Una vez, pensó en un anillo. Se lo vio a un compañero y ya sabía que se trataba de compromiso pero aun así le preguntó, lejos de enternecerle, le pareció carente de sentido. Debía quitárselo cuando hacía una misión.
Una vez, miró un collar. Se lo vio a ella, su amiga. Le preguntó aunque ya sabía la respuesta, ella lo regañó por lo mismo pero no escatimó en explicaciones, ella debe tener las manos libres porque su trabajo como médico es esencial y no deben estorbar anillos. Pero ella no pelea, no mata, no asesina ni corre acechando. A él, simplemente no le quedaría.
Además era feo.
Una vez, miró un brazalete. Se lo probó en la tienda y el vendedor le juró que estarían juntos por siempre si los usaban a la par. Él no quiso contarle que simplemente su corazón ya no estaba en su pecho y ahora lo tenía Sasuke y viceversa, que estos juramentos estaban de más.
Lo compró aun así pero no uno para Sasuke. No recuerda en qué misión se le manchó de sangre y lo tiró en el camino a casa.
Una vez, miró una boda. Tardó minutos enteros viéndola, minutos en los que Sasuke le presionó la mejilla y le jaloneó tres veces antes de retomar su atención como el chico receloso que es. Pensó en la boda de todos modos durante todo el día y se decía que no sería un problema simplemente firmar un papel, podrían hacer una fiesta también...
... Para los demás. Esas cosas son para los demás.
A Sasuke no le gustan las fiestas.
Una vez, alguien le dijo que le susurró al oído a su mujer unos votos, promesas de amor para toda la vida, en un lago. Pero cuando él lo intentó, Sasuke se alejó y con un mal gesto le empujó hacia el lago.
"No estés molestando". Le diría cuando lo viera salir empapado. "Que empeño en besarme, ¿no tienes aguante?", se quejó, sin siquiera sospechar de qué se trataba todo. Así que, frustrado, empapado y con frío, desistió de la idea.
Pero igual y Sasuke lo conoce más de lo que él mismo lo hace porque esa misma noche, mientras se limpiaba la nariz y se revisaba su temperatura, sintió una mordida en su hombro, era fuerte, agresiva, incluso gritó y antes de saberse poseído por el otro, intentó quitarse. Lo marcó con fuerza, dejando cada diente dibujado en su piel. No fue un manchón rojo, se hizo un moretón verdoso, morado y rojo por la sangre que duró meses, otra vez, su cuerpo parece decidir qué cosas curar y qué cosas dejar ahí, pulsando a rojo vivo.
"Ahora tu muérdeme", le dijo en su oreja y fue como una promesa en el lago. No le dio temor, le dio placer manchar la porcelana de la piel, ahí, en su cintura, lastimarle y verlo tolerar el dolor con la virilidad que lo caracteriza.
Así se mantienen, cuando uno empieza a perder su símbolo, avisa. Es una constante. No es un anillo que tiene que quitarse, ni un brazalete efímero, nadie lo sabe, es en un lugar innecesario de ver para otros.
Algo que porta siempre, que se llevará su cadáver, hasta ese último día. Una marca posesiva, instintiva, natural.
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