Capitulo 24

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Mientras tanto, en el planeta de Galis...

-Muéstrale a esta gente qué tan sumisa eres, Kari. Muéstrale tu deseo de complacerme en todo-.

Kari sintió que sus pezones se paraban con el sólo murmullo de su voz ronca. Era como un perro de Pavlov, pensó ella. Haría cualquier cosa por seguir cogiéndoselo. Era adicta a él y a su pija, y ambos lo sabían.

-Está bien-, ella susurró.

Desnuda, Kari tomó la mano del gigante y le permitió conducirla bajo la escalera de cristal de su habitación, la cual conducía al establecimiento de comidas donde ella trabajaba debajo. Una vez allí no podían parar, pero continuaron afuera y caminaron de la mano por la agitada calle de cristal blanco.

Los galianos estaban por todos lados y no dejaban de mirar. A ella, a él. Ella, después de todo, estaba completamente desnuda. Y, él, después de todo, estaba completamente vestido.

En Galis, eso no pasaba. En Galis, las mujeres mandaban a los hombres sexualmente y no de la otra forma. Pero el caudillo que había estado montándose a Kari día y noche en su cámara por toda la última semana, era posesivo y dominante, era adictivo. Él quería que ella anunciara en público a los galianos de Ciudad Cristal a quién pertenecía la concha de ella, quién era el que la había estado montando fuerte todo este tiempo.

Kari sabía que si este episodio llegaba a su familia adoptiva nunca sabría su final. Y de verdad,

Kari sabía que iba a tener que dejar Ciudad Cristal para escaparse de él... y pronto. Antes de que se hiciera más adicta, antes de que no fuese capaz de dejarlo del todo. Pero hasta entonces...

Death soltó su mano para apoyar su brazo fuerte y musculoso alrededor de su hombro. La sujetó en forma posesiva, territorial, marcándola en público como suya. Su larga mano comenzó a frotar sus pechos, masajeándolos de la forma que él sabía la hacía sentir caliente. Y luego su dedo pulgar e índice hallaron un pezón y tiraron de él, girándolo para endurecerlo y estirarlo.

Había ojos curiosos por todos lados. Siguieron al gigante y a la mujer desnudo con pelo color del fuego mientras caminaban por la calle. Miraron como el caudillo jugaba con sus pechos, sus pezones y luego más abajo...

Kari soltó una respiración cortada cuando su mano dejó sus pechos y siguió hacia abajo, sobre su panza para luego detenerse más abajo. Sus dedos tamizaron su cabello del pubis como si la estuviera acariciando. No se movió como para ir más abajo, ya que estaba arrogantemente contento de tocarla allí, para mostrar a los galianos que él tenía el derecho a hacerlo.

Él era definitivamente todo un guerrero, Kari pensó. Arrogante y dominante, posesivo y autoritario. Él era todo lo que sus hermanas adoptivas le habían advertido que se tenía que alejar, todo lo que habían dicho sería su perdición si ella permitía que uno la cautivara.

Por supuesto, sus hermanas no sabían mucho de guerreros, ya que los galianos tendían a no meterse en eso excepto cuando llevaban a cabo las artes eróticas. Pero en todas las otras ocasiones era considerado tabú dejar que uno tocara a una mujer. Después de todo, eran leyendas. Leyendas sobre collares extraños sujetos a cuellos de mujeres, sólo para tener a esas mujeres lejos y... bien, ninguno de los galianos estaba muy seguro de qué pasaba con esas mujeres luego de eso. Pero las mujeres galianas tenían sus cálculos y a veces esos cálculos eran macabros.

Kari miró incómoda al caudillo a su lado, notando que él también llevaba uno de esos collares.

Y si él se lo sacaba? Y si se lo colocaba alrededor de su cuello y ella no podía nunca más oír cuentos o historias? Qué haría con ella entonces?

Ella tragó saliva algo bruscamente, un millar de escenarios sombríos corrían por su mente. Ella ya había dejado a Death ( Dios mío su nombre era Muerte!) y a él, hacer cosas a su cuerpo que nunca antes le había hecho ningún hombre.

No, ella había hecho más que dejarlo hacer. Ella le había rogado, a veces le había sollozado para que lo hiciera. Él sabía como trabajar magia negra en su cuerpo que la dejara sintiendo como si ella no tuviera voluntad propia nunca más, como si fuese a hacer cualquier cosa y decir cualquier cosa, por sólo una intoxicante experiencia más de su habilidad.

Había pasado sólo una semana (una semana gloriosamente carnal) y él, ya la había montado en cada forma posible que un hombre podía hacerlo con una mujer. En la boca, en el culo, deslizándola entre sus pechos aceitados, hundiéndose en su concha muchas veces más de lo que ella pudiera contar. La había atado y luego lamido y cogido en forma salvaje. La había puesto de cuatro patas. Le había obligado a cabalgarlo. La había cogido con los dedos, la había cogido con la lengua, incluso la había cogido con los dedos del pie. La había cogido en cada forma imaginable e inimaginable.

Kari sentía escalofrío al caminar a su lado, le permitía mostrarla en público como una muñeca exótica y sumisa. Ella debía dejarlo, ella sabía. Ya era tiempo de dejarlo. Porque aunque el sexo fuera todo devoción, él en sí era a quien ella se sentía adicta, y eso simplemente no podía suceder.

Era raro, pero había veces que ella sentía una conexión inexplicable hacia él, como si fuese capaza de medir sus emociones. Ella sabía que sus emociones eran poderosas, muy territoriales, muy alfa, muy dispuestas a matar a cualquier hombre que quisiera tocarla.

Y lo haría. Ella sabía que él lo haría. Desde que él hundió primero su pija en aquel escenario una semana atrás, ella ya pertenecía a él en sus ojos.

Pero pertenecía a él como qué? Una amante? Un juguete? Una qué?

-Llévame a tu boca, pequeña-.

La cara de Kari se elevó para mirarlo. Ella había estado tan ocupada con sus pensamientos, que ni siquiera se había dado cuenta que habían dejado de hablar.

Su mirada se paseó cautelosa. Estaban parados en la mitad de una de las calles más concurridas de Ciudad Cristal. La gente los estaba mirando, sin dejar de contemplarlos. Y él quería que ella, en público, se lo chupara. En un planeta donde los hombres le daban placer a las mujeres, él quería que ella le diera placer en frente de todos para que todos vieran.

-Llévame a tu boca-, él murmuró.

Ella podía ver la gigante erección emergiendo de sus pantalones de cuero azul oscuro. Ella podía sentir las miradas de los transeúntes viendo lo que ella haría mientras él quitaba su pija de sus pantalones que saltó liberada, dura y queriendo su atención. Al final su adicción le permitiría hacer sólo una cosa.

Kari se la chupó ahí mismo en el medio de Ciudad Cristal, sin importarle un carajo quien la veía hacerlo. Ella se la chupó y se la chupó, el sonido de sus labios succionando su pija en la boca se podía oír por todos allí.

Cuando él se acabó, fue violento y su bramido de satisfacción de guerrero arrogante pudo oírse desde bien lejos. Él desparramó esperma caliente en su boca y ella angurrienta lo bebió, queriendo más y más del dulce líquido.

Ella sabía que lo había satisfecho cuando él la acarició la cabeza y le murmuró -qué buena chica-. Ella no se molestó en responderle porque estaba muy ocupada chupando sus bolas para que se le parara otra vez.

Esclavizado (H.S) 3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora