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Despierto después de un increíble sueño reparador y el cuerpo en mucho mejor estado que a la mañana. Mi estómago ruge por el hambre.

Me incorporo limpiando las babas de mi cara y busco el reloj en medio de la oscuridad de la habitación, ya es por la tarde.

Intento levantarme pero algo retiene mi brazo. A mi lado se encuentra Erin con la cabeza apoyada a mi brazo impidiéndome moverme. Esos momentos en los que el novio está deseando comerse el brazo por el intenso dolor por haberseme dormido por tenerlo aprisionado bajo su cabeza pero se me olvida ese momento y me la quedo mirando, esta tan adorable dormida abrazada a las sábanas acurrucada casi en posición fetal. Increíblemente con mucho cuidado, paciencia y dolor saco mi brazo de debajo suya sintiendo la libertad, y me levanto de la cama. Salgo de la habitación sin hacer ruido y cierro la puerta lentamente.

Entro en la cocina en busca de algo de comer y sin saber que cocinar saco ingredientes para hacer unos gofres. Hago la mezcla y lo dejo unos minutos en la máquina para coger la forma cuadra y deliciosa de un gofre bien dorado y esponjoso, nunca me saldrán como a mi madre pero tiene una pinta deliciosa.

Un olor agradable entra por mi nariz y se me hace la boca agua. Saco la nutella de la despensa y pongo mis gofres en un plato llenándolos de chocolate junto con unas piezas de fruta. Tengo que mantenerme algo sano sino quiero perder mi poca musculatura natural, podría dejar de resultar atractivas a las mujeres. No creo, mi cara sexy y adorable nunca pasa desapareciba, por mucho que odie mis pecas gustan demasiado a las chicas.

Erin entra en la cocina cuando intento llevarme el gofre a la boca.

—Suelta eso —grita y golpea mi mano tirando mi gofre sobre el plato de un golpe—. No puedes comer eso.

—¿Por qué no? —lloriqueo mirando mi gofre roto con todo el chocolate esparcido por la mesa—. Yo quería mi gofre.

—Todavía tienes el estómago sensible y no puedes comer esas cosas todavía.

Tengo los dedos manchados de chocolate y tengo intención de chuparlos pero Erin me mira con desaprobación y me limpia la mano con una servilleta como si fuera ub crío.

—Pero tengo hambre —replico haciendo pucheros.

Haber expulsado ayer hasta los intestinos te deja muy vacío por dentro y los gofres deliciosos llaman mi atención.

—Puedo hacerte otra cosa.

Abre las puertas de los armarios y la nevera en busca de algo que hacerme de comer. Pone un poco de arroz y lo pone a hervir y fríe unas pechugas sin añadir especias.

Miro con tristeza mi gofre y Erin me lo quita de delante negando como regañina como si fuera mi madre. Ya que me trata como un crío actuaré como uno. Me cruzo de brazos haciendo un berrinche como un crío, incluso inflo mis mofletes con aire para demostrar lo enfadado que estoy. Puedes quitarme el ordenador, la televisión, las llaves de la moto e incluso prohibirme salir pero jamás me quites mis gofres.

Erin me mira divertida mientras cocina y me saca la lengua de forma infantil igual que yo. Y para terminar de fastidiarme coge el gofre y le da un gran mordisco llenando sus carnosos labios de chocolate.

Abro la boca sorprendido e indignado porque se haya comido mi gofre.

—¡Mi gofre! —exclamo horrorizado viendo mi delicioso desayuno siendo comido por una mujer igual de deliciosa—. ¿Por qué tu si te lo puedes comer y yo no?

—Porque yo no me comí algo en mal estado como un tonto —se burla dándole otro mordisco.

—¡Oye! —gruño—. No sabía que me iba a sentar tan mal —me levanto de mi silla y la enfrento aprovechándome de mi altura y me acerco amenazante—. Eres una cuidadora malisima.

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