Epílogo.

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—Mira, creo que tengo algo para esta rueda de acordes. —Miro con curiosidad a Engla, dejando de tocar la guitarra por un segundo.

Teclea una secuencia con mucha concentración y a mí se me viene a la mente, escuchando aquello, un beat que podría quedar genial. Me levanto para sentarme frente a mi batería y dar rienda suelta a la creatividad. Me asiente con la cabeza, enérgica, sonriente, animándome a continuar. Le gusta cuando sigo sus hilos.

Vuelven los días raros.

Vuelve todo el peso al deshacernos del pasado.

Ella comienza a cantar, yo entiendo por dónde quiere tirar. Pongo a grabar un par de ruedas que pegan con el ritmo de la estrofa y dejo el cacharro en loop.

Vuelven los días raros.

Y vuelve a brillar tu aura al bailar.

Sin saber parar.

—Espera, voy a por el cuaderno. —Coge su ramo de hojas y, al encontrar una página en blanco, escribe—. ¿Cómo has dicho? ¿Tu aura al bailar? —repite, queriéndose asegurar.

—Puedes cambiarlo si no te gusta.

—No, no, me encanta. A ver... —Se gira de nuevo al piano—. ¿Y si aquí hacemos esto? —Arruga la cara al ver que no suena bien el cambio de acorde—. Pero esto... —Se alegra al ver que encuentra el nuevo acorde.

—Vale, bien. Te sigo.

Cojo la guitarra, entendiendo cuál es el tono con el que quiere seguir la canción.

—Sí, sí. Eso. Ahí lo tienes —me anima, entusiasmada.

—¿Te gusta así? —le pregunto, con la ceja enarcada, intentando no reírme ante lo... curioso que ha sonado.

—Me encanta. —Pilla el matiz en el que le he seguido el juego y no tarda en guiñarme el ojo antes de ponerse muy seria e intentar disimular al ver entrar a Elyan con una botella de agua y tres vasos.

—Seguid, si os estaba escuchando. Sin miedo —comenta la que acaba de unirse a nosotras.

—No sé cómo no te mueres de celos... —divaga, distraída, Engla.

—¿De su hermana? Sería raro. Además —añade—, estoy segura de lo que siente por mí.

Centra su mirada en mí y a mí me falta poco para derretirme con el calor y el cariño que me demuestran sus pupilas.

—¿Te pones tú a la guitarra? —le pido, sabiendo que aceptará de buen grado.

Llegadas a este punto he de comentar que nuestra casa es un circo de idiomas. La mayoría de las veces, aunque no todas, hablamos en español porque a Elyan le gusta practicarlo. Pero hay otras tantas en que gana el terreno el inglés. Y como excepción y broche, el danés repiquetea los dientes de mi novia siempre que se lo pido, aunque suelo reservarme a estar a solas.

—Dadle —ordeno, intentando sonar amable pero determinada. Creo que lo consigo ante la mueca de aprobación de las dos mujeres.

Pues estoy consiguiendo ser realmente buena en esto, quién lo diría.

Vuelve a sonar la música y empezamos a sonar como una banda, ahora que teníamos un descanso en la nuestra.

Retuerzo en el recuerdo el grito del silencio.

Hago preguntas, respondo las dudas.

Invierte el sentido, aumenta el latido.

—Suena a puente —comenta Elyan en el momento en el que paro de cantar.

—A ver si encontramos el estribillo.

Ahora ya hecho,

curado el pecho,

tranquila la mente

y sin miedos de frente.

Entendemos la verdad,

para qué disimular.

Nos quedamos con lo bueno,

con las partículas y el calor,

con el humo y sin dolor.

Siguen los días raros,

seguimos sin tocarnos como nos tocábamos.

Siguen, en estos días raros,

las incógnitas que no queremos resolver,

para cerrar bien la historia esta vez.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora