Capítulo Quince

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Capítulo Quince

 

Han pasado cinco meses desde nuestro casamiento. Pasamos un mes hermoso de luna de miel en nuestra cabaña, amándonos sin cesar a cada hora. Luego regresamos a nuestra aldea muy felices, decididos a dedicar por lo menos un fin de semana para nosotros en la cabaña. Estábamos alegres de regresar pero algo tristes por dejar atrás los maravillosos días allí y la quietud y calma del bosque.

Mudamos las cosas de Peeta a mi casa, excepto por sus utensilios de cocina. Viviríamos juntos en la mía pero él levantaría una nueva panadería en la que antes era su casa de soltero. Peeta siempre vivió allí solo, su familia no quiso mudarse con él una vez que regresamos victoriosos de los Juegos.

Nos acostumbramos a amoldar nuestros cuerpos para dormir cómodamente juntos, organizamos nuestros espacios en la casa, nuestros horarios de ocio para que coincidieran. Han sido los mejores meses de mi vida, levantarme en las mañanas con sus brazos a mi alrededor, bañarnos juntos, desayunar, cocinar, jugar, todo juntos,  Peeta hasta me ha acompañado unas cinco veces a cazar. Cada vez aprende a mejorar el ruido de sus pisadas.

Haymitch y Effie, que oficializaron su relación vivían peleando, en broma pero discrepaban mucho, nos envidiaban nuestra sincronía y dulce relación. Será que estábamos destinados desde siempre a estar juntos, no encuentro otra explicación más que esa. Aunque Haymitch tiene una teoría que debo decir es bastante acertada. Dice que nos llevamos a la perfección porque yo estoy en armonía y no tengo problemas, que siempre fui yo la que impedía la fluidez de nuestra relación.

Peeta dice que no, que no es por mí, que es por la situación, por la Nación, que ésta le permite a todos aspirar a alcanzar la felicidad. Todos queremos rehacer nuestras vidas, reconstruir de las cenizas lo que se nos fue quitado.  No hemos tenido demasiadas pesadillas. Y cuando yo las tengo sólo me abrazo con fuerza a él y al rato pasan. Él en cambio se queda estático, como en trance y lo tengo que calmar yo, con suaves caricias y besos, diciéndole que estoy a su lado hasta que afloja la tensión y nos dormimos abrazados. Somos complementos importantes para el otro. Sin uno de nosotros, el otro no funcionaria.

Estamos en otoño ahora, hace un clima perfecto. Ayer recibí una llamada de Johanna, desde mi casamiento que no he recibido noticias ni de ella ni de Gale. Supongo que se sentían algo avergonzados o se encontraban ocupados, ya que ahora trabajan para la presidente Paylor. De todas formas me sorprendió su llamado, me dijo que planeaba visitarnos al día siguiente. No me dijo nada sobre Gale ni yo se lo mencioné. No quería presionarla así que le dije que la recibiríamos encantados, que Peeta cocinaría algo delicioso para ella. Johanna más relajada me dijo que quería un pastel de fresas de postre.

Al terminar la conversación telefónica, me dirigí a ver a Peeta a su nueva panadería, cruzando la calle. Lo encontré con un delantal blanco y un gorro también blanco en su cabeza, tenía sus manos en la masa. Me quedé observando cómo se esforzaba para unificar la masa, sus brazos se inflaban y algunas venas se le marcaban en los antebrazos. Mordía su labio inferior y su cara de concentración me despertó los sentidos. Su ceño fruncido siempre provocaba algo en mí, era imposible no querer besarlo cuando se veía tan irresistible. Sacudí mi cabeza, respiré hondo y me acerque por detrás, abrazándolo por la cintura. Él respiró pesadamente y dejó de mover sus manos.

-          Amor, ¿Qué haces aquí?

-          Te extrañaba. – dije apretándome más contra su espalda.

-          Yo también, justo estaba pensando en que esta sería la última tanda de panes por hoy y me iría a casa a tomar un baño contigo. – dijo girando su cabeza hacia el costado izquierdo para mirarme por la esquina de sus ojos.

Alianza - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora