17

667 55 28
                                    

—Buenos días mamá —saludé entrando en la cocina sirviéndome una taza de café caliente.

Ella estaba sentada en la mesa de la cocina ya vestida para ir al trabajo, con el portátil delante y una taza humeante de café a su lado. Al verme me sonrió.

Hoy era una nueva semana me pasé el fin de semana con una resaca del demonio durmiendo con mi madre y viendo sus telenovelas mientras comíamos pizza pero para mi desgracia es hora de volver a clase.

—Me voy a clase —informé dejando la taza vacía en el lavavajillas.

—¡Eh! Quieto ahí jovencito —cuando empieza las frases así nunca es nada bueno—. Las llaves —extendió su mano hacia mi.

—¿Que?

—Las llaves de la moto —insistió señalando su palma abierta.

—Pero mamá...—no me dejó quejarme cuando me interrumpió levantándose.

—Nada de peros, las llaves ahora —de mala gana las puse sobre su mano—. Es parte de tu castigo por lo de este fin de semana.

—No vale, así como voy a clase.

—¿Eso que oigo es una queja? Porque puedo venderla y pagar con eso la multa.

—¡No! —me apresuré a decir—. Eso si que no.

Prefería ir andando mil veces y tener mi moto que dejar que vendiera esa preciosidad que es perfecta para mi. Nunca me ha dejado tirado y aun encima tiene las modificaciones y ese tono en concreto de las decoraciones de color verde sobre el negro que es único. Esa preciosidad de moto es irreemplazable, la quiero casi tanto como a mi madre. 

Prefiero vender un riñón que perder mi moto.

—Yo te llevaré ahora, pero luego tendrás que volver en autobús porque no tengo tiempo de recogerte.

—Esta bien —dije de mala gana cogiendo la mochila del suelo para seguirla a la salida.

Al llegar la garaje y pasar por delante de mi moto para llegar al coche de mi madre podía sentir y oír a mi precioso vehículo de dos ruedas llorar porque no podría usarla hoy. Me acerqué y le di un beso acariciando el precioso cromado negro.

—Eres un dramático —dice mi madre poniendo los ojos en blanco al ver lo que hice.

—Esa moto es lo mejor del mundo, vale? —repliqué entrando en el coche—. Fue el mejor regalo de cumpleaños que mi hiciste.

—Te pusiste muy pesado con que te comprara una moto —dijo arrancando el coche y saliendo del garaje—. Aunque el recuerdo de cuando te caíste de la bici y te rompiste el codo no fue un gran incentivo para regalártela.

Todavía recuerdo ese día cada vez que doblo el brazo y me cruje el codo. Tenía alrededor de diez años, me acababa de comprar una bici nueva de mayores y por aquel entonces aun estaba en crecimiento y no era tan alto como soy ahora, entonces cuando me subí a la bici y quise bajarme no llegaba al suelo por lo que terminé cayendo hacia un lado apoyándome en el codo y me rompí dos huesos.

Lo recuerdo porque fue en casa de mis abuelos, ellos estaban muy tranquilos mientras que mi madre se puso como una histérica llamando a la ambulancia y a todo el mundo solo porque me rompí los huesos del codo. Dolió como el infierno pero me libré de hacer varios exámenes de gimnasia gracias a tener el brazo escayolado.

—Mamá, ¿que haces? —pregunté al ver que llegamos al instituto, bajé del coche y ella bajó detrás de mi.

—Acompaño a mi hijito a clase.

Atracción ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora