Crecer significa que el tiempo pasa y no se detiene, que siempre va hacia adelante, que jamás retrocede. Naruto conoce bien las amarguras de esto, pero sigue siendo un humano y a veces se le olvida, entre el odio, el hastío, la desilusión, la tristeza y una que otra alegría en su vida, verse envejecer poco a poco es algo tan infrecuente como la risa de Sasuke.
Pero existen, ambas.
Regresar a casa, a la mitad del día, cuando el sol no se ha intensificado lo suficiente como para secar la ropa húmeda, es extraño para Sasuke. Levanta la vista de su libro y mira la ropa aun húmeda en el balcón, sí, no es tiempo de que regrese. Naruto lo observa pensar, casi puede leerle sus ideas, si entrecierra los ojos e inclina un poco su cabeza puede ver las letras salir de sus orejas... a veces, si se acerca a sus pupilas, puede ver sus sentimientos.
Se reclina sobre la silla donde descansa el cuerpo de su compañero y pega la nariz a la contraria, quiere verlos, quiere ver qué siente por él. Es una tarea interminable y dolorosa, porque no todo es felicidad entre ellos.
La mañana es callada, en la tarde, los niños saldrán de la academia donde aprenden a aceptar el dolor y la vida de ninja y entonces se escucharán sueños e ilusiones en sus risas. A Naruto no le gustan las tardes ya; presiona con fuerza el rostro del contrario, quiere que se intensifique todo en su mirada oscura, que lo arranque de la vida, que se lo lleve a otro plano. Pero que no sea la muerte, no, porque no es como sus ojos y él quiere sus ojos.
"Suficiente", le alerta y le arrebata el rostro con violencia.
La silla puede colapsar pero no les importa, él lo recibe y Naruto se deja caer sentado sobre sus piernas y su antebrazo se cuelga del cuello, el libro cae resbalándose poco a poco de sus piernas hasta el suelo, olvidado, ignorado. Naruto pega su frente desnuda en la contraria y cierra los ojos cuando el otro le niega esa oscuridad de nuevo.
"Teuchi está muerto", le cuenta, no es noticia nueva pero quizá sí lo es para el alma, quizá lo es para la lengua de Naruto, hoy que fue camino a Ichiraku ramen y le pidió a Ayame su plato típico, hoy rompió los palillos y sorbió los fideos y el sabor... no era su ramen. Se lo comió. Se lo comió con asco.
Sabe mal, porque no es el ramen de él y hoy tenía antojo de su ramen, de él. Tenía antojo de saborear fideos llenos de risas, de consejos y de Iruka a su lado, de deseos de ser ninja, tenía antojo del ramen que sabe a Sasuke comiendo a su lado y tratando de ocultar la tristeza que carga en sus hombros para siempre, con sus manitas de doce años.
El caldo tenía que saber a calidez, apoyo, fraternidad y enamoramiento, a obsesión y fractura del corazón por no tener a Sasuke presente. Y las verduras y la carne no le recordaron el llanto y la sangre, toda, cada gota que derramó de niño, confiado en ser feliz, no venían esas mentiras en esta comida, nada de esas falsedades, todo era tan real, era una comida que prometía algo real.
Qué asco.
La silla crujió y se levanta el rubio con desgana.
"Cuando mueras lo puedes probar otra vez", parece animarle, quizá solo quiere que se acabe la conversación y es su forma de concluir el asunto, a Sasuke no le gusta hablar. Le gusta mirarle y ya, mirarle por largo, largo rato y luego dormir y así cada día.
"Cuando muera, mi alma se deshará en el ácido de tus ojos." No puede evitar decirle la verdad, es un trato entre ellos, la vida no será falsa entre ellos, ambos serán vida real, fea, amarga pero juntos. De niños, quiso Naruto ofrecerle algo que ni él podía crear por mucho esfuerzo que le pusiera; de adolescentes, le ofreció la mentira que vivía él, queriendo que se uniera, que se envolviera en ella; ahora, desde ya cinco años de tomarse la mano de vez en cuando, a los dos les da asco las mentiras y prefieren ver el dolor como algo cotidiano y gustar de él.
Pero hoy, Naruto conoce por fin una nueva incomodidad para su diario dormir, el desazón de un ramen que ya no es. Una comida que le recordaba todo y se arruinó por el tiempo, por la muerte, por la vida que avanza. Sonríe como si dos hilitos le jalaran las comisuras, así, como obligado, como resignado y mira la cocina, hoy no hay comida y no parece que habrá.
Se deja caer al suelo y al entrecerrar los ojos e inclinar su cabeza, puede ver a un niño frunciendo las cejas y tratando de memorizar un jutsu que lee en un pergamino, se ríe bajito y lo hace mirarle, confundido, enojado, ofendido, con su boquita roja y dulce, inexperta hasta para los insultos y aun así, tan hábil. Su Sasuke es eterno, como el recuerdo de un sabor, de pronto su saliva se vuelve caldo tibio y puede pasarlo por su garganta, saborea el engaño, la fantasía.
"Me gusta el ramen". Le confiesa al hombre que se arrodilla y gatea hasta caer a su lado, agotados, mirando el techo.