. Fue entonces que me apoyé sobre mis rodillas, ya demasiado raspadas por los continuos episodios en los cuales pasaba al menos veinte minutos en el baño, levanté la tapa del inodoro y dejé que mi cuerpo hiciera lo suyo. Al comprender lo que significaba, me desilucioné de mí misma por creer que este era el único método de expresarme y permanecer cuerda. Mis manos temblaban, sujetaban mi cabello hasta tirar de él y las lágrimas se deslizaban por el rabillo de mis ojos ante la impotencia que sentía en el momento.
¿Qué estaba haciendo? No había razones para arruinar mi vida de este modo, y, sin embargo, esto era lo único que conocía. Lo había conocido desde que tenía trece años y nadie lo había notado desde entonces. Mis compañeros me acusaban de bruja y de estar demasiado flaca sólo para llamar la atención, pero nunca avisaron a ninguna autoridad lo que creían que me sucedía; el consejero de la escuela, durante nuestra primera y última sesión, creyó que estaba loca; y mis padres sólo creían que mi aspecto físico y me peso era consecuencia de la genética, a pesar de que su pequeña estuviera pidiendo ayuda a gritos. En verdad no quería atención, y, de hecho, una parte de mí se alegraba porque nadie lo hubiera notado antes. Pero esa era la parte de mí que sabía que estaba enferma, la parte de mí por la cual me lastimaba a mí misma sin saber cómo podría afectar a los demás.
Entonces, limpié mi rostro con agua y cepillé mis dientes al menos tres veces para asegurarme de que no había manera alguna de exponerme a las preguntas de Liv. Nada de lo que hubiera hecho para esconder lo que estaba haciendo era suficiente para que mi amiga no levantara sospechas sobre los motivos por los cuales me encontraba en el baño. Me apoyó sobre el marco de la puerta y le sonreí débilmente.
— ¿Estás bien? —preguntó Liv desde su colchón.
—Sí, no es nada —mentí sin tener razones para hacerlo—. Continúa durmiendo.
—Kiera, vamos... —ella se sentó esta vez, ojeras oscuras cubriendo sus ojos—. Sé quién eres y puedo reconocer cuando mientes.
Suspiré y asentí, recordando cuántas veces Mason Wate se dio cuenta que no estaba más que inventando cuentos para no contar la historia verdadera. —Lamentablemente no eres la única que parece notar cuando miento.
— ¿A qué te refieres?
—Mason me mira como si con sólo concentrarse un poco pudiera leer la historia de mi vida —le intenté explicar, porque me sentía de ese modo—. Como si fuera un libro fácil de leer, expuesto para que pueda ser leído por sus ojos.
Durante años, había construido muros y había puesto límites en mis relaciones personales por temor a lo que podría suceder, a lo que podría significar. Había creado toda clase de barreras que les impidieran llegar a mi corazón. Aun así, Mase simplemente caminó dentro de mi vida hasta que fue demasiado difícil para mí detenerlo de descifrar el código que mantenía mi corazón intacto. Un corazón cuyas piezas ya estaban rotas por reiteradas decepciones. En el momento en el que había creído que él podría recuperarlas y ponerlas nuevamente en su lugar, mis sensores detectaron que su amor por mí podría causar más penas y felicidades, y no por la clase de secreto que cargaba consigo sino porque se alejaría de mí una vez que supiera lo rota que estaba.
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Pieces of Us ©
Romance"Dios nos da lo que cree que podemos soportar." Kierra Harrison ha escuchado aquella frase en reiteradas ocasiones a lo largo de su vida, pero su creencia en un ser superior ha desaparecido hace un largo tiempo. Destinada a una vida de dolor y sufri...