22. Engla; Regresión.

39 3 54
                                    

— Sigues cantando, ¿no? —me interpeló Blake cuando pasó al lado de mi guitarra, al entrar en mi habitación.

— Ajá. Miriam me convenció para volver a los escenarios. En el que me encontraste es el que más frecuento.

— Técnicamente me encontraste tú a mí —rechistó.

— Tú y los tecnicismos...

— Siempre han sido lo mío.

— ¿Seguro que a tu novia no le importará? —pregunté, preocupada por aquella chica a la que habíamos dejado en un hotel cualquiera de una ciudad que no conocía.

— Me ha dicho que se va a vagabundear, así que segura que no.

— Parece maja.

— Es bastante más que maja. Estoy bastante convencida de que os llevaríais bien, os parecéis un poquito bastante —se encogió de hombros, escondiendo sus manos en sus bolsillos y paseando la mirada por mis estanterías.

— ¿Por qué tienes "El Principito" en danés? —frunció el ceño.

— Un regalo de Will —reí, porque no había pensado en que cabía la posibilidad de que no se lo hubiera dicho.

— No sabía que fuera para ti... —bajó la voz—. Lo elegí yo —dijo, alzando solo lo necesario el tono para que le escuchara sin esfuerzo. Sonrió. Yo también lo hice, inconscientemente.

— Sí, bueno —carraspeé—. Fue un detalle bonito. Pero me quedo con el haberle tenido a mi lado.

— Me acordé de ti, ¿sabes? —centró sus orbes grises, ahora mucho más claritos que cuando los vi por primera vez en aquel garito, en los míos, notablemente más oscuros.

— ¿Y eso?

— Bueno, no es extraño, me acuerdo bastante de ti. Pero en junio más —se quedó mirando el que ambas sabíamos que era el álbum de nuestras fotos—. No lo has tirado.

— Te dije que me quise quedar con los buenos momentos... No tenía por qué.

— Después del enfado que te vi cuando nos reencontramos no pensaría ni en mil años que pudiéramos convivir juntas en la misma habitación.

— Ya ves tú, qué caprichoso es el destino, ¿verdad? —alcé una ceja, con la diversión asomándose a mis pupilas.

— ¿Me cantas algo? —rogó, de repente, como si intentara no sonar a súplica.

— ¿Qué quieres que te cante?

— Lo que quieras cantarme.

Cogí el mástil del instrumento y me acomodé en el borde de la cama, consiguiendo que siguiera mis pasos, sin perder detalle de lo que hacía y de mis reacciones. Obvio. Blake Hunter en su más pura esencia. No había cambiado tanto, después de todo.

¿A qué viene de repente este momento de volverme boca abajo la razón?

Yo que estaba tan segura de mis pasos.

Y una alarma protegía al corazón.

¿A qué vienes si ya sabes que no puedo?

¿Tú quién eres y qué quieres? Dímelo.

No me busques, no te acerques por la espalda

Porque tu voz...

Porque tu voz me excita

Postdata.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora