12. Engla; Última oportunidad

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Me tiré sin ningún tipo de cuidado sobre la cama, rebotando en ella y dejando mi cara aplastada contra el colchón. No tenía ninguna gana de hacer nada que no fuera rezongar mientras me retorcía entre mi miseria. No estaba cabreada, sin embargo, solo estaba molesta conmigo misma por sentir que tenía derecho a estarlo. Blake no me había dedicado año y medio de su vida haciendo por mí lo que a Amber le costó largos meses hacer desde el minuto uno. No tenía sentido que me encontrara así, por una tontería que, además, ya sabía. Pero lo estaba. Y solo quería sentarme a esperar a que se me pasara. La nota de la rubia me quemaba en el bolsillo de la mochila, lo había dejado ahí sin siquiera abrirlo porque no quería que toda su ternura me fastidiara el estar fastidiada. Curiosa contradicción, necesitaba sentirme mal para apreciar mejor el estar mal... ¿no es raro?

Me arrastré por las sábanas hasta quedarme en el filo lo suficientemente cerca como para estirar el brazo y coger la bolsa que guardaba aquel preciado trozo de papel que no era mío pero sí para mí. Leí casi con temor las líneas onduladas que trazaban ideas en blanco, que me decían que me querían sin hacerlo, sin decirlo. Suspiré con la última palabra y volví a dejarme caer.

— No estás siendo nada justa con ella —me dije a mí misma—. Podrías... no sé, mandarle un mensaje o algo, que no se piense que la odias o algo —silencio para pensar—. Pero es que también puedo no estar bien con ella y punto. No tengo por qué ir lamiéndole el culo siempre, ¿no? Bastante tuve con la otra. Ah, no, esta vez no va a ser igual.

Una vibración en mi pantalón me sacó de mi monólogo y, con alguna esperanza de no sabía qué, abrí el teléfono para descubrir un mensaje que me tensó y sacudió todas las ideas que había tenido hasta ahora. Un "necesito que hablemos, no estoy bien, necesito salir de casa" de Blake. Nunca la había visto mal y, mucho menos esperaba que fuera a decírmelo tan claro y a la cara. Me quedé un poco en shock mientras atinaba a pedirle que viniera conmigo si quería. En media hora la tuve picando a mi puerta.

— Hola —susurró con la cabeza gacha y la mirada esquiva, era la primera vez que se dejaba mostrar así.

— ¿Qué ha pasado? —cogió aire para soltarlo todo de golpe cuando me miró a los ojos.

— ¿Podemos hablar tranquilamente en tu habitación? —las cejas fruncidas, los hombros caídos... fuera lo que fuere debía ser gordo para tenerla como alma en pena.

— Claro, pasa.

Me quedé en pie frente a ella, con los brazos cruzados, esperando que fuera ella quien tomara la iniciativa de la conversación, pero solo se dedicaba a vagabundear la mirada por la sala, hasta que encontró la nota abierta en la mesita de noche.

— ¿La has leído? —me dijo después de unos insoportables segundos de ruido mudo.

— Ajá —asentí con la poca voz que me salió.

— No me has dicho nada —se llevó la mano a la frente, se revolvió el pelo e intentó mirarme de nuevo a los ojos, pero solo consiguió quedarse en ellos un instante que sentí más breve incluso de lo que fue.

— Para cuando estaba pensando una respuesta te encontrabas de camino... —levantó de golpe la cabeza, con un nuevo aire repentino.

— ¿Y qué piensas?

— Que eres una idiota, pero que me da igual —me encogí de hombros, puse mi mejor mueca de restarle importancia y esperé a que conectara sus iris con los míos.

— ¿Estamos bien?

— Nosotras sí, yo no. Y por lo visto ahora tú tampoco del todo... ¿Quieres contarme?

— ¿Me prometes que estamos bien? —mirada de cachorrito, irresistible como siempre.

— Voy a obviar por completo que me has dicho que no me quieres y que has pasado un recreo entero coqueteando con otra y voy a decirte que sí —le salió una ligera sonrisa, objetivo cumplido.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora