CAPÍTULO 53

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 —Bien, entonces, comienzo yo — hable luego de un largo silencio incomodo, ambos queremos hablar pero no sabemos cómo, ambos dejamos salir una risa nerviosa — en todas las maneras en que me imagine hablando de esto nunca imagine un hospital y menos te imagine como receptor.

—No eres la única, hasta yo me sorprendo — volvió a tomar la gelatina de la mesa y comenzó a jugar con ella de nuevo. Me acomode junto a él en la cama subiendo las piernas y recostándome en la cabecera.

—debo empezar admitiendo que soy una mala persona, lo he sido siempre, en especial con mi hermano, era tres años mayor y desde que tengo memoria lo odie, odiaba que todos lo prefirieran, que siempre lo cuidaran más que a mí y sobre todo odiaba que él fuera el único que me ponía como prioridad, ahora no recuerdo si era muy consciente de su enfermedad cuando pequeña pero si sabía que él no podía correr o agitarse, mi hermano nació enfermo, tenía problemas del corazón y nunca pudo tener una infancia normal, si corría de más o se alteraba tenia recaídas que en ocasiones eran severas, mis padres consideraron que estaba muy solo y quisieron darle un hermanito y nací yo, fui todo lo opuesto a lo que querían desde el género hasta la personalidad, siempre fui hiperactiva y desde los dos años me medicaron contra ello, no porque eso me hiciera daño a mi si no porque eso le hacía daño a mi hermano, nunca quise tomarme esas pastillas y me obligaban a tomarlas. A mi abuela no le gustaba como me trataban y decidió llevarme con ella, tenía cuatro años y aún recuerdo como me dolió que aceptaran mantenerme lejos, mi abuela trataba de animarme pero todo eso solo ayudo a aumentar mi resentimiento hacia mi hermano.

Ren volvió a dejar la gelatina a un lado, lleva tanto jugando que ya hasta se deshizo y es solo un líquido rojo poco llamativo.

—habían muchas cosas que me empezaron a gustar por mi abuela, a ella le gustaba el dulce de tres leches y cuando vivía con ella ese siempre era el postre, desde entonces es mi favorito; a ella le gustaba el ballet y fue por ella que empezó a gustarme, me inscribió en academias y con el tiempo empecé a participar en competencias, odiaba que de mi familia solo iban mi hermano y mi abuela, en ocasiones mi mamá y creo que solo a las finales, por ello nunca dejaba de compararme con mi hermano y siempre que tenía la oportunidad le recordaba a él que yo si podía hacer cualquier cosa, en ocasiones era tan hiriente que lo hacía llorar y me pegaban por eso.

—Oh Dios, tu nivel de maldad hace que se me erice la piel — quise darle un codazo en las costillas pero recordé a tiempo que las tiene rotas y opte por ignorarlo mejor.

—En una ocasión fue mi abuela quien me descubrió hablándole y contrario a lo que hacían todos solo me regaño y cuando estuvimos solas me hablo sobre la importancia de amar a mi hermano y como yo podía ayudarlo, no la escuche y ella lo supo por ello me envió con un psicólogo, no duro mucho de cualquier manera.

Me detuve, recordé como se desmayó frente a mí y los sirvientes la llevaron al hospital, como estuve llorando toda la noche en la casa de mis padres sin saber de ella, las semanas posteriores yendo con mi hermano sin que nos dejaran verla, las miradas de lastima de los que me conocían, las largas noches al pie de las escaleras frente a la entrada esperando a mi papá para saber de ella...

—mi abuela murió poco después, la última vez que la vi, fue una semana antes de su muerte, estábamos solos, ella, mi hermano Cris y yo, ese día nos hizo prometerle que nos cuidaríamos el uno al otro. Tenía seis años cuando eso sucedió, todos me decían que se había ido de viaje y yo realmente no lo entendía, desde que me mude con ella me había llevado a todos lados, creí que se había aburrido de mí, hasta que vi el ataúd y su foto a un lado, ahí me sentí mal por dudar de su amor y luego cuando entendí que no la vería jamás.

We are killersDonde viven las historias. Descúbrelo ahora