¿Cómo puedo seguir? (prólogo)

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Las tardes de diciembre solían ser grises, había algo en el ambiente que lo hacía sentir nostálgico, aunque te encontraras en la hermosa ciudad de Atenas, había algo en el espacio que amplificaba el lado sensible de las almas, los sentimientos positivos y negativos yacían a flor de piel, en un frenesí que corría como las corrientes de aire invernal, o eso creía Milo Antares,  pensamientos de hace algún tiempo rondaban por su cabeza, mientras caminaba tranquilamente en su recorrido de su hogar a su trabajo, en el prestigioso Hospital "Santuario", mientras caminaba entre las concurridas calles, reflexionaba sobre lo mucho que pueden cambiar las cosas de un instante a otro, su vida se había apagado un poco, desde que el último suspiro salió de los hermosos labios de ella, ella... linda y radiante Shoko, hace tres años un terrible suceso se la había arrebatado de las manos, pero no del corazón, parecía como si se la hubieran grabado con fuego en la piel, con el recuerdo de sus caricias recorriéndole en la sangre a través de las venas. 

 No había día que no pensara en eso, en especial en sus últimas palabras, que jamás pudo comprender, ¿cómo es posible que el destino se encargue de joderle tanto la vida a alguien?, él no se consideraba una mala persona, siempre fue un buen hijo, alumno, hermano, amigo, debía aceptar que en sus épocas de adolescente era algo rebelde y sin intenciones de tener una pareja fija, experimentaba sin parar con hombres y con mujeres, sin embargo, fuera de eso, siempre existió dentro de él una esencia de alegría, contagiosa para los demás, atrayente para todo aquel que se cruzara en su camino y se topara con su perfecta sonrisa, está bien, eso último también tenía que ver con el enorme ego que caracterizaba a los Antares, pero lo que quería recalcar era que nadie merecía esa triste situación, ir por la vida sin una parte de si mismo, el amor... el amor que esa preciosa niña le había regalado, y ya no tenía más.

-Shoko... dime linda, ¿cómo puedo seguir?- Dirigió su pregunta al aire, era obvio que nadie iba a responderle, en realidad, era un cuestionamiento retórico, dado que su vida siguió casi normalmente, exceptuando claro, el plano amoroso, pareciera que esa parte de él también hubiera muerto, y la enterraron junto con el pulcro ataúd blanco de ella, había llegado a la conclusión de que no podría tener otra pareja.

Es verdad que aún tenía mucho en su existencia que valía la pena, un ejemplo eran sus increíbles amigos, Aioria, fuerte como león, pero tierno como gatito (eso último jamás se lo diría, arruinaría su reputación), Shaka, que era la meditación en persona, seco, pero dispuesto a dar las palabras adecuadas en cada momento, Afrodita, diva como ningún otro, y Angelo, excelente para dar la cara en alguna pelea por defender a los suyos, también estaba su comprensivo jefe, Dohko, y su insoportable, pero querido hermano Kardia, todos ellos habían estado ahí, sosteniéndolo en el dolor que le quemaba el pecho, como si de una enfermedad se tratara, ardiente, sofocante creía que no había agua o hielo que pudiera apagar el fuego que lo carcomía, aunque reconocía, sin estas valiosas personas nunca hubiera tenido el valor de decirle adiós a esa bella flor, Shoko, su Shoko...

Tan dentro de sí se encontraba, que no se dio cuenta cuando por fin se encontró afuera del moderno edificio que albergaba al Hospital, que ya era su segundo hogar, eso le pasaba seguido, sus pasos parecían dirigidos por un ser inerte, que no era él, ¿en qué momento se había perdido en las etapas del duelo? sinceramente no lo sabía, cada día, mes y año, los dedicó exclusivamente a su labor médica, los estudios lo distraían, y le recordaban que ahí afuera habían seres que lo necesitaban, pero él la necesitaba a ella... 

Los ventanales de vidrio del gran reciento le regalaron la imagen de sí de un hombre atractivo, pero con la mirada vacía, juraba que casi podía dar pena ajena, aunque no tenía demasiado tiempo para corregir eso, tenía cosas que hacer, todo lo que lo apartara mínimamente de sentir, rápidamente ingresó al pulcro recinto, blanco para dar esa luz de esperanza para los que llegaban desesperados por salvar a ellos mismos o a sus seres queridos, las sillas azules de la recepción contrastaban con la iluminada estancia, las macetas con algunas plantas verdes daban una imagen de vida junto los cuadros de pintores famosos, suponía que eso también ayudaba a que considerara su trabajo como una segunda casa, desde un inicio transmitía confianza, y lo hacía distraerse de su monótono departamento.

Mi amado Doctor (MiloXCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora