9. Blake; Querer o no.

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La mañana llegó algo confusa. Escuché la alarma del teléfono vibrar en la mesilla de noche y, aprovechando que estaba en mi lado de la cama, la apagué, no sin poder evitar que mi compañera se revolviese entre mis brazos.

— Son las nueve y media de la mañana, puedes seguir durmiendo si quieres. No sé por qué tienes el despertador puesto si son vacaciones, en realid —me calló con un toque de labios, seguramente porque había empezado a hablar de más.

La escuché gruñir para después volverse a acomodar en su lado, instándome a abrazarla por detrás. Mi nariz quedó prácticamente oculta entre su pelo, inundándome todos los sentidos de ella. Olía a vainilla, a sudor y a mañana de domingo. Una extraña mezcla que podría, perfectamente, ganarse uno de los puestos superiores entre mi ranking de favoritos. Estábamos cerca. Muy cerca. Extremadamente cerca. Tanto que notaba la suavidad de su piel en cada movimiento. Era raro. Nunca había estado así con nadie. Ni siquiera había tenido ideas de hacerlo. No hasta que llegó Engla.

— ¿Quieres que hagamos algo hoy? —susurré en su nuca, viendo cómo se le ponía la piel de gallina, piel que besé posteriormente.

— Ajá —estaba medio dormida, pero el brazo que yo tenía en su pecho delató la aceleración que tomó su respiración, lo que me llevó a morderme la sonrisa cuando recordé lo que había pasado anoche.

— ¿Sabes? —hizo la cabeza a un lado cuando volví a posar mis labios justo en el lugar que unía su cuello con la mandíbula—. Ayer me ensañaron una cosa que me gustó mucho.

— Ah, ¿sí? —se giró hacia mí, intentando sonar seria, adoptando un rol sensual, provocativo que le salió bastante bien—. ¿Qué te enseñaron? —paseó sus dedos por mi pecho mientras la observaba observarme. Era gracioso, quizás un poco irónico. Éramos tan iguales para unas cosas y tan distintas para otras...

— Pues... A hacer algo así —mi mano trazó un camino descendente por su cuerpo, viendo cómo se tensaba entera al reconocer mis intenciones.

Una tensión buena, de anticipación. Sabía lo que quería, lo que venía. Y lo recibió de buen grado. Deshice aquella rigidez a base de caricias, de más besos, de dejarme los labios, los dientes y, por qué no decirlo, una parte de mí en ella.

— Se me ha ocurrido una cosa —me dijo, cuando retomó el ritmo normal en su manera de hacer llegar aire a los pulmones, mientras acariciaba mi pelo—. ¿Te apetece salir?

— Ajá —asentí—. Además, nos vendrá bien, aquí empieza a oler un poquito a sexo —rio ante mi gracia, llevándose consigo un cachito de mi alegría.

— Deberíamos abrir las ventanas antes de que entre mi madre y sepa qué clase de cochinadas hemos hecho aquí.

— Tú, qué vergüenza...

— A ver, que no se extrañaría de saber que su hija folla, pero...

— Tía, basta.

— A veces me recuerdas a un bebé de seis años atrapado en un cuerpo de una chavala de dieciséis. ¡Oh, Dios mío! —elevó el tono de voz—. Acabo de tirarme a un crío. ¡Soy una puta pederasta! —sus ojos estaban muy abiertos y fingió consternación tan bien que por un momento pensé que si hubiera sido algún otro tema, me hubiera colado el vacile.

— ¿Cuál era tu plan?

— ¿Pero no me has oído? Que puedo ir a la cárcel, Blake —me agarró un hombro con fuerza, siguiendo en su papel. Qué cabezota era cuando quería.

— Engla —la miré muy seriamente—, paso de ti.

— Qué feo eso, señorita —la boca abierta, los ojos brillantes de diversión.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora