Capítulo Veintiuno

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                   Capítulo Veintiuno

                     

 

            Se suponía que todo iba a mejorar, que ya no íbamos a sufrir más. Que este niño era una bendición, que vendría a un mundo en el que sus padres lo recibirían alegres y con los brazos abiertos. Ya no sé qué pensar. No me siento cómoda trayendo a una vida a este mundo, a que sea perjudicada por mi maldición. Todo lo que toco es perjudicado, toda persona cercana a mí que me importe también lo es. Effie ha muerto, junto a muchas personas más que venían en ese tren. Haymitch ya no quiere vivir, se culpa a sí mismo, me culpa a mí.

            El día que recibimos la noticia fue el día de mi mayor debilidad. Me sorprendí a mí misma, nunca había sido tan débil físicamente. Cuando moría de hambre luego de que mi padre muriera y antes de que Peeta me diera el pan que salvó mi vida, nunca me había desmayado. El embarazo, tener que cuidar no solo de mí sino de un ser que crece y se alimenta dentro mío… No quiero tener esa responsabilidad y mucho menos ahora cuando he perdido a una de las personas más importantes para mí. Quiero refugiarme en el bosque, quiero distraerme cazando pero no puedo porque debo hacer reposo luego del desmayo.

            Peeta no se aparta de mi lado aunque no me dirige la palabra. Lo he tratado muy mal, pero no puedo pedirle disculpas, no todavía. Cada uno trata con el duelo a su manera. Haymitch, toma, mucho, está todo el día inconsciente y vomitando. Peeta me cuida a mí, cuida de Haymitch, trata de mantenerse ocupado pintando, en la panadería y obligándonos a comer. Yo, yo permanezco en cama todo el día, tratando mal a Peeta, a mi madre, hasta al doctor que viene regularmente a verme. Necesito estar sola, pero verlo a Peeta a mi lado después de lo cruel que fui con él, es un alivio y un consuelo.

            Ha pasado una semana. El tren tuvo que desviarse por un derrumbe en las vías y tocó una mina vieja. Todo explotó, no sobrevivió nadie. Consecuencias de la guerra, estas nos persiguen como fantasmas. Nuestras pesadillas han vuelto con mucha más frecuencia. Peeta me despierta y me abraza pero no me dice una palabra. Me siento mal porque necesito su consuelo, oír su voz, a pesar de que lo comprendo.  Luego de mi desmayo, me desperté y me enteré de cómo había sido el accidente, el doctor me recetó mucho reposo y yo le grité que me quería ir al bosque, que si perdía a este niño, bien.

La forma en que Peeta me miró, me desgarró el alma, estaba dolido, muy dolido, decepcionado, triste, en vez de consolarnos mutuamente o de juntos ayudar a Haymitch, yo lo traté mal. ¿Quién consuela a Peeta? Luego de esto, ¿Cómo será nuestra relación? ¿Me perdonará? No le pido disculpas porque soy orgullosa y tengo miedo de su reproche, del dolor que transmitirán sus palabras.

Luego de gritarle eso, me puse de pie y corrí fuera de la casa. Fui a la de Haymitch, todo estaba cerrado pero se escuchaban ruidos. Peeta que había corrido detrás de mí, sin decir nada, se impulsó rompiendo la puerta principal. Corrimos al comedor, donde vimos a Hymitch rompiendo todo lo que había a su alcance.

-          Haymitch. ¿Qué haces? Detente por favor.  – le dijo mi esposo poniéndome detrás suyo. Haymitch se dio la vuelta y nos enfrentó. Su rostro desfigurado por la furia y el dolor, me hizo soltar un gemido. Él río de repente.

-          Son los tórtolos… ¿Qué son esas caras? ¿Vinieron porque estaban preocupados? ¿Por mí? – su estallido de frenéticas carcajadas, me heló la sangre y erizo cada vello de mi cuerpo.

-          Haymitch por favor… - dije calmadamente, pero con mucho miedo de su reacción.

-          ¿Qué? ¿Por favor qué? Estoy bien. No voy a calmarme por ahora. De alguna forma necesito lastimarme.

Alianza - (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora