Una tarde hubo un sol más fuerte y aventurado que otros días, era tan cálido que la casa se entibió un poco mientras Naruto abría las cortinas y dejaba que su amigo sol se acercara un poco más, aterrorizado por la presencia del Uchiha que miraba con recelo las partes de la casa que se iluminaban. Ya habían olvidado de qué color eran varias cosas, porque todo el negro inundaba su realidad.
Una tarde hubo un sol más fuerte y aventurado que les trajo una alegría, no debían irse, no debían separarse. Esa tarde ninguno debía ser ninja y estuvieron limpiando su hogar: Sasuke sacudía los muebles llenos de tierra y Naruto le entregaba tazas de té, de café y a veces le sacudía su cabeza para quitar los restos de polvo que se colaban a sus raíces del cuero cabelludo (porque Sasuke era su hogar, su casa).
Esa misma tarde, mientras Sasuke leía y al prometerle algo en secreto, le besaba los labios, él pudo sacar de debajo de su cama una caja de cartón remendada con cinta adhesiva vieja y manchada. La abrió más bien rompiéndola y sacó ciertos recuerdos de su infancia: un juego de cartas, unas figuritas de madera, una carta para Sakura que rompió aunque Sasuke le decía que la guardara entre las páginas de su libreta:
"La libreta es mi corazón, ahí estás tú, no ella". Le diría en esa ocasión mientras dejaba caer cada porción del papel sin leer de nuevo.
"Es una simple libreta."
"Y es un simple libro el tuyo".
Peleas, peleas que los hacen detenerse un poco y no terminar de nuevo mirándose tumbados en la cama. Es algo natural e instintivo, se autorregulan, se mantienen vivos así.
Encontraron también hojas de colores, retazos de otras, lápices...
Esa misma tarde Naruto jugueteó con todo eso, tratando de recordar la única figurilla de origami que aprendió alguna vez hacer en sus viajes de entrenamiento por él. Tiró cuatro hojas en total y cuando el sol se tuvo que ir, decepcionado por no ser recibido de nuevo por el chico rubio, sintió un leve toque en su cabeza, era la señal para dormir. Le rugió el estómago pero parece ser que ninguno, aquella vez, se preocupó por la cena.
Esa misma tarde, ya casi noche, Naruto recibió una caricia en la cabeza y luego una tarjeta. La hoja blanca, la única hoja blanca que había (que él había buscado y se rindió, enfocándose en las de color), estaba ahí, frente a él, cayendo en sus manos con delicadeza. Se doblaba en su eje y su título era solo su nombre escrito con la caligrafía de alguien que ya no tiene mucha práctica en eso. Dentro, un corazón pequeño se dibujaba al centro y llovía, al parecer, por esas líneas delgaditas cayendo en diagonal por todo el espacio.
Sasuke también era un ninja.
Esto lo confirmaba más que nada.
Como también confirmaba que esta noche le abrazaría al dormir.
Ahí la tiene todavía, de hecho está exhibida, quien sea que vaya a su hogar y tolere la atmósfera, puede adentrarse a su habitación y la verá entre abierta, recargada en un viejo reloj inservible, oxidándose ya por la humedad del lugar pero con el corazón intacto, solitario.
Naruto entendió que si su corazón era esa libreta donde las hojas de los árboles que Sasuke le regalaba cada vez que atrapaba, estaban secándose e inmortalizándose; así también esa hoja simple, delgada y sin mucho chiste, era el de él y no lo resguardaba, simplemente se la entregó. Así, sin más, sin palabras ni detalles, como aquella vez que llegó a casa para quedarse.
Ahí está, sin provocar sospechas, latente, fuerte, disimulada. Así era Sasuke, así su corazón. Era arte.