Parte 42: Nuevo comienzo

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KELLAN





Fue realmente difícil, comenzando por las direcciones. No era un experto en Portland, pero tampoco había llegado sin saber nada, pues gracias a que desde pequeño mis padres habían viajado conmigo hasta esa ciudad, el nombre de las calles se había ido grabando poco a poco en mi cabeza. El problema era que sabía lo básico para poder andar solo en las calles, y no servía demasiado pedir indicaciones porque de todos modos no sabía dónde me estaban dirigiendo.

Es por eso por lo que parte de mis vacaciones se fueron estudiando con mis tíos Edward y Matthias. Se encargaron de que hasta mis sueños fueran en las calles de Portland para que no fuera difícil integrarme a la universidad. Aun así, debo admitir que los primeros días fue bastante complicado.

Aun así, fue un gran obstáculo que logré superar cuando fui conociendo a los chicos, nuevos amigos que se convirtieron en personas más importantes de lo que había esperado al pisar esas tierras.

Primero conocí a Mayeth, mejor conocida como May. No estábamos dentro de la misma profesión, sino que nos conocimos en un taller extraprogramático de deportes que prometía tener beneficios para aquellos que destacaran en competencias, y aunque ese tema no era realmente la motivación por la cual me inscribí, admito que me vino de maravillas tener cupones de descuento en comida. Creo que había sido el mejor premio recibido en mi vida.

May y yo teníamos la misma edad. Ella estaba estudiando para ser maestra de primaria y se había inscrito en el taller para lograr beneficios de descuento en el arancel de la colegiatura, su padre había fallecido hace pocos años y la situación económica de su familia se había desestabilizado a tal punto que era casi un milagro que haya conseguido estudiar. Se había criado en Washington D.C. con sus padres, aunque sus abuelos maternos residían en Portland desde hace años, y dado a que esta Universidad había sido la única que le ofrecía descuentos en cuanto a dinero, no rechazó la opción de mudarse y vivir en las habitaciones que la facultad ofrecía, pues decía que vivir con sus abuelos sería integrarles una preocupación más, y que para la edad de ellos eso no era conveniente.

—¿Cenamos Chanterelle? — Me preguntó May mientras registraba la alacena de la cocina de mi departamento, yo la miré desde mi puesto en el sofá, encogiéndome de hombros y asintiendo.

—Cenemos cualquier cosa mientras no cocine Kellan, creí que iba a morir la última vez. — Miré de mala forma a Tayler, quien salía del cuarto de baño con solo la toalla amarrada a su cintura.

—Primero: Ponte ropa. — Le respondí, a lo que él rodó los ojos sacándose la toalla de la cintura, dejándome ver que estaba con unos pantalones cortos debajo. — Y segundo: No fui yo quien comenzó a fastidiar con que me tocaba cocinar alguna vez, se los advertí... La cocina no es lo mío.

—Sí, debimos haberle hecho caso al señor Stephan. — Me reí al oírlo, me parecía demasiado tierno cuando Tayler llamaba así a mis padres.

Tayler, un año mayor que yo, estudiábamos lo mismo y había sido mi tutor los primeros meses, lo que me vino de maravillas. Tayler había nacido y sido criado en Portland, aunque sus padres eran de nacionalidad francesa, lo que fue una ventaja al crecer hablando dos idiomas. Él era un chico bastante extrovertido y alegre, no había sido para nada difícil hacernos amigos y creamos una confianza con tanta rapidez que sorprendió hasta a mis padres.

Habíamos terminado viviendo los tres juntos en el departamento que mis padres habían comprado, pues May había comenzado a tener problemas en los dormitorios por culpa de vecinos demasiado fiesteros que no la dejaban descansar, y Tayler quería sentirse más o menos independiente pues no se llevaba del todo bien con su padre, ¿La razón? El hombre no estaba de acuerdo con su orientación sexual.

No lo nieguesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora