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Estar castigado es una jodida mierda.

Mi madre me ha prohibido usar el ordenador, me ha quitado el WiFi y solo puedo hacer llamadas con el móvil en caso de emergencia. Y el peor castigo de todos, me ha quitado las llaves de mi preciosa moto. Por eso ahora me encuentro en su coche sentado en el asiento del copiloto de camino al instituto. 

—Hasta luego cariño —se despide mi madre cuando bajo del coche.

—Adiós mamá.

Entro en el instituto con la mochila colgando de mi hombro y busco con la mirada a mi mejor amigo que esta apoyado contra la pared con unas gafas negras cubriendo sus ojos.

—Hola —murmura cuando llego a su lado.

Me sorprende demasiado ver que no está sonriendo y saltando con su habitual buen humor.

—¿Que te pasa?

—Nada —dice girando la cabeza hacia el otro lado.

—¿Que tal te fue este fin de semana?

Kenneth se encoje de hombros y eso pica la curiosidad. Mi mejor amigo no es conocido precisamente por ser de pocas palabras y por guardarse las cosas.

—Kenneth —insisto.

Mi mejor amigo suspira y se quita las gafas girandose hacia mi. Mi expresión se vuelve una de sorpresa al ver el gran morado que mancha el ojo izquierdo de Kenneth.

—¿Que has echo?

—No he echo nada —alzo una ceja, como si pudiera engañarme—. Vale puede que al romper mi racha de sequía no lo hiciera con la correcta.

—¿Tan salvaje era en la cama? —pregunto con una sonrisa ladeada.

—En realidad...salvajes —corrige con una sonrisa orgullosa.

—¿Salvajes? —preguntó incrédulo—. ¿Hiciste un trío?

—Si señor —asiente con una sonrisa de oreja a oreja—, rompí la racha de la mejor manera.

Ya vuelve a ser el mejor amigo animado que conozco y que desgraciadamente quiero.

Empezamos a caminar cuando el timbre suena y entramos a la clase antes que el profesor. Se sienta delante de mí como siempre y se gira para mirarme.

—El problema es que nos interrumpió el novio de una cuando íbamos por la tercera o cuarta vez y... —carraspea señalando su ojo—, este fue el resultado.

Suelto una carcajada, creo que no hay día en que Kenneth no líe alguna gorda.

[...]

Como mamá no llega hasta más tarde que yo a casa no me queda de otra que volver en autobús. Atravieso las puertas del edificio y saludo a Janeth, otra de las empleadas que se encargan de la portería.

Llego a casa y al atravesar la puerta casi me choco con un maleta morada justo en la entrada.

—¿Mamá estas aquí?

Mi madre sale de su habitación con su bolso y muchos papeles en las manos.

—Hola cariño —llega hasta mi y me da un beso en la mejilla—. He venido antes porque tengo que irme.

—¿Cuanto tiempo? —pregunto con desgana.

—Puede que una semana —me acaricia la mejilla con dulzura—. Volveré lo antes que pueda.

—Te echaré de menos.

Me da un corto abrazo antes de coger sus cosas.

—Recuerda que estas castigado —pongo los ojos en blanco pero asiento—, y necesito que me hagas un favor; he dejado en la cocina unos papeles que necesito que entregues a la vecina esta tarde.

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