11. Blake; Cambiar...

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Me senté después de un día agotador en el filo de la cama, suspirando para quitarme de encima el agobio que empezaba a transmitirme Engla con el suyo. No iba a culparle, ni siquiera se me había cruzado por la cabeza tal posibilidad... pero con ella si algo me pasaba era tener una conexión tan compleja que sentía como míos algunos sentimientos que procedían de ella. No nos habían dado ninguna tregua con los exámenes del curso, los profesores andaban con la palabra "selectividad" en la boca cada diez minutos, generando un cúmulo de tensión creciente a medida que se acercaba el mes crítico. Yo nunca había sido de las que se estresaban con los estudios, al final lo único que me había parecido interesante del día a día era aprender, lo aprovechaba bien, pero los continuos ataques de mi novia sí me preocupaban. Así que dejé el móvil a un lado al ver que mi último mensaje para asegurarme de que había llegado bien a casa aún no recibía ni el doble check y me relajé todo lo que pude.

Me dediqué a mirar al techo, tan blanco e impoluto que me resultaba vacío, inhóspito, un poco como lo que había sido mi vida antes de conocer a Engla. A veces, por mucho que quisiera negármelo, echaba de menos la soledad. Si no quedaba con ella, la tenía al teléfono, y si no, era Will quien me daba conversación. No me molestaba, no me incomodaba, simplemente generaba en mí algún tipo de rechazo cuando no tenía tiempo para no pensar en quiénes me rodeaban, en si estaban bien, en si nuestra relación seguía estable, en si al día siguiente seguiría estando ahí todo lo que mi morena proclamaba tras cada canción y que, de algún modo que aún no sabía del todo explicar, yo también sentía por ella. Una vibración en la mesita de noche me sacó de mis cavilaciones.

Ahí está de nuevo, mi relación con el mundo exterior.

— Hola —una voz cansada me recibió al otro lado de la línea.

— Hola —susurré yo en respuesta. Volvía a notar un nudo en la boca del estómago.

— ¿Cómo estás?

— Pues bien. ¿Ha pasado algo? ¿Estás bien?

— Sí... La verdad es que te he llamado casi por inercia. Me apetecía escucharte.

— ¿Seguro que estás bien? Te noto algo apagada.

— Historia, que me trae por el camino de la amargura... ¿Tú qué tal? ¿Qué has hecho hoy?

— Cielo, hace menos de una hora que nos hemos visto, te sabes mi día al dedillo. ¿Quieres hablar de algo en particular o simplemente te ha dado el mono de mi voz? —intenté alegrar un poco el matiz apesadumbrado que estaba adquiriendo aquella conversación.

— ¿Puede ser una mezcla de ambas? ¿Porfi? —sonó dubitativa, otro suspiro.

— Bueno, pues entonces dime, ¿has hablado con tu madre? ¿Cómo está? Dale recuerdos de mi parte.

— Uy, cuánto interés de repente, ¿estás bien? ¿Tienes fiebre? ¿Estás enamoradísima de mí? —esto último lo dijo sin apenas percatarse de que lo había hecho hasta que se instauró un silencio por ambas partes.

— Me importas —respondí para quedarme, de nuevo, callada ante la impresión que me había supuesto aquella pregunta.

Sabía que no lo había hecho a propósito ni pretendía obtener una respuesta con ello, probablemente también hubiera sido un intento por aligerar la conversación... pero todo aquello me remitía a la constante duda de qué podría sentir yo por ella.

— A mi madre le gustó la idea de la regresión, la verdad es que me está apoyando mucho con todo.

­— Me alegro, entonces.

— ¿Estás bien?

— Sí. ¿Podemos dejarlo para mañana, Engla?

— Vale, nos vemos mañana. Te quiero, buenas noches —otro choque de conciencias y el pitido de fin de llamada.

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora