Beso francés

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Advertencia: Capítulo con contenido adulto, lee bajo tu propia responsabilidad, sin más que decir, disfruta mucho tu lectura, y gracias por llegar hasta aquí, sin tus visitas, comentarios y votos, esto no sería posible.

Un trotamundos va por las naciones, sin estar demasiado tiempo en ninguna, abandonar tu patria puede resultar desastroso si no estás preparado para la libertad que conlleva, romper ataduras de tus recuerdos infantiles, dejando huella en la arena, que a la vez se borra con el viento, en la más leve de las brisas, estar lejos... para encontrarte a ti mismo, irse... sin saber si encontrarás un nuevo hogar, con la incertidumbre arrebatadora de conocer cosas nuevas, algunos argumentan que hace falta tener la osadía de no tener vínculos, o vivir con el corazón en estado de pausa, o tal vez en un constante instinto de huida, así fue como Camus migró de Francia a Grecia, corriendo contra reloj para dejar atrás el mal sabor de boca que le dejaron sus grises e insípidas experiencias en su patria.

Buscando desesperadamente la paz que aparentaba en su imagen puramente intelectual, en compañía de la única persona que admiraba en la imagen perfecta de su hermano mayor, sin embargo, no se puede escapar de lo inevitable, encontró buenos amigos, bellas tardes en su compañía, bebiendo vino, disfrutando de los vientos que acariciaban su rostro, del calor que emanaban los colores del cielo, de las plantas, la vibrante energía de las flores, la tranquilidad de su té verde por las mañanas, y sobre todo, lo encontró a él, a su máxima victoria sobre el amor, y sobre sus propios prejuicios, Milo le arrebató más que un suspiro, y lo llevó más lejos que una ilusión, confirmándole, que su hogar estaría con su persona más amada.

Era real, el tenerlo junto a él, en la intimidad de su alcoba, rodeado de su exquisito perfume, enloqueciendo sus hormonas con cada beso, entregándole el alma cada vez que se volvían uno, en los momentos como ese, en los que hacían ardientemente el amor, donde sus manos cobraban vida propia, recorriendo cada espacio de la piel del otro, tocando, acariciando, sintiendo, delirando... con sus cabellos enredados y mezclados sin orden, obedeciendo únicamente al descaro apasionado de sus gemidos, al calor mezclado con la fragancia del sexo, endulzado con el más tierno de los afectos, y el más delicioso de los orgasmos.

Las finas gotas de sudor los hacían brillar, tal como lo hacen las estrellas, alcanzadas juntos en los besos húmedos de sus labios, en la tibia unión de sus sexos, que desterraban las sábanas solamente para unirse más, un poco más, y otro tanto más, hasta que uno de los dos suplicara por piedad, por una muerte dulce que lo desconectara del mundo, con nada más en la mente y en los sentimientos que el grito ahogado de su ser amado, glorificando los espasmos del cuerpo, santificando la desnudez que los envolvía en una atmósfera privada.

El erotismo se convirtió para ambos en una nueva forma de convertir su amor en arte, en la belleza de saber que con nadie más se podrían mostrar así, tan vulnerables, tan a la merced de su compañero, con sus secretos bien guardados, Camus custodiando la virilidad de Milo, con su propio interior, aprisionándolo en la cárcel más deliciosa que era su carne caliente, marcándolo como propio con las señas de sus uñas en su espalda, al igual que las pequeñas heridas rojizas en su cuello que su griego le dejaba a veces de forma imprevista e impaciente, y en otras, como esa madrugada, de manera tortuosamente lenta, pasando sutilmente su lengua en la zona afectada, que se sentía en llamas con su sensual roce, para después acrecentar el fuego al percibir sus perfectos labios, que sólo lograban que lo deseara insanamente, con una sed que tendía a convertirse en insaciable, aguardando por más, sofocada momentáneamente cuando los dos dejaban libre sobre el otro su semen, explotando así la más profunda de sus lujurias.

Después, venía el más perfecto de los besos, cuando se mordían  mutuamente sus labios, y aguardaban por estar unidos un poco más, con sus dedos memorizando cada detalle de su rostro, observando en los ojos del otro, un enlace más profundo que el agua del mar, con las sonrisas más sinceras que nadie a visto jamás, sellando su pacto mudo con un intenso abrazo, que nadie se atrevía a romper tan pronto, o mejor dicho nunca, por lo que muchas veces terminaban durmiendo así, tan unidos como se pudiera, pero con el alba levantándose entre las montañas, conciliar el sueño ya no era una preocupación.

Mi amado Doctor (MiloXCamus)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora