Un sonido estridente rompió la armonía del silencio que me rodeaba, provocando que no tuviera más remedio que levantar mi mano con tal de acallar aquella bocina que se encargaba de despertarme todos los días. Estaba empezando a estar hasta el coño de ese ruido del infierno, pero como cambiara a alguna melodía suave de estas que el teléfono te pone como predefinidas, capaz sería de dormirme aún más en lugar de ponerme en pie. Froté mi cara con la almohada, ahogando en ella un gruñido. Me apetecía mucho dar comienzo por fin a las clases, pero había dormido aproximadamente tres horas y me caía de sueño. Los nervios, supongo.
— Buenos días —una voz templada me hizo girarme a mirar hacia la puerta, a tiempo de ver cómo mi madre movía su cabeza para indicarme que tenía que irse.
Me alcé cuando se acercó para recibir con gusto su despedida matutina. Durante el verano apenas podía hacerlo en condiciones porque me despertaba mucho más tarde que ella. Un beso en la frente dio por acabado el achuchón y acto seguido echó a andar hasta salir de casa sin emitir apenas ruido. Me tiré de espaldas a la cama para suspirar, sonreír al pensar en que iba a volver a ver a mis amigos, a mis compañeros, a la nueva gente que seguramente vendría, a Amber... Amber. Otro suspiro. Llevaba sin verla desde mi cumpleaños, en junio. Dos meses habían pasado. Debería morirme de ganas de verla, suele pasar cuando llevas tanto tiempo sin ver a tu pareja, pero lo que tenía era miedo, incertidumbre. Ni una llamada. Una risa irónica. Más suspiros.
— Valiente idiota —susurré como paso previo a ponerme en marcha.
No es que mi relación con ella fuera mal. Tampoco iba bien. Estábamos, la costumbre, quiero creer. En octubre íbamos a hacer dos años, y yo jamás hubiera pensado que llegaría a estar a mi corta edad tanto tiempo con una persona. Tampoco es que no lo quisiera, simplemente la situación se dio así y yo me enamoré como una gilipollas de ella. De sus seis lunares en la cara, de sus ojos verdes selváticos, de su pelirrojo natural, de su acento seseante -culpa del poco tiempo que llevaba hablando el español-, de la forma en la que se reía cuando hacía algún chiste de los míos. Pero todo había empezado a caer en picado. Y tenía una ligera sospecha de por qué.
Me senté en el taburete de la cocina, esperando a que terminara de hacerse el café que mi madre había puesto a calentar. Adoraba ver cómo la cafetera de hierro se empañaba con las llamas que salían en combustión de los fogones, el olor que comenzaba a dejar cuando subía por el cacharro, agridulce, amargo, olor de recién despertar, el sonido burbujeante que indicaba que pronto tendría que apagar el gas.
Por fin comienza la mañana.
Me quedé absorta en el baile que hacía el aire ardiente provocado por una reacción química de oxidación acelerada (gracias Wikipedia). Imágenes fueron cruzándose a toda velocidad por mi cabeza, sin darme tiempo a asimilarlas del todo, sin un orden cronológico del todo definido. El naranja intenso acompañado de un sofocón apaciguado poco después por una lluvia de agua concentrada y a presión, las hogueras de San Juan alicantinas; playas, arena, sol, gente, mar, olor salado; una tarta de tres chocolates, mi madre, Amber, dos velas encendidas, mi decimoséptimo cumpleaños; el viaje a Madrid para vivir el World Pride, que ese año se juntaba con el Europeo, Rubén, David, Lara, conciertos, mi canción favorita en directo -Statements, gracias Loreen por semejante obra de arte-; un lago, verde, ovejas, monte, más verde, más de mis amigos, el viaje que vino después del último día de manifestación; el bajón de volver a casa, la ansiedad que ocultaba a los ojos de mi madre, la decepción de no saber de mi novia; despedirme de Elena, un abrazo que me dejó rota por dentro, saber que la vería mucho menos ahora que se mudaba a Galicia; tardes de música con el grupo; mi guitarra negra, los golpes frustrados al piano, las decenas de hojas que había rellenado con palabras mal unidas, garabatos, tachones, frases que sabía que podía utilizar en alguna canción; los auriculares hechos un lío de cables en la cama al despertar, con acordes aún saliendo de ellos después de trabajar durante toda la noche y parte de la mañana.
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Postdata.
Fiksi UmumSupongo que al final lo único que me quedó decirte fue que te iba a echar de menos, aunque siempre me echaras de más. Esta es la última data que te escribo, y el final, como siempre: PD: Te quiero.