20. Engla; Recaída.

38 4 89
                                    

Volví a Madrid con las energías renovadas, con los pulmones echando vapores de alegría, con los poros limpios y con solo buenas vibras y aún mejores recuerdos. Todo el verano había sido un sueño irreal que aún, sentada en aquel tren como estaba, me parecía demasiado bonito para que me hubiera pasado a mí. Supongo que, aun con todo lo que llevaba encima de nuevas intenciones, nuevas personas que me apoyaban diariamente y que estaban constantemente intentando subirme una autoestima que, por desgracia, nunca había tenido de sobra, cosas como esta todavía eran mucho para asumir.

Me senté en el sillón de la que ya sentía mi casa, relajando los músculos después de deshacer la maleta y giré la cabeza para observar la ventana. Un atardecer precioso que quedaba oculto por los altos edificios de la capital. Me acordé de una persona concreta que siempre se quedaba embobada viendo el amanecer en clase, y pensé que... quizá, si estuviera aquí, se quejaría de que la invasión a la naturaleza nos impedía disfrutar de las vistas que ella más adoraba. Me reí sin poder evitarlo. Sonó el teléfono y lo cogí sin mirar porque esperaba su llamada.

— Acabo de aterrizar, ¿cómo estáis? ¿Habéis llegado ya?

— Llevo un par de horitas por casa, tranquilo. ¿Tú qué tal? ¿El vuelo tranquilo?

— Qué va, había una señora a mi lado que me ha estado hablando todo el trayecto.

— ¿En serio? Menudo viajecito te habrá dado.

— Estaría aburrida, la pobre. Que en realidad ha sido interesante, me ha contado con pelos y señales por qué acabó en Dinamarca si ella era española de pura cepa... Lo que no consiga el amor... —se rio, ligero, ocupando todo el sonido de la habitación en la que estaba—. Ay, te tengo que colgar, ha venido mi madre a por mí. Te quiero, te echo de menos, te beso tu cara bonita.

— De verdad, una pena que yo sea bollera, serías totalmente mi tipo.

— Una auténtica pena.

— Adiós, gordo, te quiero. Cuídate, me avisas con lo que sea —le oí asentir y saludar a alguien antes de escuchar el pitido que indicaba fin de llamada.

A solas de nuevo... Yuju.

Me levanté de mi cómodo asiento en busca de algo que llenara un poco el espacio vacío que se quedaba cuando no había ruido en la casa. Solía intentar evitarlo con música, con la televisión quizá, con mis compañeras de piso... Pero ellas no estaban y yo tenía demasiada resaca emocional como para estar pendiente de nada que no fueran mis pensamientos de soledad. Supongo que siempre he sido un poco así, me autoinducía pensamientos negativos para apreciar mejor los positivos. Me solía funcionar, pero siempre tenía alguien a quien recurrir en algún momento, ahora... simplemente me sentía perdida en un mar a la deriva sin saber si alguien estaría dispuesto a escuchar mis gritos desesperados de socorro.

A pesar de todo y de todos los que sabía que me rodeaban. Por lo menos era consciente de que aquél estado estaba injustificado y que tenía que tratar de controlarlo lo mejor posible antes de que me invadiesen otro tipo de pensamientos que se salían muy fuera de los estándares permitidos cuando me dejaba sentirme mal.

Pero no pasa nada, nunca pasa nada. Aunque pase de todo y mientras vea la vida pasar.

Me recordé que aún ahí había entendido que todo pasa, como decía Carla Morrison en la primera canción que decidí que fuera la carta de presentación para una joven yo, hacía tres años atrás, con la que había sido la mujer de toda una vida. Bueno, igual fuera demasiado exagerado pensarlo así. Quizá fuera fruto de la intensidad con la que viví toda la conexión con una persona que me había querido sin peros, sin ausencias y sin preguntas. Quizá sí, quizá fuera cosa de la edad, de las hormonas, de tenerlo todo revuelto y de no dejarme tiempo para sanar todo lo que llevaba encima antes de que se me añadiera peso extra al carro que ya empezaba a costar arrastrar.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora