Sería ilógico que una persona como Naruto, que ha perdido todo rastro de humanidad aparte de amar a Sasuke, no amara en sí la textura de su piel. La suavidad de sus mejillas o el borde del inicio de su cabello. Ama la forma de sus orejas y sus cejas delineadas que se juntan molestas cuando no deja de tocarlas en las madrugadas.
Pero Naruto le falla cuando acaricia su propio cuerpo. Naruto tiene las manos rudas, toscas, llenas de cortes, al igual que Sasuke, hay cicatrices y piel reseca que además le ayuda a entretenerse cuando no hay mucho que hacer, tallándose y jugando con las sensaciones, abriendo heridas que jamás sanaran.
En su muñeca izquierda, tiene una herida más admirable, es una herida que debería estar sanada considerando su don para curarse con rapidez. Es como si su cuerpo tuviera inteligencia propia y decidiera dejar marcas para siempre, para recordarle cosas; quizá él mismo se lo ha pedido inconscientemente al cuerpo, que no lo cure del todo, que la deje frágil y abierta, apenas cerrada por una leve capa de piel pero ardiente por debajo de la dermis.
Es una señal de debilidad, es una muestra de humanidad, de mortalidad. Naruto siempre sintió que habría esperanza, que las cosas irían bien y cuando se dio cuenta que en la aldea solo había rastros de lo que creyó alguna vez encontrar en las personas, cuando se dio cuenta que sus amigos no son lo que esperaban y que sólo él era capaz de todo, de entregarse completamente, se quebró. Su mente entró en pánico, se aterró apenas imaginó lo que vendría de ahora en adelante.
Saldría de su aldea, todavía libre (no como ahora) y llegando hasta ese lugar donde lucharon una vez de niños, se dejó caer al suelo y dibujó con un simple shuriken roto y delicadeza experta una línea vertical a lo largo de su muñeca, dejándose abandonado a sí mismo. El carmín no cayó de manera elegante, solo pintaba toda la piel y al alzarla, gotas frías y pegajosas cayeron también en su mejilla y boca. Cerró en varias ocasiones sus ojos, rendido, estresado, solo deseándolo a él, despreciando todo lo demás, dándose cuenta en ese finito hilo de mortalidad que le quedaba, de que era a Sasuke, su compañero, a quien más amaba y a quien amaría al final de su vida.
Dándose cuenta de que su alma iría por la de sasuke apenas abandonara su cuerpo.
Cerró varias veces sus ojos recordando con eso el color de los suyos.
Cerró varias veces sus ojos hasta que ya no pudo abrirlos por un largo rato.
Pero no murió.
No recuerda ver el rosado de la muerte aquella vez, ni el verde de Sakura que le obligaba a sonreír y ser valiente. Encontró más oscuridad, una hermosa y cálida oscuridad. Lo encontró a él ahí sobre su cuerpo, vigilándole con seriedad, sin tener nada que decirle, ni regaños, ni gracias, ni confesiones.
Le había curado. Hasta ahora no sabe cómo fue y quizá por eso es que se abren de vez en cuando, porque no ha recibido una verdadera atención médica, pero esa cicatriz es la misma que tiene su corazón, su amor. Sasuke llegó de la nada ese día, y desde ese día no se ha ido.
Le gusta tocar esa línea más blanca que su piel, frágil y que le provoca un cosquilleo indoloro ya; mientras lo hace, le gusta recordar todo. Todo desde entonces hasta ahora.
Naruto pensó aquella vez que tendría a Sasuke solo al morir y la vida le explicó con un simple suspiro del pelinegro que le pertenecía en esta y cualquier otra vida.
Algunos usan una sortija para mostrar su amor eterno, su compromiso. Ellos dos han optado por una herida que sana al ritmo de su propia relación, lenta y perfecta.