7. Blake; Pupilas dilatadas.

56 7 128
                                    

Tal y como llegaron las Navidades, las vi despedirse. Lo único bueno que había sacado de aquellos días de vacaciones había sido poder compartir tiempo con Will, quizá por conseguir algún día de comidas familiares, de sentarnos los cuatro a pasar un rato, sin prisas ni malas caras. Había tardado cinco años, pero parecía que empezaban a estabilizarse las cosas en casa. Alguna vez mi madre me había sorprendido con alguna nota en la nevera, como la de esta mañana, en la que dejaba escrito "Después de la lluvia sale el sol. Os quiero, Jamie".

Wow, mamá, no sabía que tu psicología se basaba en Mr. Wonderful.

Me reí internamente, porque llevaba quince años ejerciendo y rara vez la había visto defender este tipo de frases. Prácticamente había sido una sombra en mi vida, en realidad. Estaba ahí, siempre, para lo que fuera. Pero había estado tan ocupada manteniendo a flote la economía familiar, superando la muerte de su padre en el último año y asumiendo los cambios de país, trabajo e idioma que entendía que hubiera esferas en su vida que habían tenido limitado su tiempo. Y sin embargo, Roger, su marido, había antepuesto el suyo con nosotros a su trabajo, que por suerte, se lo permitía sin mayores problemas. Los dos se habían comportado tan bien conmigo que no me cabía más que gratitud y cariño por esas dos personas que, para ser sincera, ni siquiera tenían por qué haberme recogido de aquél estúpido bosque. Me llevé la mano al omóplato de manera inconsciente al recordar aquello, tenía una cicatriz que lo cubría casi entero, un arañazo que no recordaba haberme hecho. Y eso sería preocupante, porque no es que fuera pequeño, precisamente. Mis padres me habían dicho que ya lo tenía cuando me adoptaron, sorprendente, porque no estaba ni siquiera infectado.

Me resultaba un enigma aún aquel espacio de tiempo que había sido mi vida previa a los recuerdos. Todo se me quedaba en una nube borrosa en la retina cuando cerraba los ojos e intentaba recordar. Pero nada. Nunca. Me hacía constantemente preguntas. Preguntas que no iban a tener una respuesta, pero que seguían en el fondo de un cajón de mi mente, un runrún constante al que me había acostumbrado y que ahora solo era parte de mí, no un ajeno que me molestase. Ya no. No dolía la incertidumbre de no saber qué motivos le han llevado a una persona a abandonar a otra, a dejarla a su suerte, con tan mala pata. O zarpa. O lo que fuera eso.

Decidí ignorar la vuelta de esos pensamientos cuando una notificación se hizo presente en mi teléfono. Llevaba dándole vueltas a una canción en el piano, dejándome llevar, dejando que lo que me nacía del pecho desembocara en la punta de mis dedos, que sabían exactamente qué teclas tocar para hacer una melodía que reflejara algo que no terminaba de saber poner en palabras. Sonreí sin siquiera quererlo, solo había dos personas que podían llamar mi atención, y una de ellas estaba tirada en mi cama viendo algún partido de básquet en el portátil. Lo abrí con una mano mientras continuaba con la otra en el instrumento.

"Buenas tardes, señorita Blake. Le escribo porque me acordé de usted. Vale, voy a dejar de hablarte de "usted", qué cringe. Quizá me haya saltado en el aleatorio una canción que me recuerda a cierto momento en cierto lugar que quizá haya pasado hace menos de tres semanas. Pero solo quizás. Una mera posibilidad. Ínfima, vaya. ¿Tú qué tal llevas lo de superar el concierto? Yo fatal.

PD: También es posible que haya terminado la canción y que quiera enseñártela."

Noté, después de terminar de leer, la mirada en mi cara de mi hermano, con un gesto pensativo, los ojos entornados.

— ¿Qué? —le insté a decirme algo, dejando de tocar.

— No, pero continúa. Es que de repente has dejado de sonar deprimente —emitió una risita.

— ¿Qué dices?

— Que a ver, tía, que a mí me relaja mucho cuando tocas así, es como una nanita que te deja dormidito, pero has empezado a tocar algo que sonaba casi alegre. Y me ha gustado.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora