Sentía mi pierna temblar, no podía dejar de moverla, nerviosa, impaciente, me hormigueaba cuando cesaba por algunos segundos, instándome volver a aquella forma de desestresarme. Había quedado con Blake en irnos juntas a mi casa al terminar las clases y me moría de ganas de poder pasar algo más de tiempo con ella. Nos hablábamos poco, de hecho. Quizá algún recreo en el que no decidía pasar algo de tiempo con ella porque me miraba curiosa por encima de las páginas de sus libros, un par de mensajes por WhatsApp para concretar aquella sesión de música y ya. Pero de alguna manera, fuerte e inexplicable, me sentía unida a aquella rubia, casi en deuda. Miré hacia atrás, buscándola en su esquina, descubriéndola mirándome con los ojos entrecerrados y una media sonrisa que me dejó claro que le divertía saber que estaba inquieta por lo que venía ahora. Seguramente ella tampoco estaba prestándole demasiada atención a la formación del present perfect.
Sentí en lo más profundo de mí el suspiro de alivio que solté al escuchar la sirena que daba fin a la clase y que significaba que podía levantarme para afrontar como buenamente pudiera aquella situación que me había tocado vivir. Así, me tomé mi tiempo para recoger mis cosas, dejar que se fuera vaciando el aula y acercarme a una Blake paciente, tranquila, todo lo contrario a lo que era yo.
— Mi madre ha dejado hecha sopa de verduras —fue lo primero que le dije al ver que me dedicaba una mirada de espera.
De puta madre, tía. Qué bien para romper el hielo.
— Perfecto —su tono suave, conciliador—. Oye, que lo del otro día fue excepcional, de verdad que no muerdo, no hace falta que estés tan tensita.
— Lo sé, lo sé —dejé caer los hombros junto a una respiración pesada, liberándome de algo de rigidez en el cuerpo.
Ya estaba, estaba ahí, demostrándome que no era esa chica fría y calculadora que parece ser cuando te parabas a observarla desde la distancia. Quizá sí fuera la solitaria que prefiere la compañía de alguna historia, de datos objetivos que le pusieran más fácil ignorar a la gente que no entiendes y de la que parece que no te puedes librar. Estaba demostrándome, una vez más, que me entendía sin necesidad de decirle nada, que leía mejor mi cuerpo que yo misma.
— Venga, chicas, para fuera que tengo que cerrar —nos echó la profesora, haciendo sonar exageradamente las llaves que colgaban de una cinta azul.
— Vamos —chocó su hombro con el mío y, sin mirar si la seguía, salió por la puerta sabiendo que lo haría.
El maldito efecto de los Hunter.
— Si quieres te sigo a ti, a lo mejor ya sabes dónde vivo y todo —le dije, cuando comenzó a subir la cuesta que iniciaba el camino de vuelta a casa.
— Te he visto varias veces venir por aquí —se giró, siguiendo el trayecto de espaldas, encarándome—. Oye, ¿qué ha sido de Amber?
Golpe bajo.
Cogí aire, asimilando la punzada de dolor que oír su nombre me había provocado en mitad del pecho.
— Lo digo por si me tengo que interponer o algo, nos está mirando fijamente —tenía su vista clavada en algún punto detrás de mí, pero no dejó de andar.
— Que piense lo que quiera, no fui yo la que quiso dejarlo —me encogí de hombros, resistiéndome a volverme, resistiendo a volver a mirarla, a mirar sus ojos, los ojos de mi vida.
— ¿Y tú cómo estás? —manteníamos la posición, provocando que tuviera que alzar la cabeza de más para encontrar a la vista su cara, impasible, siempre en sintonía con su aparente orden interior.
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Postdata.
General FictionSupongo que al final lo único que me quedó decirte fue que te iba a echar de menos, aunque siempre me echaras de más. Esta es la última data que te escribo, y el final, como siempre: PD: Te quiero.